Madrid.-Drama, romance e intriga se unen en «Rebecca», una de las muchas obras maestras de Alfred Hitchcock y su primer filme estadounidense, que arranca con una de las frases más célebres del cine: «Anoche soñé que volvía a Manderley». Mañana cumple 80 años una historia tan seductora delante como detrás de la pantalla.
Basada en la tercera novela homónima publicada dos años antes, en 1938, por la escritora inglesa Daphne Du Maurier, «Rebecca» llegó a la gran pantalla casi por casualidad y después de serios duelos abiertos en varios frentes.
El primero entre Hitchcock y el productor de la película, David O. Selznick, dos «pesos pesados» del cine de la época que como los polos de un imán se atraían y repelían casi a la vez.
Interesado en trabajar con el director británico y después de asistir al estreno de su gran éxito del momento, «Lo que el viento se llevó», el productor contactó con Hitchcock para trabajar en una película sobre el hundimiento del Titanic, un proyecto que atraía a ambos.
Sin embargo, este proyecto nunca culminó y emprendieron el de «Rebecca», una novela que ya les había enfrentado en la adquisición de sus derechos cinematográficos por los que ambos pujaron.
El guion –a Selznick no le gustó la primera adaptación del director, que calificó de «versión deformada y vulgarizada del libro»–, la elección de los actores, de la música, de la fotografía, de los lugares del rodaje…, todo era cuestión de encendido debate.
Pero no acabaron ahí los desencuentros. Tampoco estaba contenta la novelista con la elección de Hitchcock para dirigir la adaptación de su libro. Du Maurier no había quedado nada contenta de la versión que hizo el director de su cuarta novela en «Jamaica Inn».
Y menos satisfecho quedó el actor Laurence Olivier cuando se enteró de que la elegida para interpretar a la segunda señora de Winter era Joan Fontaine y no su esposa en aquel momento, la protagonista de «Gone With The Wind», Vivien Leigh. Ese fue el enésimo enfrentamiento entorno a la película.
Porque después de probar con casi una decena de actrices, incluida la propia Vivien Leigh, Hitchcock finalmente se decantó por Joan Fontaine para disgusto de Olivier, que durante el rodaje le hizo literalmente la vida imposible a su compañera de reparto.
Como relata el escritor Juan Tejero en su libro «¡Este rodaje es la guerra! Segunda parte», la principal preocupación del equipo técnico era Fontaine, una actriz poco segura de sí misma que debía soportar duras horas de ensayo, exigentes pruebas fotográficas y hacer frente a la hostilidad de Olivier.
De todo ello sacó partido Hitchcock hasta conseguir que ese tormento que perseguía a la actriz se reflejara en su personaje, una mujer acomplejada, infeliz, insegura, acosada. Casi desequilibrada.
Estrenada el 12 de abril de 1940 en Estados Unidos, a Latinoamérica llegó entre junio y agosto, la película es un ejemplo de que cuanto peor, mejor, ya que fue un éxito de taquilla.
Fue elegida entre las diez mejores películas de ese año y obtuvo once nominaciones a los Óscar, incluyendo mejor película –que, finalmente ganó–, mejor director y mejor actriz y actor principal, entre otros. En 2001, el Instituto Americano del Cine la incluía entre las 100 películas estadounidenses más emocionantes de su historia.
Ahora, 80 años después, Rebecca, –otra paradoja más–, sigue muy viva. La plataforma Netflix ya ha anunciado una nueva versión protagonizada por Armie Hammer (Call me by your name) y Lily James (Mamma mia!).
Concluida la grabación y en proceso de post producción, en breve se volverá a escuchar esa voz en off que nos invita a cruzar el umbral de una sombría mansión, mudo testigo de fantasmales visiones y recuerdos.
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