Sobra cualquier intento de explicación porque lo inefable no se razona, simplemente se vive: un país entero ha sido poseído este martes por una locura mundialista sin fin.

Dos aviones de la Fuerza Aérea de Argentina sobrevuelan una autopista colapsada de humanidad uniformada con los colores de su bandera. Cuatro millones de argentinos han colapsado Buenos Aires para rendir tributo a los campeones de Qatar 2022.

Cientos de automóviles se apostaron desde la noche de este lunes a la vera de la carretera por donde se preveía que pasaría el bus con los capitaneados por Leo Messi.

Otras miles y miles de personas montaron vigilia en los alrededores del Obelisco, en pleno centro capitalino, también esperando el paso de la caravana albiceleste por la Avenida 9 de Julio.

Pero, entre la marea humana que literalmente bloqueó la catalogada como la avenida más ancha del mundo y la imprevisión del operativo, el itinerario de la caravana ha ido cambiando una y otra vez a lo largo de las horas, obligando a los hinchas a desplazarse a otros puntos de la ciudad en una apuesta no segura para ver a los jugadores.

Unos miles se fueron a la Plaza de Mayo, escenario usual de manifestaciones, con la esperanza de que la selección se acercara hasta la Casa Rosada, sede del Ejecutivo argentino.

La Policía, que no pocas veces protagoniza enfrentamientos con los manifestantes en los días de protestas, esta vez activó los camiones lanza agua, no para dispersar a la gente, sino para refrescarla en una jornada de sol pleno y calor.

Otros miles se desplazaron hacia la autopista de acceso a Buenos Aires que desemboca en la Avenida 9 de Julio, también con la ilusión de ver pasar a la ‘Scaloneta’ por allí. Y al final terminaron subiéndose a la autopista, colapsando también una de las vías clave en el itinerario inicialmente programado.

Ya entrada la tarde, el ómnibus de la selección, que partió antes de las 11.30 horas (14.30 GMT) del predio de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en la localidad bonaerense de Ezeiza, avanza a paso de hombre y aún ingresó en territorio capitalino.

Allí esperan en las calles más personas que los 3 millones de habitantes de Buenos Aires, una ciudad donde ya no funciona ni el metro ni se respira otra cosa que no sea pasión futbolera.

Las postales del fanatismo se repiten como en un caleidoscopio digno del realismo mágico.

Gente montada por horas en semáforos y luminarias púbicas. Niños que nunca habían vivido eso de ser campeón mundial brincando sin parar. Y hasta hinchas que ingresaron al Obelisco por la fuerza y subieron sus 206 escalones hasta la cima para ver el espectáculo mundialista desde 67,5 metros de altura.

Cuando un extranjero pregunta a un argentino por las rarezas económicas, políticas y sociales, del país suramericano, la mayoría de las veces es difícil obtener una explicación razonable. Y solo recibe por respuesta: «Argentina… no lo entenderías».

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