Tegucigalpa.- Un mes después de que en Honduras se conocieron los tres primeros casos positivos de coronavirus, que ya deja 26 muertos y 407 contagiados, crece el clamor de «tenemos hambre» de miles de pobres en un país de 9,3 millones de habitantes, de los que más del 60 % vive entre la pobreza y la miseria.

«Tenemos hambre presidente Juan Orlando (Hernández) venga a darnos la bolsa solidaria al barrio Los Jucos. Tenemos hambre», dice un mensaje en un pedazo de cartón con el que la hondureña Ana Navarro, de 25 años, ha salido a la calle a pedirle al gobernante.

Provista de una mascarilla azul, y sin guantes, Ana dijo a EFE que pide porque no tiene trabajo, es madre de dos niños pequeños y, su esposo, que trabajaba como «oficinista», se ha quedado sin empleo luego del toque de queda que rige desde mediados de marzo.

Apostada en la acera de una tienda de gaseosas, café, agua y golosinas, entre otras cosas, de una gasolinera, por ratos soportando un ardiente sol, Ana espera que los clientes al salir le den algún dinero o lo que puedan «para llevarle algo a mis hijos».

De su esposo, indicó que gana 7.000 lempiras (280 dólares), de los que 3.000 «son para el alquiler de cuarto, más la leche, los pañales de los niños, la comida, la luz y otras necesidades».

Añadió que no sabe, como miles de empleados de micros, pequeñas, medianas y grandes empresas que han sido despedidos o suspendidos temporalmente a raíz de la crisis a causa del coronavirus, si su esposo volverá a tener empleo.

Los últimos años no han sido fáciles para Ana, según relató, porque también ha sido operada de «apendicitis y la vesícula».

«SI NOS ENCERRAMOS, NO COMEMOS»

Del mismo barrio Los Jucos, cerca del centro de Tegucigalpa, están saliendo a la calle hombres y mujeres con pequeñas pancartas con la frase «Tenemos hambre».

«Pedimos porque tenemos hambre», dicen José Jorge y Marina, entre una larga fila de pobladores en el barrio Los Jucos, mostrando la pancarta en el centro de una calle que lleva a un bulevar, en cuyo inicio se localiza la gasolinera donde está sola Ana Navarro.

Hablar con ellos no es fácil, porque muchos se muestran agresivos cuando los periodistas se acercan, o perciben que los conductores de coches no les darán nada.

La misma actitud muestran algunos de los nuevos vendedores ambulantes que ofrecen productos en la carrocería de un vehículo de trabajo, como huevos, frutas, verduras, lácteos y pan, entre otros, aduciendo que cuando se acercan los periodistas es para «informar mal» o «mentirle al pueblo», como dijeron dos de ellos a EFE.

En otro extremo de la ciudad, en un bulevar frente a un centro comercial, un vendedor ambulante intentó agredir a un cámara de EFE cuando grababa imágenes en la zona.

DESAFIANDO AL CORONAVIRUS

Varios de los que piden y venden en las calles que hablaron brevemente con EFE, coincidieron en que no ignoran que para evitar contraer el coronavirus lo mejor es el aislamiento social, pero su respuesta fue: «si nos encerramos no comemos», «tenemos que trabajar para comer» y «si no nos mata el coronavirus, nos matará el hambre».

Pocos días después de que el Gobierno estableció el toque de queda para frenar el coronavirus, salieron pobladores a las calles exigiendo comida, principalmente sectores que sobreviven de sus ventas diarias, con lo que no cuentan desde hace varios días.

Taxistas, vendedores ambulantes, conductores y cobradores de autobuses del transporte urbano e interurbano, pobladores de barrios pobres de Tegucigalpa y otras ciudades, desde hace varios días le piden ayuda al Gobierno, que ha venido entregando miles de raciones de alimentos mediante un programa conocido como «Bolsa solidaria».

Pero la «Bolsa solidaria» a muchos no les ha llegado, y son muchos los pobres que creen que quizá no ajustará para tanto necesitado que tiene el país, al que le hace falta de todo.

«¿Cuál bolsa solidaria? Yo vivo en el barrio Las Mercedes y el Gobierno no me ha dado nada, si no salgo a vender no comemos en mi familia», dijo a EFE Ulises Reyes, un vendedor de frutas que lleva varios años dedicado a esa actividad a pocos metros de un semáforo cercano a dos bulevares en el oriente de Tegucigalpa.

El coronavirus en Honduras ha entrado a la fase cuatro, en la que, según médicos de hospitales públicos, se presume que todas las personas de hecho pueden ser portadoras asintomáticas.

LA TRAGEDIA DE SER POBRES

Ahora, con la emergencia por el coronavirus, Ulises, cubierto solamente con una mascarilla, vende mangos, ciruelas y limones, con el contrapeso de nuevos vendedores que han surgido «desde hace dos semanas», lo que él atribuye «al destino de ser pobres».

En otro extremo, a pocos metros del espacio en el que se mueve Ulises y su competencia, han aumentado los jóvenes, hombres y mujeres, sin mascarilla, ni guantes, ofreciendo la limpieza de parabrisas de coches mientras esperan la luz verde del semáforo.

«De algo me voy a morir, es una mierda ser pobre», dijo a EFE un joven de piel que pareciera sufre insolación, que limpia parabrisas, va sin mascarilla, sin camisa, sin guantes, pelo largo desordenado y en su rostro dibujada la amargura, el dolor y su tragedia.

«Para qué me pregunta mi nombre, si no me va a dar dinero o comida», añade, mientras otros se acercan a pedir «algo para comer».

Bajar los cristales del coche en las filas que se hacen en los semáforos ahora representa un riesgo mayor por la cantidad de personas que corren a pedir porque «tengo hambre», «déme para comer» o «ayúdeme por favor».

Germán Reyes EFE

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