Washington.- Con 30 muertos y 6.300 infectados por coronavirus, las plantas procesadoras de carne de EE.UU. son foco de la pandemia, donde a empleados como Jesús no les da tiempo a taparse la boca cuando estornudan por miedo a enfrentarse a una acción disciplinaria si pierden la oportunidad de cortar o deshuesar al animal en unas líneas que van llenas.

«La gente se está quejando porque las líneas van muy rápido y las han llenado más. Antes venían dos pavos y un hueco, dos pavos y un hueco, pero ahora todo está repleto», relata a Efe por teléfono Jesús, un hispano que pide usar un nombre falso por miedo a represalias.

Se queja de que su empresa, West Liberty Foods, dedicada al negocio de la carne de pavo, no dio mascarillas a los empleados hasta que no aparecieron los dos primeros casos de coronavirus a principios de marzo y asegura que los gerentes pidieron que se trajera de casa el jabón para las manos y el gel desinfectante.

El 7 de marzo, Jesús volvió enfermo a casa: “Yo salí de esa compañía con una gran fiebre, dolor de cabeza, dolor de garganta, dolor de huesos y escupiendo hasta sangre”, narra.

Ha dado negativo para el coronavirus SARS-CoV-2, pero está preocupado porque su esposa y sus dos hijos tienen fiebre y tos seca desde hace días, por lo que él está cuidando de su nieto de 1 año, el único que no ha mostrado síntomas y cuya voz se cuela de vez en cuando en la conversación telefónica.

TRABAJAR “CODO CON CODO” Y CADA VEZ MÁS RÁPIDO

El caso de Jesús no es una excepción, ya que la industria cárnica de EE.UU., casi un oligopolio, ignoró durante semanas cualquier recomendación de seguridad y obligó a sus empleados a seguir troceando pollo, cerdo y ternera “codo con codo”, sin ninguna distancia de seguridad, de acuerdo a cuatro trabajadores que han conversado con Efe.

Los cuatro, que pidieron usar un seudónimo, afirman que las ya duras condiciones de las plantas han empeorado con el virus: la producción debe ir más rápido, por lo que se les niega permiso para ir al baño, y se ha incrementado la velocidad de las líneas procesadoras.

Las plantas se han convertido en el caldo de cultivo perfecto para el coronavirus, que una vez que contagia a varios trabajadores se expande sin freno por la comunidad, como muestra el caso de la planta de Smithfield, en Dakota del Sur, con más de 500 casos confirmados y que ha transformado ese estado en un nuevo foco de infección.

Solo en el mes de marzo, el presidente de EE.UU., Donald Trump, otorgó 15 permisos a fábricas avícolas para que las líneas vayan más veloces y se procesen más pollos por minuto, a pesar de que grupos como Human Rights Watch (HRW) han advertido de que puede aumentar el riesgo entre los trabajadores de sufrir quemaduras y la pérdida de dedos.

Además, Trump ha emitido un decreto para obligar a la industria cárnica a seguir operando, lo que cada vez es más difícil debido a la gran cantidad de empleados que han enfermado.

Tan solo en la planta de pavos en West Liberty (Iowa) se han contagiado 71 personas, dice a Efe un portavoz de la empresa, quien niega que las líneas de producción se hayan acelerado y asegura que se están instalando unos paneles de plástico para evitar el contacto entre los trabajadores.

TRABAJADORES VULNERABLES Y DESINFORMADOS

Según el Centro de Investigación de Política Económica, un laboratorio de ideas de Washington, el 51,5 % de los trabajadores de la industria cárnica son inmigrantes porque son los únicos dispuestos a ejercer oficios físicamente tan duros.

Las plantas suelen estar ubicadas en zonas rurales, tradicionalmente más conservadoras y donde el inglés es la lengua que se usa para las comunicaciones oficiales, por lo que algunos de los trabajadores apuntan a Efe que apenas han podido acceder a información sobre la pandemia o sobre ayudas económicas.

Además, algunos de ellos tienen “papeles chuecos”, es decir, son indocumentados y han falsificado la documentación para poder trabajar, ante lo que la empresa suele hacer la vista gorda, denuncia Alejandro, que lleva 12 años en una planta de Kentucky y solicita a Efe ser citado con seudónimo.

A Alejandro, un mexicano que mantiene intacto su acento, le aterroriza la idea de traer el virus a casa y contagiar a uno de sus hijos que tiene discapacidad y un sistema inmune muy débil.

“Ahí en la planta no les importamos nosotros ni las familias, a ellos les importa el no parar la producción y que los marranos salgan más rápido, más rápido”, cuenta.

TRUMP OBLIGA A LAS PLANTAS A SEGUIR ABIERTAS, PERO NO HAY TRABAJADORES

Antes del coronavirus, sindicatos y organizaciones como National Employment Law Project (NELP) ya habían denunciado que la Administración de Trump había debilitado las pocas normas que existen para garantizar la seguridad y salud de los trabajadores de la industria cárnica.

Con la pandemia, el mandatario ha priorizado el suministro y esta semana emitió un decreto para obligar a las empresas a seguir operando, aunque muchas se han visto obligadas a cerrar porque los trabajadores están enfermos o se ausentan porque no se sienten seguros, explica a Efe Deborah Berkowitz, que lleva 40 años dedicada a la seguridad laboral de la industria cárnica, ahora como parte de NELP.

En opinión de Berkowitz, a Trump no le importa si los trabajadores “enferman o mueren” y su única prioridad es ganarse el favor de las compañías y garantizar que “los beneficios siguen fluyendo”.

Las dos mayores empresas cárnicas de Estados Unidos, JBS USA y Tyson Foods, aumentaron sus beneficios en 2019 y ganaron en conjunto 12.678 millones de dólares.

Al mismo tiempo, EE.UU. es el país que más carne consume de media: unos 120 kilos de al año, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Beatriz Pascual Macías  EFE

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