La planta solar de la empresa Kalyon PV en Karapinar, un municipio agrícola a un centenar de kilómetros al este de la capital provincial, cubre un terreno de 20 kilómetros cuadrados, diez veces el tamaño de Mónaco.
«Es la mayor central solar de Europa y una de las mayores del mundo», asegura en conversación con EFE el director de operaciones de la instalación, Burak Dogru.
«Nuestro proyecto está en fase de completarse. Cuando esté terminado cubrirá las necesidades de electricidad de 2,5 millones de personas. Produciendo esta energía evita cada año la emisión de 1,5 millones de toneladas de CO2», agrega.
Kalyon, uno de los mayores conglomerados empresariales de Turquía, empezó en 2020 a construir la planta, que tendrá una capacidad de 1.374 megavatios, más del doble que la hasta ahora mayor instalación solar de Europa, situada en Extremadura (España).
La llanura de Konya, con una media de 2.700 horas de sol al año, es ideal para el proyecto, porque sobra espacio y el suelo, aunque fértil, necesita un regadío intensivo, que perjudica el medio ambiente, para la producción agrícola comercial.
En invierno son habituales las fuertes nevadas, pero mientras que en algunas instalaciones similares, la nieve cubre durante días las placas negras, los paneles negros de Kalyon lucen impecables, debido a su sistema de giro automático.
El montaje de las placas sobre ejes que giran de forma automática, hasta un máximo de 50 grados, sirve para el seguimiento solar, explica Dogru: durante todo el día, los paneles miran hacia la fuente de luz, como un girasol.
Pero gracias a este sistema, la nieve se desliza de las placas al inclinarse y quedan limpias, agrega.
Más limpieza no hace falta. Las ocasionales lluvias lavan el polvo acumulado y el mantenimiento es mínimo, salvo para reemplazar algún módulo que haya sufrido daños o fisuras.
«Nuestra central tiene 3.256.000 módulos. Se producen en nuestra fábrica de Ankara de materia prima de silicio, luego se montan aquí», detalla Dogru, subrayando que el 80 % de los componentes se fabrica en la propia Turquía.
Las placas, explica, tienen cristales por ambos lados por lo que también transforman en energía la luz indirecta reflejada por el suelo, menor que la solar directa, pero aprovechable.
De momento, el ingeniero supervisa la planta desde una caseta prefabricada, pero ya está prácticamente terminado el edificio de control y gestión al lado de un enorme campo de transformadores.
«Nuestra central tiene 312 inversores de corriente y utiliza 8.500 kilómetros de cables; con eso se puede rodear Turquía dos veces», apunta Dogru.
En la sala de máquinas, un panel digital indica en grandes números rojos «883.47 MW»: es el total de megavatios que la central está produciendo en este momento.
Debajo, una hilera de ordenadores con infinitos rompecabezas de cuadrados verdes permite comprobar el funcionamiento de cada módulo y la energía que produce.
Si se observa un fallo, los técnicos de la planta recorren en coche el terreno para ubicar la placa que falla y reemplazarla por otra o para arreglar un motor de giro.
Pero siempre despacio, piden a lo largo de las pistas de tierra unas señales con dibujos de liebres y tortugas: ya que estamos produciendo una energía respetuosa con el medio ambiente, también hay que cuidar la fauna local.
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