Lisboa.- «Manicomio», anuncia un letrero de neón sobre la entrada. Estamos en Lisboa, dentro de un moderno espacio de co-working que no busca inventar la enésima app, sino dar a artistas con esquizofrenia o bipolaridad espacio para desplegar su talento más allá del estigma.
Y tan bien parece que lo superan que nadie quiere marcharse. Hay diez personas trabajando allí y una lista de espera de otras 90 deseosas de entrar en el Manicomio, cuyo letrero azul destaca en una estrecha calle del destartalado barrio de Beato, marcado por la uniformidad beige de casas y edificios bajos.
«Es provocativo», admite a Efe Sandro Resende, fundador de esta iniciativa que no ha temido «llamar a las cosas por el nombre que son».
Alto y robusto, pelo ya blanco, Resende es visto por sus colegas como el responsable último del Manicomio y por los artistas -no se usa aquí la palabra paciente- como una suerte de héroe que los reclutó hace un año en talleres hospitalarios con una petición que encerraba enorme reconocimiento: su portafolio.
«Fue la mejor idea del mundo, fue lo mejor que me pasó», cuenta a Efe Anabela Soares, de 51 años, durante una breve pausa en su concienzudo trabajo con barro.
Rodeada de decenas de sus creaciones, en su mayoría reptiles de cerámica con enormes escamas, otras veces figuras que dice imaginar, Soares celebra su tiempo en este manicomio, donde quienes trabajan «no tienen nada en la frente», como sí siente que ocurría en el área de psiquiatría de Lisboa a la que acudió cuatro años.
«Allí somos tratados como enfermos mentales, personas que no sirven para nada, como si fuésemos basura. Aquí es diferente. Aquí es maravilloso. Nos tratan como personas, como artistas, con dignidad», asegura.
Diagnosticada con esquizofrenia y paranoide, superviviente de varios intentos de suicidio, suele acudir a este espacio abierto y luminoso de lunes a viernes, en horario flexible: se queda hasta la tarde si tiene «un buen día», y si no, sale antes.
Junto a ella trabaja Cláudia Sampaio, de 38 años, que realiza poemas visuales muy coloridos y cotizados. Las obras del Manicomio, además de servir a sus autores para expresarse, empiezan también a generar beneficios en ferias como la Outsider Art Fair de Nueva York, a la que acudieron en enero con gran éxito.
«Algunas obras se vendieron entre 2.000 y 3.000 euros», subraya Resende, que explica que el 70 % de la venta va a parar al artista y el 30 % restante al proyecto, que califica como «casi una empresa social».
«Hace un año no me imaginaba esta visibilidad», reconoce Sampaio, cuyos trabajos fueron a Nueva York. Un largo camino tras años de tratamiento de su bipolaridad, por la que llegó a estar internada en tres ocasiones.
Ahora, siente que el Manicomio es «una familia» y que le da «un propósito». No se plantea marcharse, como tampoco lo hace Soares.
«Uno de los éxitos del espacio es la interacción de personas con enfermedad mental y sin enfermedad mental», comenta Resende.
En la sala abierta conviven mesas de trabajo de manualidades con caballetes repletos de lienzos, una pequeña esquina para tomar té y café y más superficies donde trabajan juntas personas que dibujan en cuadernos o diseñan con ordenadores. Charlan del día a día, comentan sus respectivos trabajos. Bromean.
«Tenía que haberse fundado hace más tiempo», cree Resende, con veinte años de experiencia en hospitales psiquiátricos y que insiste en que, aunque ir a Manicomio no es terapia, sí ayuda porque da autoestima a los artistas al poner en valor su trabajo.
«Las personas se sienten cómodas al venir a un espacio donde el compromiso es crear», explica, y donde pueden recibir ayudas de transporte o alimentación -incluso beca- para tener también una «dignidad financiera».
Apoyados por concursos públicos y a veces acuerdos con empresas, el proyecto tiene actualmente «una red financiera» como para mantenerse «seis años» sin ingresos, y planea crecer abriendo tres nuevos espacio este año que permitirán dar espacio a cerca de 40 personas más.
Previsiblemente con más carteles de neón en la puerta.
«Me parece genial que se llame Manicomio, pasaría desapercibido si tuviera un nombre suave. Además, hay un lado casi ‘fashion’, como de fiesta, en que sea de neón», reflexiona Sampaio, antes de sumergirse de nuevo en sus colores.
Cynthia de Benito EFE
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