La oración es un tiempo de intimidad con el Señor. Es entablar una conversación sincera con un gran amigo. Miles de personas oran solo en tiempos de gran tensión, peligro o incertidumbre. Cristo les enseñó a sus seguidores que oraran siempre. Tan fervientes y tan directas eran las oraciones de Jesús que una vez, cuando él había terminado de orar, sus seguidores se acercaron y le dijeron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1).

Está en nosotros dedicar un tiempo diario, regular y sin prisas en oración con Dios. Existen excepciones en donde la oración debe de ser provocada. Es muy fácil elegir el lugar especial, el bolígrafo favorito y libreta personal para poder tener una comunión tranquila y en compañía del maestro, mientras esperas que salga el sol y escuchas las dulces melodías de los pájaros (suena maravilloso). Pero a veces hay días donde tu familia se pone en contra, hay discusiones temprano, el café se derrama, las arepas se queman, amanece lloviendo y no escuchas ni un pájaro cantar. Ahí es donde aparece la verdadera lucha y tienes que provocar la oración.

Cuando observamos la vida de oración de Jesús, notamos la intensidad con que él oraba. El Nuevo Testamento dice que, en el Getsemaní, él clamó a gran voz; en un profundo dolor, cayó de bruces en el terreno húmedo del huerto; que rogó hasta que su sudor era “como gotas de sangre” (Lucas 22: 44). Muchas veces, hacemos peticiones mezquinas, ejercicios de oratoria, usando palabras de otros, en lugar de clamar desde lo más profundo del corazón. Jesús nos enseña por quién debemos interceder. ¡Cuán sorprendentes son sus instrucciones, y su ejemplo! Nos dice: “Oren por quienes los ultrajan y los persiguen” (Mateo 5:44). Debemos rogar por nuestros enemigos y pedir a Dios que los lleve a Cristo.

Las primeras palabras que Jesús pronunció desde la cruz, después que los gruesos clavos habían atravesado sus manos y sus pies, fueron de intercesión por quienes lo habían crucificado: “Padre dijo Jesús, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

También nos dice la Biblia que oremos por aquellos cuya vida está mal. Si hay una persona conocida nuestra que necesita a Cristo en su vida, debemos comenzar a orar por ella. Nos sorprenderemos al ver cómo Dios comienza a obrar.

¿Que hace la oración en nuestras vidas?

Una lección más que Jesús enseña es la victoriosa seguridad de que Dios responde toda petición sincera. Los escépticos pueden cuestionarlo, negarlo o burlarse. Pero Cristo mismo hizo esta promesa: “Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración”. Debemos confiar en esa promesa. Nuestro Padre es dueño de todo, y Él “les proveerá de todo lo que necesiten».

Si no sabe cómo orar, comience ahora mismo diciendo: “Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”. Él puede transformar su vida y puede renovar su corazón. Él puede hacerlo hoy mismo como respuesta a una sencilla oración.

Licenciada Mariangeles Ladera

 

 

 

 

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