Víctor Davalillo salió en hombros después de conectar el hit 1.500 de prodigiosa carrera.

«Pelotero extraordinario», repiten en estribillo quienes vieron jugar de cerca a Víctor Davalillo, con él o en contra.

«El mejor que ha dado este país, con el perdón de Miguel Cabrera», sentencia Oscar Prieto Párraga, expropietario de los Leones del Caracas y cuyo padre, Oscar ‘El Negro’ Prieto, firmó a Vitico en la adolescencia por dos mil bolívares, pese a la renuencia de la madre.

Han pasado dos semanas desde la muerte, a los 84 años de edad, del hombre con más hits (1.505), más temporadas (30), más anotadas (666) y mayor promedio vitalicio (.325) en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.

Él abandonó este mundo, más el recuerdo de sus hazañas perdurará.

¿Qué era extraordinario en Víctor Davalillo?

Casi todo cuanto hacía sobre el diamante con 1.70 de estatura y el grosor de un filamento.

«Asombraba cuán completo era como jugador», describe Dámaso Blanco, su compañero en el Caracas entre las temporadas 1963-1964 y 1967-1968.

«Podía hacerlo todo: fildear, correr, batear. Podía soltarte un entre dos y luego dragar una bola para embasarse. Una vez fuimos a Santo Domingo para aquellos juegos interligas contra equipos dominicanos y algunos periodistas me preguntaron cuál de nosotros era Vitico. Se los señalé e hicieron mofa con su tamaño. Luego tiró varias líneas y al terminar les dije a aquellos reporteros: ¿Vieron? Ese es Víctor Davalillo».

La velocidad era una de sus más excepcionales aptitudes. Un pelotero profesional de la actualidad necesita, en promedio, 4,3 segundos para llegar a primera desde el contacto del bate con la pelota, si se para a la derecha; y 4,2, si es izquierdo. El zurdo Davalillo hacía menos de cuatro segundos de home a la inicial, ¡hace sesenta años!, certifica Prieto Párraga.

Elías Lugo, exlanzador y coequipero de Vitico con los Leones entre los torneos 1972-1973 y 1974-1975, todavía se admira con la rapidez del deportista zuliano, quien antes de ser beisbolista corrió cien y doscientos metros planos en las competencias organizadas por las compañías petroleras estadounidenses asentadas en Venezuela.

«Volaba. Era capaz de llegar quieto a primera con un rolling rutinario al short», apunta.

«Y nunca perdió las piernas. Las conservó hasta los últimos años de su carrera, cuando era casi cincuentón», asevera Oswaldo Olivares, quien compartió dugout con Vitico entre los torneos 1981-1982 y 1985-1986.

Sin inventos

¿Usted quiere conocer la habilidad de Víctor Davalillo bate en mano? Los pitchers que lo enfrentaron se lo pueden explicar. «No inventar contra Vitico», se volvió el mantra de los serpentineros.

«Nosotros, los lanzadores, no lo hacíamos out, él se hacía out. Uno le tiraba la bola y pensaba: que sea lo que Dios quiera», detalla Elías Lugo, quien estuvo a su lado con el Caracas y después se careó contra él cuando Vitico se fue a los Tigres de Aragua.

A Lugo le tocó rivalizar con Davalillo durante la campaña 1979-1980, cuando el sobrehumano cohetero impuso el récord de hits para una campaña de la LVBP, con cien.

«No valía la pena intentar poncharlo porque tenía un excepcional dominio de la zona. Sabía trabajar los conteos. Hasta no ver el pitcheo que buscaba, no hacía swing», sostiene Lugo.

«Era un verdugo en momentos de presión. Además, un excelente tocador y dragaba la bola como ninguno. Pero, sobre todo, pegaba líneas. Nunca lo vi batear un podrido».

A Pablo Torrealba le tocó encarar a Víctor Davalillo durante once temporadas de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.

«Le piché muchas veces y en pocas lo hice out», resume el otrora serpentinero izquierdo, quien subió al morrito durante casi dos décadas aquí y se mantuvo un lustro bajo la Gran Carpa.

«Él lo preparaba a uno, no uno a él. Te llevaba al extremo. Con Vitico, ponerse a inventar no procedía. Por donde le lanzaras, le daba. Su única vulnerabilidad era contra sliders y curvas, pero no tenía huecos».

Para Ubaldo Heredia, exgrandeliga, miembro del Salón de la Fama del Beisbol del Caribe, adversario de Davalillo durante diez contiendas y compañero suyo otras cuatro, el swing de Vitico era «casi perfecto».

Además, hacía modificaciones entre turno y turno si llegaba a fallar.

«Le lanzabas un cambio y, si se lo repetías, se ajustaba», rememora Heredia.

«Lo pasabas con una recta y, si se la repetías porque lo creías atrás en el swing, hacía contacto sólido. Se adaptaba con todos los pitcheos, era demasiado inteligente en el home. Cuando no te lo esperabas, te tocaba la bola. Una cosa formidable. Cuando lo encaraba hacia el final de su carrera no me ponía a inventar contra él. Le tiraba la recta, porque Vitico ya tenía más de cuarenta años de edad, y simplemente esperaba a ver si se hacía out él mismo».

Casi veinte años de combate contra Víctor Davalillo dejaron cicatrices en Gilberto Marcano, uno de los más longevos relevistas del beisbol profesional venezolano. Vitico, puede decirse, lo signó de por vida.

«En Maracay me metió una línea en la pantorrilla que requirió tres puntos de sutura. Todavía tengo la marca”, suelta entre risas el otrora taponero derecho, quien tuvo sus primeros escarceos contra Vitico a finales de los años sesenta y los últimos a mediados de los ochenta. “A él había que tirarle por ahí, más nada. No había que ponerse a inventar. Pero igual, la mayoría de las veces me respondió con líneas. Era una eminencia».

Félix León le decía papá a Víctor Davalillo porque le enseñó mucho en la Liga Centro Occidental, circuito veraniego donde Vitico dirigía durante los ochenta. Los caprichos del destino lo pusieron a recibir el hit 1.500 del monumental bateador zuliano.

«Fue un martes 5 de diciembre a las 10:05 de la noche en el estadio Universitario», evoca León, quien, para la versión 1986-1987 era relevista zurdo de los Navegantes del Magallanes y esa noche enfrentó al Caracas con Davalillo quemando sus últimos cartuchos a los 47 años de edad.

«Wolfang Ramos y Félix Rodríguez me dijeron: ‘no te pongas cómico con ese viejo, que ya llevamos varios días en eso del hit 1.500. Tírale por ahí’. Y yo pensaba, sí, le tiro por ahí, pero igual me saca el bate», reseña el antiguo escopetero yaracuyano.

«Lo llevé a 3 y 2, le vine por ahí y me sacó una línea sobre el segunda base Ernesto Gómez. Muchos aficionados invadieron el terreno y el juego estuvo detenido como una hora. Peor todavía: cuando se reanudó yo estaba en el clubhouse ¡y me avisaron que debía seguir lanzando! Cuando terminó el partido fui al clubhouse de los Leones y le pedí me firmara unos posters que sacaba el diario Meridiano. Y lo hizo con mucho gusto». Lamentablemente, aquel hito no fue televisado.

Hombre pequeño, bate gigante

De los múltiples componentes extraordinarios de Víctor Davalillo resalta su preferencia por los bates de gran tamaño, siendo él un hombre menudo. «Los bates eran más largos y pesados que él», bromea Ubaldo Heredia.

«Los usaba porque sus muñecas eran prodigiosamente rápidas».

El exgrandeliga Ángel Bravo, coterráneo de Vitico y casi contemporáneo con él, guarda historias sobre ese hábito tan peculiar de Davalillo.

«Dick Allen (bicampeón jonronero de la Liga Nacional, autor de 351 cuadrangulares en MLB y conmilitón de Davalillo con los Cardenales de San Luis) le regaló un bate de 37 onzas hecho para hombres como él, más pesados que Vitico», atraviesa el tiempo este firmante de 911 incogibles y .289 de promedio vitalicio en la LVBP, quien a los 81 años es coach con los Tiburones de La Guaira.

«Un día, estando él con los Piratas de Pittsburgh y yo con los Rojos de Cincinnati, me dijo que iba a salir a batear como emergente con ese bate y daría hit. Dicho y hecho, tiró la línea como emergente».

Gilberto Marcano trae a esta época sus impresiones sobre cómo hacía swing Davalillo con esos maderos enormes.

«Le dejaba caer la meseta de un bate 36 a la bola y salía disparada”, atestigua Marcano. “Y los usaba a todo su largo», añade Ángel Bravo.

«La mayoría de los bateadores agarra el madero dejando parte de él debajo de las manos, pero él metía la perilla inferior en la palma de una mano y sostenía el peso completo».

Pablo Torrealba entendió que usar esos bates extralargos tenía un propósito. «Recuerda que la única posible debilidad de Vitico era contra curvas y sliders. Muchas de ellas buscaban la esquina exterior y Vitico las alcanzaba con esos bates y las mandaba de línea hacia el leftfield».

Vitico llegó a desarrollar cierto fetichismo con sus bates.

«A los que eran nuevos les rociaba alcohol y luego los flameaba con candela para que la madera se pusiera dura», describe Oswaldo Olivares.

«También les ponía teipe y los embardunaba con ricina. Usaba unos K55 enormes y nadie podía tocárselos, pero yo le echaba broma y, cuando se descuidaba, los cambiaba por unos bates del Berry López».

El único componente del juego que le faltó a Víctor Davalillo fue el poder. Aunque de vez en cuando se saltaba la cerca.

«Una vez, estando Vitico y yo con los Tigres de Aragua, jugamos en Maracay contra los Tiburones de La Guaira, que tenían a Luis Mercedes Sánchez, quien lanzaba a 96 millas por hora y venía de Grandes Ligas», relata Oswaldo Olivares.

«Vitico le dijo a Carlitos González: ‘si me traen de emergente en el noveno se la saco’. Se la botó y la pegó en una valla de Papeles Maracay que había en el José Pérez Colmenares».

Genes privilegiados

En Víctor Davalillo eran extraordinarias sus cualidades innatas para la pelota y, sobre todo, para batear. «Metía tablazos hasta amanecido», subraya Ángel Bravo.

«Una vez lo vi llegar al estadio después de una parranda. Como por nosotros (los Tiburones de La Guaira) pitcheaba Jim Rooker, que era durísimo, me acerqué al mánager del Caracas (Regino Otero) para pedirle que no lo pusiera a jugar así porque, además, Vitico venía de una fractura. Regino contestó: ‘ese juega bien así’. A Rooker le dio de 4-4».

Sus privilegiados genes le permitieron aguantar 30 temporadas en la LVBP con muy pocas lesiones. «Treinta años. Eso no lo aguanta nadie», exclama Oswaldo Olivares.

«Es que era impresionante. Ya viejo, era capaz de tocar el suelo con las manos sin doblar las rodillas. Era de una flexibilidad increíble, como de goma».

Omar Vizquel jugó con Víctor Davalillo en la última de esas treinta campañas.

«Vitico es uno de muy pocos peloteros a los cuales he visto pegarle bien a la pelota en el juego sin haber practicado bateo antes. Otro es Miguel Cabrera», enfatiza el ganador de once Guantes de Oro en el Big Show.

«Algo de estiramiento, y a jugar. Nada de pesas», añade Ubaldo Heredia.

No vaya a llevarse la idea equivocada de que Víctor Davalillo era perezoso.

«Dicen que tenía una vida desordenada, pero eso no lo vi», apostilla Oswaldo Olivares.

«Lo que yo vi fue a un hombre que estaba de primero, y uniformado, en el lobby del hotel para salir al estadio. Lo que yo vi fue a un hombre que, ya mayor, corría de poste a poste, agarraba rollings, tomaba flys».

Pablo Torrealba lo considera un pelotero trabajador. «Era muy serio con su juego. Para él no existía el cansancio», dice.

«Se esforzaba mucho. Por eso se lesionaba tan poco. Era un guerrero», aboga Elías Lugo. Vitico trabajaba, pero distinto a los demás.

Vitico cultivó el hemisferio mental del juego y ganó fama por sus dotes de observación.

«Su éxito comenzaba cuando se subía al autobús», asegura Elías Lugo. «Allí no hacía otra cosa sino hablar de pelota. Preguntaba quién lanzaba por el otro equipo, se informaba».

«Y cuando estaba en el dugout hablaba solo del juego, nunca tonterías y sin perder de vista al lanzador contrincante. Podía estar fumando en un rincón, pero analizaba a los monticulistas rivales. Decía cosas como: ‘si el tipo saca la lengua viene con slider’. Y anticipaba al rival», subraya.

«Vitico imaginaba lo que iba a suceder en el terreno», concede Pablo Torrealba.

«Se metía en un rincón y empezaba: viene con curva, viene con cambio, viene con slider. Todo eso a partir de cómo ponía el guante el lanzador, o cómo acomodaba la pierna», reseña Oswaldo Olivares.

«Y a veces se te acercaba para preguntarte el conteo del bateador. Si no te lo sabías, te decía: ‘no estás pendiente’. Cuando estábamos en el banco siempre me aconsejaba: ‘prepárate, porque si te llaman es porque estamos en emergencia'».

Así se forjó la leyenda de Víctor Davalillo. «Te voy a decir algo», anuncia Ángel Bravo.

«Yo conocí a Vitico desde que éramos muchachos en Cabimas y él era pitcher y cuarto bate con el equipo Régulo Reyes, categoría AA. Luego lo seguí viendo en Grandes Ligas y en la liga venezolana. Lo vi dándole jonrón a Bob Gibson aquí. Y por eso puedo decir que Vitico es el mejor bateador de Venezuela y lo seguirá siendo por años. Como Vitico no hay dos».

  

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