Ciudad Guayana. La competición sobre el hielo no es fría, ni en patinaje ni en hockey. Sin embargo, el ataque contra la patinadora norteamericana Nancy Kerrigan, liderado por su oponente y compatriota Tonya Harding, fue uno de los mayores escándalos deportivos de los años noventa.
Era el seis de enero de 1994 y las figuras del patinaje artístico americano se preparaban para luchar por una plaza en los Juegos Olímpicos de Invierno que en unos meses se celebrarían en la ciudad noruega de Lillehammer. Con las Alemanias unificadas y las ex repúblicas soviéticas separadas, se esperaba que ese fuera el gran año del patinaje estadounidense.
Kerrigan había finalizado el entrenamiento y se dirigía a los vestuarios cuando sintió un fuerte impacto en su pierna derecha. Había sido golpeada por un individuo encapuchado que huyó del recinto. Una cámara de televisión que apareció en el momento preciso inmortalizó su grito angustiado y su imagen siendo trasladada en brazos por su padre se multiplicó por las pantallas de medio mundo.
Días después del ataque la patinadora declaraba a los medios: «Era un mal tipo y estoy segura de que hay otros por ahí». El mundo del deporte vivía una paranoia. Ocho meses antes, durante el torneo de tenis de Hamburgo, el alemán Günter Parche, había clavado un cuchillo en la espalda de Monica Seles durante un descanso del partido.
Sí que había malos tipos, como decía Kerrigan. Y algunos estaban demasiado cerca de ella.
Una semana después la policía realizaba las primeras detenciones y saltaba la sorpresa. El “mal tipo” del que hablaba Kerrigan no era un psicópata casual, era un matón de medio pelo contratado por el marido de una de sus grandes rivales por la plaza olímpica: Tonya Harding.
Y cómo no creérselo. Harding era la única y mayor beneficiada de la lesión de Kerrigan. De hecho, consiguió clasificarse para los Juegos Olímpicos en la primera posición mientras su rival seguía ingresada en el hospital. Pero en un giro de guion, el comité seleccionó a Kerrigan como segunda representante de Estados Unidos en la competición olímpica a pesar de que, por obvias razones, no había podido participar en la preselección.
Kerrigan se recuperó rápidamente de su lesión en la pierna y reanudó su entrenamiento intensivo. Practicó realizando dobles exámenes completos consecutivos de sus programas hasta que se sintió completamente segura de su capacidad para competir bajo presión. La fama que había adquirido del ataque la llevó a nuevas oportunidades; se informó que ella ya había firmado contratos por $9.5 millones de dólares antes de que comenzaran los Juegos Olímpicos.
Tonya Harding negó cualquier participación en el ataque, pero se declaró culpable de conspirar para obstaculizar la acusación. Recibió tres años de libertad condicional, se le ordenó realizar 500 horas de servicio comunitario y se le impuso una multa de $100,000 dólares.
A finales de 2005, Kerrigan expresó sus objeciones a los deseos de su atacante de que se eliminase la agresión de su registro para poder unirse a la fuerza de operaciones especiales de la marina, que no permiten que participe nadie con una condena por delito grave.
Kerrigan declaró en una carta fechada el 25 de noviembre de 2005 que «permitirle a Stant (el agresor) eliminar el ataque de su registro no solo sería un insulto para ella, sino que enviaría el mensaje de que un crimen como ese puede finalmente ser barrido bajo la alfombra». La solicitud de Stant ya había sido denegada por un juez, diciendo que es ilegal promulgar una condena por asalto.
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