Ciudad Guayana.-El 14 de junio de 1998 Michael Jordan hizo magia por última vez con la camiseta de los Bulls. Atrás quedaban los primeros tres títulos consecutivos con la franquicia de Chicago.

En el pasado pesaba el asesinato de su padre, su retirada y su retorno a la liga que jamás debió abandonar. A su vuelta, otros dos anillos de campeón y la promesa de que volvería a repetir título en 1998.

Todo esto acabó con “The Last Shot”, el último tiro en su carrera con los Bulls.

Era el Game 6 de las Finales de 1998, el cierre tuvo todo lo que un aficionado al baloncesto puede querer. Emoción, espectáculo y magia de la mano de las mayores superestrellas del planeta, todo al servicio del espectador.

El cóctel era inmejorable y el final lo fue aún más, una imagen para la historia. El último tiro de Jordan, su última canasta ganadora y su sexto anillo.

El último cuarto se convirtió en una batalla en la cima del olimpo. Chicago y Utah se negaron a tirar la toalla y lucharon hasta los últimos segundos por hacerse con el triunfo. Jordan se echó el equipo a la espalda como tantas veces lo había hecho, y debía hacerlo una vez más.

Michael Jordan anotó 15 puntos en el último periodo, pero quizás sus últimos cuatro son los más especiales.

Utah no se rendía y con menos de 45 segundos en el reloj, Malone tiró de gravedad para atraer a toda la defensa de los Bulls y regalarle un tiro liberado a Stockton en el otro lado de la cancha. El triple del base de los Jazz ponía a los locales por delante, 86 a 83.

Chicago sacó de banda en campo de ataque y jugaron el sistema por excelencia en los momentos calientes: “ISO Jordan ”.

El aclarado para Michael lo resolvió el mejor jugador del mundo como mejor sabía, con una penetración imparable hacia el aro terminada en tablero. Los Bulls perdían de uno y la posesión era para Utah.

Los Jazz sacaron de inmediato y subieron el balón con tranquilidad, la misma que te da un punto de ventaja y 30 segundos que se agotan de forma lenta pero irreversible.

Los de Jerry Sloan volvieron a jugar el mismo sistema con balón a Karl Malone en el poste bajo, pero a los Bulls no les engañas dos veces seguidas.

Rodman le dejó recibir y le cerró la zona, dejando abierto el camino hacia línea de fondo. Malone se confió y.… se encontró con Jordan.

Mike le arrebató el balón de las manos y, con 20 segundos restantes, cogió cita con la historia. No había una sola persona en su asiento en el Delta Center.

Esa posesión podía ser la última de Michael Jordan sobre una cancha de baloncesto y nadie quería perdérselo. Los Chicago Bulls se abrieron, liberando a su estrella y otorgándole un espacio digno del mejor escenario de Broadway. Michael, a su vez, no necesitaba nada más.

“Entreno como si estuviese jugando para que, llegado el momento, no necesite pensar”, contaba Michael años más tarde. “Esta es la belleza del baloncesto, la razón de entrenar una y otra vez un gesto, un tiro o un movimiento”.

En su cabeza no había lugar para la duda y Jordan atacó a Byron Russell conociendo de antemano el desenlace.

Un bote largo hacia delante, a la derecha. Una parada, un bote hacia atrás y su defensor en el suelo. La calma, el silencio y el tiro, la unidad más básica del baloncesto. “Jordan, Jordan, Joooooooordan”, repetía un eufórico comentarista, incapaz de encontrar palabras adicionales que pudiera describir la acción.

Aún sobraron 5.2 segundos en el reloj, un último clavo ardiendo para Utah al que agarrarse antes de morir en la orilla.

Buscaron sin suerte un tiro lejano de Stockton que no quiso entrar y ya todo dio igual; los Bulls de Chicago eran campeones.

Un Michael extático señalaba con las manos los seis títulos logrados con esa camiseta. Seis capítulos de una historia mágica cerrados con un último tiro para el recuerdo.

Qué mejor cierre a un legado inigualable, un baile eterno.

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