20 segundos: Breve relato sobre amores eternos

Así pasa en nuestra memoria emocional

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Leidy Ramírez / [email protected]

 

Me enseñaste a usar el sleeping como almohada. A mi me gustaba dormir con la cabeza más horizontal, mientras tu preferías doblarlo de manera que tu cabeza quedará recostada, pero más inclinada.

Descubría tus mañas, tus gestos, tus gustos. Inventé los que no conocía. Imaginaba tu voz en el día. Ese tono varonil, seguro, tranquilo y preciso. Con la mirada convencida de que todo estará bien.  Accionabas ideas, delegabas funciones. Eras un maestro de la práctica mientras decías.

A veces,  te sorprendías con las buenas noticias, a veces las evaluabas, a veces hablabas mal del gobierno, a veces no te importaba la política. Hacías lo que te gusta. Te sentabas frente al computador para realizar los cálculos de tu siguiente objetivo. Trabajador, eso siempre has sido.

Me encantaba verte sin que lo notaras, cuando lucías concentrado, con el ceño fruncido, tus cejas más pronunciadas que de costumbre y la mirada siempre firme, intacta. Esa mirada que me dedicabas algunas veces de forma continua.  Yo me catalizaba en ella.

En las noches soñaba contigo diciéndome las palabras que me dirías si me tuvieras en frente, tal vez cortas palabras. Tal vez uno de esos discursos o meetings de filosofía, economía, derecho, sociología, psicología social, comunicación, mercado, política, religión, el cielo, la montaña, las estrellas.

Podíamos pasar horas conversando aunque no fuera nada importante. O lo fuera tanto, como dura el destello de una estrella fugaz.

Nos reíamos. Coincidíamos al asimilar las ironías de un tema o al imaginar el futuro. Sabíamos que íbamos a estar presentes a pesar de todas las distancias. No lo hablábamos, no lo decíamos. Solo lo sabíamos y nuestros ojos también.

Aquel día, recuerdo que me dijiste «tenemos 20 segundos». Y corrí rápido para abrazarte. El tiempo se detuvo en tu aroma, en tu pecho cerca del mío. Sentí el latido de tus venas y el estremecer  de tu respiración cerca de la mía. Puse la mirada sobre la piel resplandeciente de tus brazos que me provocó devorar a besos hasta quedar dormida. Te abracé más fuerte.

Luego nos despedimos. Pero aquel momento lo llevo eterno conmigo.

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