La ofensiva terrestre que Israel prepara en Rafah, al sur de la Franja de Gaza y el último refugio de los gazatíes, ha aumentado las tensiones entre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente estadounidense, Joe Biden, quien lleva meses presionando a su aliado para que cambie de estrategia.
La relación entre los dos líderes está en su punto más crítico desde que comenzara la guerra en Gaza, contó a EFE una fuente familiarizada con las discusiones entre los dos Gobiernos.
En público, Biden ha intensificado su tono crítico hacia Israel: hace dos semanas calificó de «excesivas» las operaciones militares en Gaza, que han dejado más de 29.000 fallecidos, mientras que la semana pasada comunicó a Netanyahu su «muy firme» opinión para que haya un alto al fuego.
En privado, Biden ha empezado a ver al propio Netanyahu como un obstáculo en la búsqueda de soluciones, según funcionarios estadounidenses citados por The Washington Post.
Tensiones en aumento
Las tensiones entre ambos líderes han ido en aumento desde hace varios meses. A mediados de diciembre, Biden provocó la indignación de Netanyahu al afirmar que Israel estaba perdiendo el apoyo de la comunidad internacional por los «bombardeos indiscriminados» sobre Gaza.
Durante ese mismo evento, el mandatario recordó una frase que le había dicho anteriormente a Netanyahu, a quien se refiere cariñosamente como «Bibi», afirmando que sigue siendo cierta hoy: «Te quiero, Bibi, pero no estoy de acuerdo con nada de lo que dices».
La relación volvió a agriarse a finales de diciembre cuando, frustrado, Biden concluyó abruptamente una llamada telefónica con Netanyahu con un tajante: «Esta conversación ha terminado», según funcionarios estadounidenses citados por Axios.
En cambio, un portavoz de la Casa Blanca dijo a EFE que la relación entre los dos líderes es «buena y productiva» y, debido a que ambos se conocen desde hace cuatro décadas, Biden puede ser «honesto y directo» cuando es necesario.
La capacidad de Biden para influir a Netanyahu
Desde que comenzó la guerra, la estrategia de Biden ha sido respaldar públicamente el derecho de Israel a defenderse del grupo palestino Hamas, para entre bambalinas forzar la moderación en la estrategia militar de su mayor aliado en Oriente Medio.
El plan, sin embargo, no ha funcionado como se esperaba. La oposición de Netanyahu a una solución de dos Estados y su intención de proseguir con la ofensiva en Gaza hasta alcanzar la «victoria total» han generado dudas sobre la capacidad de Washington para influir en su aliado.
La Casa Blanca ve con preocupación las amenazas de Netanyahu para atacar Rafah, limítrofe con Egipto y donde se hacinan 1,4 millones de palestinos, muchos que huían de los ataques israelíes al norte.
La Casa Blanca ha dejado en claro que no respaldará una ofensiva a gran escala en Rafah, que puede provocar un éxodo de palestinos hacia Egipto de consecuencias impredecible, y a instado a Israel a presentar un «plan creíble», mientras que en la ONU un «alto el fuego» no es palabra tabú para los estadounidenses.
La venta de armas a Israel
Pese a todo, el cambio de retórica para presionar a Netanyahu no representa un cambio significativo en el respaldo de Washington a Israel, señaló a EFE Aaron David Miller, un exdiplomático que asesoró a presidentes republicanos y demócratas en el conflicto palestino-israelí.
«Es cierto que la Administración está bajo una presión tremenda y que el tono ha cambiado, pero no estamos al bordo de una gran ruptura», manifestó Miller.
La Casa Blanca no quiere poner condiciones en ayuda militar a Israel y, hasta ahora, lo único que ha hecho Biden es firmar este mes un memorando que establece que los países que reciben armamento estadounidense deben cumplir con ciertos requisitos humanitarios.
Estados Unidos es el mayor proveedor de ayuda militar a Israel desde la fundación del Estado judío en 1948.
Biden, quien se ha descrito a sí mismo como «sionista», ha pedido al Congreso la aprobación de unos 14.500 millones de dólares en ayuda para Israel, una cifra equivalente al presupuesto anual de defensa de España y el doble de lo que gasta México.
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