Hace años pude escuchar que: Don Alejandro Uncein, era propietario de una gran extensión de terrenos en el estado Bolívar, y que: desde Castillito hasta el kilómetro 70 era de su pertenencia.
Siempre estuve investigando, y nadie me pudo confirmar la historia, hasta que hace pocos días llegó a mis manos una publicación donde refieren que en la época el dólar al cambio eran 3.15 bolívares, una cantidad exacta a 158.000 dólares americanos.
En ese entonces un millonario de los años 20, 30, y hasta 40 aproximadamente no era cualquier “pelagatos”.
Un hombre honrado trabajaba toda una vida ahorrando y casi nunca llegaba a cantar millón como era costumbre entonces.
Don Alejandro Uncein, era uno de esos hombres, que había trabajado muy duro; además era poseedor de grandes cantidades de tierras heredadas por sus antepasados hasta llegar a sus manos, pero en lo que respecta a tener dinero en abundancia, tal como sucede hoy día, que cualquiera puede tener hasta cinco mil millones, eso no sucedía en aquellos tiempos.
Por eso cuando Don Alejandro le hablaron que había unos señores interesados en comprarle los terrenos circundantes al Orinoco y Caroní, aquí en esta parte del estado Bolívar, pensó que haría un buen negocio al salir de estas tierras que eran fangosas, donde abundaba el paludismo.
Además tenía esos dos ríos que eran un problema, pensó él. Y ese salto del Cachamay que en nada aprovechaba a su ganado y ese rio Orinoco por el otro lado que más bien estorbaba para las faenas del ganado.
Don Alejandro tampoco sabía quiénes eran los interesados en hacer estas compras, seguramente deben ser algunos locos aventureros, como los muchos que han llegado a Guayana, pensaría el rico terrateniente. Nunca se puso a analizar que se trataba nada más y nada menos de los propietarios de la U. S. Steel de los Estados Unidos, con un proyecto que ya conocían y sabían de su importancia.
Pero aun así, les pediría una suma que él consideraba bastante abultada. Medio millón de bolívares no los tiene cualquiera en estos años 50, pensó. Por eso cuando los gringos llegaron con un maletín repleto de dólares, se quedaron sorprendidos por el regalo que le estaba haciendo Don Alejandro Uncein. Habían comprado grandes lotes de tierra por medio millón de bolívares. Les había sobrado nueve millones y medio de dólares, que era lo que habían traído para negociar, en caso de que este fuera el precio que le diera el vendedor, señor Don Alejandro Uncein.
Es cierto que los alrededores de Puerto Ordaz, no tenían ese atractivo natural que tuvo unos años más tarde cuando comenzaron a llegar las maquinarias y a despejar la maleza que afeaba los contornos. Pero cuando el maravilloso salto Cachamay, quedó al descubierto, ya esa inversión se quedaba pequeñita ante el valor de ese lugar turístico que se presentaba ante los ojos del mundo como una de las maravillas hechas por Dios.
Más adelante la publicación que llegó a mis manos, comenta que: a Don Alejandro le dio vergüenza vender los terrenos de Castillito y los Monos. Por ello escogió la parte de más allá, desde donde comienza el verdadero Puerto Ordaz, una “parrilla” dividía el sector. Desde la esquina (donde estaba Souky Motors) en adelante era la parte vendida. Ello incluía los campos A, B, C, muelle (aun no existían) y toda el área donde ha sido construida la ciudad. También se incluía una franja de tierra hasta pasar del kilómetro 70 por donde posteriormente iba a pasar el tren de la O.M.C. (Orinoco Mainning Company) que transportaría el hierro desde las minas del Cerro Bolívar en Ciudad Piar hasta los patios de almacenamiento en Puerto Ordaz.
Por la zona de Castillito estaban las ruinas de lo que había sido un hato que llevaba ese nombre. Allí en lo que mucha gente llamó posteriormente el “Manguito” estaba ese hato, que desapareció a partir del año 1951, cuando empezaron a llegar las personas en busca de trabajo y que poblarían la nueva ciudad. Don Alejandro siguió teniendo dominio sobre las tierras que quedaron fuera de su venta, pero con un dolor muy grande por lo que había sucedido en esta negociación que creyó lo más conveniente, pese a ser informado de ello por su administrador el coronel Vicente Seligra Moreno.
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