Madrid.- Si no ha sido oro, al menos alguno de los preciosos metales del tesoro de los nibelungos ha logrado sacar el Teatro Real de esta pandemia, al obligarle para el difícil estreno esta tarde de «Siegfried» a una redistribución de la orquesta más allá del foso que ha resultado en un sonido envolvente, «surround» dicen sus responsables, una proeza en estos tiempos.

En el retorno a Madrid de otro de los episodios de la gran epopeya wagneriana de «El anillo del nibelungo», los cerca de mil espectadores asistentes a una velada atípica hasta por su arranque (a las 16,30 horas para llegar al toque de queda) han aplaudido este hallazgo, fruto del trabajo denodado del director granadino Pablo Heras-Casado, que se ha llevado gran parte del reconocimiento, junto con el reparto, sobre todo el tenor Andreas Schager.

Mención aparte ha merecido la salida a las tablas del escenógrafo canadiense Robert Carsen, que ha recibido algunos sonoros abucheos por su propuesta innovadora, pero también vítores de quienes la han disfrutado y han querido acallar así los reproches de ese sector del público.

Repitiendo la fórmula que entre 2001 y 2004 permitió disfrutar en años consecutivos de todas las partes de esta tetralogía, las cinco horas de «Siegfried» en tres actos han cogido hoy el testigo de «La valquiria», que en febrero de 2020 se salvó por los pelos del estallido de la pandemia.

El bajo-barítono Tomasz Konieczny (El viandante / Wotan), y el tenor Andreas Conrad (Mime) durante el ensayo de la obra «Siegfried», de Richard Wagner, con dirección de escena de Robert Carsen, y escenografía y figurines de Patrick Kinmonth, que se representa en el Teatro Real hasta el próximo 14 de Marzo

Por fechas, aquella no tuvo que afrontar el reto de ubicar a los casi cien músicos que también requiere esta ópera, incluidas sus seis arpas, en un momento excepcional en el que la distancia interpersonal es fundamental para la seguridad.

Después de meses de reuniones, para su representación en plena crisis de la COVID-19, se ha optado por mantener a la mayor parte de los músicos en el foso, reduciendo levemente la parte de cuerda «a los niveles de cualquier teatro europeo que asume ‘El anillo’, con la densidad necesaria para una obra así», explicó Heras-Casado.

Asimismo, en los ocho palcos vecinos se han colocado, al lado izquierdo, las arpas y un pequeño grupo de percusión aguda por su color afín; al derecho, el metal grave por su «papel de bloque» en esta ópera: trombones, trompetas y tuba, que ha sido la primera en abrir fuego, pillando probablemente desprevenido a más de uno por la procedencia inusual de esos barritos iniciales lanzados a tierra desde un lateral.

El juego de réplicas de una parte a otra del Real ha sido constante, especialmente gustoso en los episodios musicales más memorables, como los murmullos del bosque o el despertar de Brünnhilde, cerca del final, cuando tras un momento muy expansivo suena un acorde de mi menor misterioso y místico desde el foso, que se transforma en un do mayor que viene de la parte de los trombones y éste, después de «un crescendo», remonta como un destello que va a las arpas.

El hallazgo, por otro lado, les ha hecho sudar tinta a los intérpretes para lograr imponer sus voces a esos vientos graves colocados en su mismo plano, sobre todo cuando éstos han soplado algo más fuertes, una tarea hercúlea más que añadir a las de por sí exigentes partituras de Richard Wagner.

Si se habla de héroes, no se puede obviar en ese sentido el papel del tenor Andreas Schager como Siegfried, que apenas baja del escenario y que estratégicamente equilibra la energía para explotarla en los momentos más álgidos, como la forja de la espada Notung o el célebre descubrimiento de su amada (el del «Das ist keiner Mann»).

Además del austriaco, otros siete cantantes con destacadas voces wagnerianas interpretan esta ópera, algunos de los cuales han vuelto al Real para retomar sus papeles de los episodios previos, como el bajo-barítono Tomasz Konieczny (El viandante/Wotan) y la soprano Ricarda Merbeth (Brünnhilde).

El reparto se completa con el tenor Andreas Conrad (Mime), el bajo-barítono Martin Winkler (Alberich), la soprano Leonor Bonilla (pájaro del bosque), la mezzosoprano Okka von der Damerau (Erda) y el bajo Jongmin Park (Fafner).

Contado el origen del héroe protagonista en los episodios previos, «Siegfried» se centra en su apogeo como representación de un nuevo tipo de hombre, fuerte, libre de las ataduras morales y convenciones de sus ancestros, de todo miedo, también de la codicia y en sintonía con la naturaleza, salvaje.

De ello trata esta ópera que tiene como motor la disyuntiva entre la ambición por el poder y la necesidad de controlarla para salvarnos a nosotros mismos, entre dominar la naturaleza o llegar a un equilibrio con ella para no destruirnos mutuamente.

Así se explica la icónica escenografía que el canadiense Robert Carsen ideó hace más de 20 años, junto a Patrick Kinmonth, para la Ópera de Colonia y que ha sido la escogida para esta vuelta a Madrid, una suerte de «Mad Max» postindustrial en el que el desierto es sustituido por un bosque esquilmado, que es un estercolero.

Entre lavadoras rotas o la ya famosa caravana que cobija al enano herrero de Mime, no queda rastro de elementos que remitan al origen mitológico y pretemporal de la historia, tampoco en el dragón Fafner, convertido en una imponente máquina excavadora (otro símbolo del capitalismo voraz), pues la llamada de atención frente a la corrupción que subyace en ella está más presente que nunca.

La soprano Ricarda Merbeth (Brünnhilde) y el tenor Andreas Schager (Siegfried) durante el ensayo de la obra «Siegfried», de Richard Wagner, con dirección de escena de Robert Carsen, y escenografía y figurines de Patrick Kinmonth, que se representa en el Teatro Real hasta el próximo 14 de Marzo

«Ahora mismo un presidente saliente de Estados Unidos ha sido acusado de crímenes muy graves», recordaba Carsen esta semana.

Pero «Siegfried» también trata sobre el amor como bálsamo redentor, sobre los efectos de su ausencia en las relaciones paternofiliales y, sobre todo, del que brota entre los dos jóvenes protagonistas, que en esta parte de la tetralogía terminan juntos y felices después de que el héroe por fin conozca el temor, precisamente ante el vértigo por la persona anhelada.

 

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