Bogotá, 18 jul (EFE).- Daniel Bermejo acaba de llegar a la terminal de autobuses bogotana de El Salitre, es la una de la madrugada y viaja con su hijo Eduardo, de tan solo un año, con quien hace seis días salió de Maracaibo (Venezuela) donde dejó a su madre y a una hermana para probar suerte en Colombia.
Su esposa también va de camino a Bogotá pero viaja por separado y esperan reunirse en la capital colombiana para comenzar de nuevo porque la situación en su país no les permite siquiera soñar.
Este albañil de 27 años es uno de los más de cuatro millones de venezolanos que han abandonado su país, de los cuales al menos 1,3 millones están en Colombia.
Con Eduardo enrollado en una manta por el frío helado que hace en la estación de autobuses de Bogotá, Daniel dice que lo único que espera de Colombia es poder sacar a su hijo adelante.
Bebida caliente para el frío
Los ojos del pequeño Eduardo se hacen más grandes cuando las manos de los trabajadores del Consejo Noruego para Refugiados (NRC, sigla en inglés) se acercan para darles arepas con agua de panela, una bebida caliente hecha con un derivado de la caña de azúcar.
Son la unidad de respuesta rápida de esta ONG que como su nombre indica actúan en situaciones de emergencia para ayudar, como en este caso, a las personas provenientes de Venezuela y que llegan a diario a El Salitre, la principal terminal de autobuses de Bogotá.
La misión principal del grupo es hacer una primera evaluación de las necesidades de quienes llegan a altas horas de la noche o de madrugada; al parecer el flujo de venezolanos es bastante alto y por el horario no hay organizaciones que puedan atender las carencias de los recién llegados.
Un poco de ropa y unos cuantos pesos
Daniel salió de su país con tan solo una mochila pequeña, de color rosa, de estudiante de colegio infantil, donde a duras penas cabe algo de ropa para el bebé; 40.000 pesos colombianos (unos 12,5 dólares / 11,2 euros) y algo de comida.
Los dos han tenido algo de suerte, una señora les dejó dormir en su casa a mitad del trayecto y más tarde el conductor de un autobús los llevó hasta la capital colombiana; Daniel sabe que el golpe de suerte fue por su hijo, ya que sino los seis días de trayecto se habrían convertido en diez.
Para Daniel y el resto de venezolanos que se amontonan en la terminal es primordial la información ya que muchos llegan con total desconocimiento de a dónde ir y a qué se enfrentarán.
«Damos orientación en términos de derechos (…) darles algo de información de los riesgos que se pueden encontrar en la ruta migratoria y los requisitos para entrar a países como Ecuador y como Perú» dijo a Efe Esteban Rojas, oficial de servicios legales de la unidad de respuesta rápida del NRC.
Básicamente «todas las personas migrantes que vienen de Venezuela tienen derecho a acceder a servicios de salud de carácter urgente y a servicios de vacunación. En educación, todos los niños, niñas y adolescentes, sin importar si son de Venezuela o si son de otros países, tienen derecho a acceder al sistema educativo», añade.
Bendecido sea el nombre de Dios
Mientras la furgoneta del Consejo Noruego para Refugiados reparte las 200 arepas con la bebida caliente entre los venezolanos, Daniel, con lágrimas y la voz entrecortada, asegura que el trayecto ha sido muy pesado porque trae a su hijo en brazos, pero da gracias a Dios que ya está aquí.
Un recorrido de 18 horas y 45 minutos en coche a lo largo de 1.162 kilómetros separan a Maracaibo de Bogotá.
«Muchos venezolanos llegan con los pies bastante ampollados, ensangrentados en unos casos, en otros con la piel maltratada por el peso de las maletas, insolados, desnutridos y deshidratados», asegura Rojas.
Son las tres de la madrugada y a la terminal llega un autobús desde la ciudad fronteriza de Cúcuta; bajan bastantes venezolanos y Nayibe Pérez, gerente de proyectos de este grupo de la NRC, explica a Efe que «el protocolo a seguir es verificar que los niños menores de cinco años tengan el esquema de vacunación completo».
Vacunas
Muchos de los menores venezolanos que entran a Colombia por tierra llegan sin vacunas, solo con las de recién nacidos, como BCG o hepatitis B, y por eso en el puesto de salud instalado en El Salitre se les aplican las del sarampión, difteria y varicela para que puedan continuar su viaje.
Los miembros de la unidad de respuesta rápida o «grupo de la esperanza», como les bautizó uno de los venezolanos de la terminal, han dado desde octubre de 2018 asistencia humanitaria a 1.400 personas.
En su primera noche en Bogotá Daniel y Eduardo dormirán acompañados, lo harán en el suelo de la terminal con una veintena de hijos y padres que como ellos buscan una segunda oportunidad.
Su próximo destino será Tunja, en el vecino departamento de Boyacá, donde el bebé esperará en una guardería mientras su padre busca trabajo «de lo que sea», como dice, «aunque sea vendiendo dulces» en la calle.
David Casasús Márquez (EFE)
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