«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama. ¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿O le daría una culebra cuando le pide un pescado? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, traten a los demás, como ustedes quieren ser tratados: porque en esto consiste la Ley y los Profetas».

  Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a San Macario, obispo de Jerusalén, que con sus exhortaciones logró que los Santos Lugares fueran restaurados y enriquecidos con basílicas por el emperador Constantino el Grande y por su madre, santa Elena.

 Por su parte la liturgia diaria nos invita a meditar el Evangelio de nuestro Señor JESUCRISTO según Mateo capítulo 7, verso 7 al 12.  En el que JESÚS exhorta a sus discípulos de todos los tiempos a ser perseverantes en la oración, pero también a hacerlo de manera correcta. Por eso el Maestro hace una comparación muy familiar: «¿Quién de ustedes dará una piedra a su hijo si le pide pan? O ¿le dará una serpiente, si le pide un pez?»

En esa mismo cuestionamiento o enseñanza, JESÚS llega a dos conclusiones: La primera muestra que primero debemos aprender a hacer actos de solidaridad y Misericordia, tal como las hace DIOS, «Pues si ustedes, siendo malos saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más Su Padre que está en los cielos dará buenas cosas a que le piden?  La segunda es una «regla de oro» que enseña que. si queremos que otros nos traten bien, también nosotros tenemos que tratarlos bien a ellos, así nos los dice: «Todo lo que ustedes quieran que los hombres hagan con ustedes, todos ustedes háganlo así con ellos, ya que en eso consisten la Ley y los Profetas».

Recordemos también que ayer el Maestro, nos decía que no debemos estar pidiendo signos espectaculares para poder creer, sino más bien que seamos humildes en la aceptación de las grandes maravillas que constantemente hace DIOS por nosotros. Y es que, la oración cristiana es la expresión de nuestra relación con DIOS como El ÚNICO Absoluto. Es una relación que nace de la más profunda confianza en el AMOR y la Misericordia de DIOS Padre como alguien que está establecido en nuestro entorno familiar, y que vela por todos, en todo momento y lugar.

 Al confrontarnos con el texto, podemos entender de una mejor manera, la forma de presentar nuestras necesidades y peticiones a DIOS y saber que Él contesta nuestras oraciones con amplitud y generosidad. Ya que siempre nos da más de lo que pedimos, aun cuando muchas veces no nos damos cuenta, por tener un corazón muy cerrado. Por eso es que nuestra oración debe ser confiada y perseverante. Pero no, a manera de trueque, de que, si DIOS nos concede «algo», nosotros nos vamos «a portar de tal manera», ni tampoco podemos pensar en un DIOS, que nos reúne como por arte de magia, la solución de nuestros problemas, a los cuales consideramos como únicos, e insuperables.

 De allí que este tiempo de Cuaresma, sea el tiempo propicio, para enseñarnos a estar atentos a la voz de DIOS y hacer lo que Él espera de nosotros. Es el tiempo para entender de manera clara esta enseñanza, que hoy nos ofrece nuestro Señor JESUCRISTO, de parte del Padre Celestial: «El que pide, recibe, el que busca encuentra. Al que golpea se le abrirá», porque DIOS nunca decepciona al que busca refugio en Su Palabra y en Sus Designios, sino que lo conduce «hacia fuentes tranquila» y le «prepara un Banquete» que es la envidia de sus adversarios.

 Señor JESÚS, danos el discernimiento necesario para aprender a pedir al Padre lo que será útil para nuestra salvación y para el desarrollo de nuestra vida terrenal, y ayúdanos a tratar a nuestros semejantes con amabilidad y prestos a servirles, tal como nosotros queremos que ellos nos traten. Amén.

 

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