Evangelio del Día. Juan 15,1-8

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Juan 15,1-8 “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Toda rama que no da fruto en mí, la corta. Y toda rama que da fruto, la limpia para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado, pero permanezcan en mí como yo en ustedes. Una rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes las ramas.

El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí, no pueden hacer nada. El que no permanece en mí lo tiran y se seca; como a las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman. Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán. Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundantes frutos: entonces pasan a ser discípulos míos”

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La Iglesia Universal celebra en este Quinto Domingo de Pascua, en este caminar de la Vía Lucis. En este día también se celebra la fiesta, entre otros santos, en honor a San Atanasio. Obispo egipcio y Doctor de la Iglesia, nacido en Alejandría, Egipto, en 279 y fallecido en la misma ciudad el 2 de mayo de 373. Llegado a la adolescencia, estudió derecho y teología. Se retiró por algún tiempo a un yermo para llevar una vida solitaria y allí hizo amistad con los ermitaños del desierto; cuando volvió a la ciudad, se dedicó totalmente al servicio de DIOS. Fue el más acérrimo defensor de la doctrina ortodoxa cristiana, combatiendo principalmente, contra el arrianismo.

Y la liturgia diaria nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, Según San Juan capítulo 15, verso 1 al verso 8, en el que JESÚS, comparte con sus discípulos la parábola de la vid. El Maestro retoma una figura bíblica muy conocida por los judíos, pero le cambia su sentido original, como ya lo hizo hablando del buen Pastor. Recordemos que la viña era la figura del pueblo de Israel, plantada de cepas escogidas, cuidada por el Señor, y que debía produci.

frutos de justicia. Por eso es que, al calificarse JESÚS, así mismo como la “Vid Verdadera”, nos hace percibir el Rechazo de DIOS a la “Antigua Vid”.

 Y al Encarnarse JESÚS, pone fin a esta etapa de la historia, en que el Reino de DIOS se identificaba con el pueblo judío. Porque la otra vid, aunque ha sido fiel a las prácticas cultuales y rituales, ha dejado de lado el derecho y la justicia. Por eso es que JESÚS Anuncia el inicio de una Nueva experiencia Religiosa, caracterizada por la vuelta al DIOS-PADRE-VIÑADOR y su Permanencia en Él. Y esa Permanencia es garantía de Frutos abundantes por Su Causa y para la vida de sus hermanos.

 Puede decirse entonces que, con la Encarnación de JESÚS, echó sus raíces la VID VERDADERA, de nuestra Santa Madre Iglesia, ya que Cristo es el Tronco del que salen las ramas, es decir, todos nosotros que vivimos por Él. Y si los que nos llamamos sus seguidores queremos dar frutos tenemos que estar adheridos al PADRE y al HIJO, a través de la práctica de la justicia y del servicio tal como lo hizo JESÚS en Su Vida terrena. 

 Al confrontarnos con el texto vemos que como siempre el Maestro no se anda con rodeos, por lo que nos hace una advertencia bien dura y tajante: “El que no permanece en mí lo tiran y se seca; como a las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman”. Y es que, si no se vive como Él, haciendo la Voluntad del PADRE, practicando Sus Obras de Misericordia, nuestras vidas se volverán estériles e inútiles para la Causa del Reino por lo que seremos apartados de Su lado.

 Por eso es que, así como los sarmientos deben de estar unidos a la Vid, para que den fruto abundante, así también cada uno de los que nos llamamos seguidores de JESÚS, tenemos que estar unidos a Él por medio de la oración, leyendo y meditando la Sagrada Escritura y alimentándonos con el Pan de la Eucaristía, y en un discernimiento profundo, asumir la tarea de ser sus testigos en los distintos lugares donde interactuemos con nuestros semejantes, sirviéndoles y amándolos tal como nos los pide nuestro Señor.  

 

Luis Perdomo

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