“En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él le preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana.
La Iglesia universal celebra hoy, la fiesta en honor, entre otros santos, a San Clemente María Hofbauer, quien nació el 26 de diciembre de 1750, en Tasovice, distrito de Znojmo, Moravia, y murió en Viena, el 15 de marzo de 1820. Fue un presbítero austríaco, de la Congregación del Santísimo Redentor, impulsor de la difusión de esta congregación religiosa en Austria y Polonia. Fue beatificado por León XIII, el 29 de enero de 1888, y canonizado el 20 de mayo de 1909.
Y la liturgia diaria nos presenta el Evangelio de JESUCRISTO, Según San Juan capítulo 4, versos del 43 al 54. En el que se narra el encuentro de JESÚS, con un funcionario real, que le ruega ir a su casa, porque su hijo estaba enfermo y necesitaba ser curado. El Maestro acepta su invitación, pero en tono de reclamo lo invita a ir más allá, diciéndole: “si no ven signos y prodigios, no creen”. No es un rechazo al funcionario, sino más bien, una invitación a entrar por el camino de la Fe, en el descubrimiento de la Persona de JESÚS de Nazaret.
El hecho ocurrió en Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. En la tierra, donde los israelitas decían: “que no podía salir nada bueno”, y por lo que JESÚS, había expresado al inicio del texto, que: “Un profeta no es estimado en su propia patria”. Por eso ocurre este otro hecho excepcional, donde una vez más la eficacia y el poder sanador de la Fe, logra sobreponerse al escepticismo de muchos. Ante la evidencia aquel funcionario, descubre en JESÚS, a aquel que tiene el poder de dar la vida y desde aquel momento él y toda su familia llenos de gozo, creen y se convierten, y contagian a otros de ese hecho tan Trascendental en sus vidas.
Y es que sin lugar a dudas, alegría y regocijo fue lo que sintió el funcionario real cuando su hijo fue librado de la muerte segura gracias a la curación de JESÚS, con solo decir: “Anda tu hijo vive”. El padre del niño creyó en la palabra del Señor, como nos cuenta el evangelista San Juan, y justo en la hora en la que aceptó la Palabra de JESÚS, su hijo fue sanado de la fiebre mortal: “la hora séptima”, nos dice el Evangelista, la hora crucial.
Al confrontarnos con el texto, y ver estos momentos de gran incertidumbre en que pareciera que no hay salida, que esta amenaza va a durar un gran rato, que no hay vacuna, ni medicamentos suficientes, que los problemas que nos agobian, como que han sobrepasado nuestra fe. Que estamos en el borde, entonces el Maestro con gran dulzura me dice: “si no ven signos y prodigios, no creen”. “Anda ten Fe, espera la hora séptima”, que es la hora de la Fe y de la Confianza, Que después de la tempestad viene la calma”
Y yo, con suma pena quiero pedirte perdón por mis dudas, porque Tú me has demostrado a través de Tu accionar en la historia de la humanidad, que nada ni nadie puede apagar, la grandeza de Tu AMOR por la raza humana. Y con un corazón arrepentido, quiero pedirte que me concedas experimentar la alegría del funcionario al ver sanado a su hijo. La alegría de sentirte cerca porque sé que caminas a mi lado; la alegría de que contigo lo tengo todo, de que Tú eres mi mayor Tesoro. Por eso me atrevo a agregar a mi petitorio que, no permitas Señor, que la tristeza y el pesimismo se apoderen de mi corazón, ante la amenaza de este virus, ni ante tantas calamidades que se han cernido sobre nosotros. Ayúdame a transformar mi luto en danza, y mi melancolía en alegría que brota de Tu Presencia Vivificante, y que es “Gozo en el Espíritu”.
Señor JESÚS, ábreme los ojos y el corazón, para descubrir Tu Presencia vivificante en todas las circunstancias y momentos de mi vida, sin andar obsesionado por manifestaciones espectaculares del poder de DIOS, sino más bien confiado en que Él hará su parte si yo hago lo que me corresponde. Amén.
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