“Cuando le llegó a Isabel su día, dio a luz un hijo, y sus vecinos y parientes se alegraron con ella al enterarse de la misericordia tan grande que el Señor le había mostrado. Al octavo día vinieron para cumplir con el niño el rito de la circuncisión, y querían ponerle por nombre Zacarías, por llamarse así su padre. Pero la madre dijo: «No, se llamará Juan.» Los otros dijeron: «Pero si no hay nadie en tu familia que se llame así.» Preguntaron por señas al padre cómo quería que lo llamasen.

Zacarías pidió una tablilla y escribió: «Su nombre es Juan», por lo que todos se quedaron extrañados. En ese mismo instante se le soltó la lengua y comenzó a alabar a Dios. Un santo temor se apoderó del vecindario, y estos acontecimientos se comentaban en toda la región montañosa de Judea. La gente que lo oía quedaba pensativa y decía: «¿Qué va a ser este niño?» Porque comprendían que la mano del Señor estaba con él”.

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana

La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta entre otros santos en honor a San Antonio de Santa Ana Galvao, santo brasileño, de la orden de los frailes menores Alcantarinos, que vivió entre los años: 1739 al 1822. Es el fundador de los Concepcionistas de Brasil. Fue un gran evangelizador de las poblaciones ribereñas del río Paraiba.

Y la liturgia del día nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Lucas, capítulo 1, del verso 57 al verso 66. En el que se relata el nacimiento de Juan el Bautista, y junto a su nacimiento DIOS le devuelve el habla a su padre Zacarías, por lo que todos los testigos de este acontecimiento quedaron maravillados y experimentando la certeza de que Juan era un ungido del Señor.

Con mucha sencillez y sobriedad Lucas nos relata el nacimiento de Juan el Bautista, como un acontecimiento que produce mucha alegría a los amigos y familiares de Isabel y Zacarías. Las felicitaciones eran para esta pareja de ancianos, que de estériles pasaron a ser padres nada menos que de Juan el Bautista, convirtiéndose así en el primer gran milagro que rodea “al más grande nacido de mujer” (Lc 7,28).

El segundo milagro se da a los ocho días de su nacimiento, en la ceremonia de su circuncisión, acto necesario para su incorporación como miembro pleno del pueblo de Israel, en este rito el niño recibirá su nombre: JUAN, todo un programa de Vida y de Misión. El nombre lo pondrá la madre, cosa poco usual en ese tiempo, pero como el papá del niño no podía hablar, se le tuvo que solicitar el nombre a la mamá.

Recordemos que Zacarías había perdido el habla, desde que el Ángel le anunció que él y su mujer Isabel, serían los padres del Precursor del Mesías. La Palabra nos dice que Zacarías quedó mudo por dudar de la noticia que le había dado el Ángel Gabriel. Sin embargo, algunos expertos bíblicos expresan que más que un castigo, era un espacio de silencio necesario ante el nacimiento del Precursor de la Palabra. Por eso es que Zacarías escribe el nombre de su hijo en una tablilla y bendice a DIOS con todo su corazón y con toda su alma, y en compensación DIOS desata su lengua para proclamar tal Anuncio.

Al confrontarnos con el texto, vemos que sordera y mudez, van muy de la mano cuando somos incapaces de escuchar a DIOS, que trata de comunicarse con nosotros a través de la Sagrada Escritura, de nuestros semejantes, de la naturaleza o de nuestra propia conciencia, intentos que parecieran insuficientes. Y es que ante tantas cosas que nos ocupan y ante tantos planes, proyectos, problemas, que nos desgastan y nos hacen andar sin rumbo y sin alternativas, construimos unas barreras que nos incapacitan o nos alejan de DIOS, y obviamente de nuestros semejantes.

Por eso es que hoy es el día para preguntarnos: ¿En este tiempo de Adviento me he preparado para escuchar la voz de DIOS? ¿He abierto mi corazón para oír lo que DIOS tiene planeado para la humanidad? ¿Cuánto tiempo he dedicado durante este año que está a punto de terminar, para sostener un diálogo sincero y filial con mí Creador? ¿De qué manera me he preparado para recibir el Mesías, en mi corazón, en mi familia, en mi Iglesia, en mí vecindad?

Señor JESÚS, quizás nuestro corazón no sea muy recto, pero nuestra necesidad de Ti es tan imperiosa, que te pedimos encarecidamente que lo endereces para el encuentro con la Verdad, que eres Tú mi Señor Amado, y así poder ser parte preponderante de “la Civilización del AMOR”. Amén.

Luis Perdomo

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