Evangelio del Día

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó por los confines entre Samaría y Galilea, y al entrar en un pueblo, le salieron al encuentro diez leprosos.

Se detuvieron a cierta distancia y gritaban: «Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros».

Jesús les dijo: «Vayan y preséntense a los sacerdotes».

Mientras iban quedaron sanos. Uno de ellos, al verse sano, volvió de inmediato alabando a Dios en alta voz, y se echó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole las gracias. Era un samaritano.

Jesús entonces preguntó: «¿No han sido sanados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este extranjero?» Y Jesús le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana.

La Iglesia universal celebra hoy la Fiesta, entre otros santos, en honor a San Alberto Magno, Obispo y doctor de la Iglesia, quien nació hacia el año 1206, en Lavingen, junto al río Danubio, en Alemania. Estudió en Padua y París.

Gran Dominico, formidable profesor, brillante Obispo, y escritor de singulares méritos para el provecho de la cultura sagrada y profana. Murió en Colonia, en el año de 1280.

En la liturgia del día meditamos los textos: Sab 6,1-11; Sal 81 y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Lucas, capítulo 17, del verso 11 al verso 19.

En el que se relata la parábola de los diez leprosos, que fueron sanados, pero a uno sólo se le dijo: Tu fe te ha salvado.

Porque solamente este fue capaz de dar una respuesta que saliera realmente del corazón.

Mientras los otros se preocupaban por cumplir los trámites legales, él no pensó más que en dar gracias a DIOS, ahí mismo donde la Gracia de DIOS lo había encontrado. Y es ésta la fe que lo salva y lo transforma.

Recordemos que la Sanación y la Salvación son presentados frecuentemente en el Evangelio según San Lucas, como sinónimas, o incluso como la misma realidad.

Y quizás esa narrativa se hace para de alguna manera contrarrestar los prejuicios existentes en las sociedades antiguas, frente a los enfermos, minusválidos y menesterosos, ya que tanto los judíos, como los griegos tenían una gran devoción por la salud y la belleza, y el poseerlas era sinónimo de bienestar y el bienestar a su vez era sinónimo de salvación o de ser favorecido por DIOS.

Sin embargo, JESÚS, como siempre rompe con estos prejuicios y hace un gesto sublime al encontrarse con este grupo de leprosos, que por su enfermedad y fealdad eran mortalmente despreciados.

Es tan evidente el rechazo de estos enfermos, que los propios discípulos de JESÚS, están ausentes de la escena.

Por eso es que la Sanación que JESÚS hace sobre este grupo de enfermos, les restaura la salud, pero según la Ley, es el Templo quien tiene que certificar su sanación por medio de una ofrenda.

Es de hacer notar que el samaritano tratado como extranjero por sus propios compañeros de infortunio es el único que regresa porque se siente en deuda con JESÚS, y no con el Templo que nunca lo ha reconocido como persona o como hijo de DIOS.

Con esta acción no solo reconoce que ha sanado su cuerpo, sino que ha restaurado su espíritu, es decir, ha entrado en el nuevo orden de relación con DIOS, que es su propia Salvación.

Al confrontarnos con el texto, vemos que un extraño, que no forma parte del pueblo de DIOS, despreciado por los de adentro, es el único que sabe reconocer el Don recibido por DIOS, dando una lección superior a quienes, a pesar de haber sido sanados, no supieron entender que la verdadera sanación comienza con la salud física, pero tiene su plenitud espiritual en el seguimiento a JESÚS, que SANA Y SALVA a quienes se acerca a Él.

De allí que, el texto meditado nos invite al agradecimiento con DIOS, por tantos dones recibidos, y nos genera confianza y esperanza, ya que a pesar de las exclusiones que se viven en nuestra sociedad, JESÚS viene al encuentro de nosotros para que nos juntemos y aprendamos que a pesar de que no somos indispensables, si somos   necesarios para transformar la maldad, la indiferencia y el egoísmo, en puntos de encuentros donde todos nos estimemos y respetemos como iguales.

Señor JESÚS, Tu misericordia nos alcanza a todos y de ella nos brota la vida. Concédenos recibirla con ánimo agradecido, de modo que rehaga desde lo más profundo todo nuestro ser. Amén.

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