En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello, y le dieron la noticia: ¡Es Jesús, el nazareno, que pasa por aquí!

Entonces empezó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le levantaron la voz para que se callara, pero él gritaba con más fuerza: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!

Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajeran, y cuando tuvo al ciego cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» Le respondió: «Señor, haz que vea.» Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado.»

Al instante el ciego pudo ver. El hombre seguía a Jesús, glorificando a Dios, y toda la gente que lo presenció también bendecía a Dios”.

Reflexión hecha por Luis Perdomo, animador Bíblico de la Diócesis de Guayana

La Iglesia Universal celebra hoy la fiesta, entre otros santos, en honor a la Beata María Fortunata Viti, una Benedictina, que durante setenta años supo ofrecer a Dios cotidianamente las labores de la vida ordinaria.

Nació en la localidad italiana de Veroli, región del Lazio, el 10 de febrero de 1827, y murió el 20 de noviembre de 1922 cuando contaba con 95 años.

El 8 de octubre de 1967 la beatificó Pablo VI quien ensalzó su edificante vida de perfección.

En la liturgia diaria meditamos los textos de: 1Mac 1,10-15.41-43.54-57.; Sal 118; y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Lucas capítulo 18, del verso 35 al 43.

En el que se relata el encuentro con JESÚS de un ciego sentado al borde del camino hacia Jericó, que tiene dificultad para acercarse al Maestro, por su ceguera y por el tumulto de la gente, que no solo es un obstáculo físico, sino que también le ordenan que se calle ante sus gritos insistentes.

Pero el necesitado, grita más fuerte, apelando “al Hijo de David”, un título mesiánico, que le da confianza. JESÚS se detiene, le llama y le pregunta: ¿Qué quieres? El diálogo es chispeante, el ciego quiere ver y el Maestro accede enseguida diciendo: ¡Recobra tu vista, tu Fe te ha salvado! Al pobre ciego, se le concede más de lo que está solicitando, y todo el cuadro parece transformarse, ya que, el antiguo invidente aparte de recobrar la vista se convierte en un seguidor de JESÚS.

Poniéndose de relieve que la vista recobrada le permita al ciego ponerse en el camino y descubrir por sus propios medios quién es verdaderamente JESÚS. Y el tumulto de la gente también tiene una transformación, porque ahora pasa a ser Pueblo de DIOS, a quien bendicen con mucho entusiasmo, es como si la ceguera hubiera desaparecido de todos ellos y la experimentación de DIOS por el milagro presenciado los haya llevado al clímax de la Santidad.

Al confrontarnos con el texto, vemos que en nuestros tiempos asistimos a una situación de mucha confusión y desesperanza, donde la Fe es trastocada por ilusionista, y estafadores que engañan fácilmente a un pueblo que quiere soluciones inmediatistas, que no requieran mucho esfuerzo, ni físico, ni intelectual.

Por eso los gritos y llantos de los enfermos y hambrientos que claman por medicina y comida, son acallados por pequeñas turbas que, amparados por las migajas de poder, pasan como ciegos que solo ven el espejismo de promesas que nunca se hacen realidad.

También hay que destacar que, hay muchas personas que buscan a JESÚS, porque lo ven como una fuente de milagro muy personal, e incluso de poder o de medio para mejorar su situación económica, política o social.

Otros lo siguen por esnobismos o por los títulos que exaltan su figura, pero pocos convencidos que es el camino para encontrar la verdadera felicidad que está en la de ser útil para los otros y ganarse así la vida eterna.

De allí que el texto leído nos confronta grandemente y nos invita a pedirle a JESÚS, que nos abra los ojos, para que seamos nosotros mismos quienes lo descubramos en el rostro de todos aquellos que diariamente luchan por la justicia y por cambiar la desigualdad existente en nuestra sociedad, de tal manera que podamos ponernos en camino y alabar a DIOS, tal como lo hizo el ciego de Jericó, hace dos mil años.

Señor JESÚS, haz que nuestros ojos, adormilados y enceguecidos por tanta injusticia y por tanta indiferencia, puedan percibir Tu Presencia y entender que la verdadera felicidad que está en la de ser útil para los otros y ganarse así la vida eterna. Amén.

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