Evangelio

“En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de todo lo que estaba ocurriendo, y no sabía qué pensar, porque unos decían: «Es Juan, que ha resucitado de entre los muertos»; y otros: «Es Elías que ha reaparecido»; y otros: «Es alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.» Pero Herodes se decía: «A Juan le hice cortar la cabeza. ¿Quién es entonces este, del cual me cuentan cosas tan raras?» Y tenía ganas de verlo”.

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana

La Iglesia universal celebra hoy la fiesta en honor a San Wencenlaos de Bohemia, mártir. Nació alrededor del año 907 en Stochov, cerca de Libusin y murió el 28 de septiembre del año 929 o 935 en Stará Boleslav. El pueblo lo proclamó como mártir de la fe, y pronto la Iglesia de San Vito, donde se encuentran sus restos, se convirtió en centro de peregrinaciones. Ha sido proclamado como patrón del pueblo de Bohemia y hoy su devoción es tan grande que se le profesa también como Patrono de Checoslovaquia.

En la liturgia del día meditamos los textos: Ag 1,1-8; Sal 149 y el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, según San Lucas capítulo 9, del verso 7 al 9. En el que se narra la curiosidad del rey Herodes, el personaje más importante de Galilea, por conocer a JESÚS. Y por cuya identidad se interroga, siguiendo las opiniones que circulan entre la gente sobre el Nazareno. Su expectativa le lleva a hacerse varias preguntas y sus respuestas tienen un triste final para él.

Ya que si Jesús es Juan el Bautista que ha resucitado, su mala conciencia experimenta un retortijón de remordimiento, porque él lo había mandado a matar de la manera más vil. Si es Elías, significaría el final de los tiempos y entonces tendría que decirle adiós a su reino. Si es otro de los profetas que ha revivido, los cuales fueron muy incómodos para los poderosos, significaría también una amenaza para su poder. En los tres casos se da el error de asemejar a JESÚS, con el pasado.

Pero Herodes moviéndose entre la sensatez y el cinismo, acierta planteándose la pregunta clave: ¿Quién es este? Para responderse no encuentra más que un medio: ver a JESÚS. A ello lo guía no la fe, sino una malsana curiosidad. Más adelante, en la hora de la Pasión del Maestro, el malvado reyezuelo tendrá la ocasión de satisfacer su curiosidad, acabando por burlarse del pobre condenado, ya que buscaba al espectáculo, no al Dios Encarnado.

A diferencia de este personaje, con una fama oscura, una masa anónima de gente pobre y marginada busca a JESÚS, para escuchar Su Mensaje de Salvación, para ser sanados de sus enfermedades o ser saciado de su hambre. Pero solo un diminuto grupo de personas se atreve a acompañarlo en el camino hacia Jerusalén y un grupo aún más reducido continúa a su lado, después de su muerte para Anunciar Su RESURRECCIÓN.

Al confrontarnos con el texto vemos que, en nuestro tiempo también hay muchos Herodes empeñados en eliminar la vida y la esperanza de los pobres, pero al mismo tiempo se sorprenden porque aún, con todas las calamidades que viven, las pequeñas comunidades, organizaciones no gubernamentales y grupos eclesiales mantienen viva la Luz del Proyecto de JESÚS, para encontrar las fuerzas con las que se puede resistir el momento coyuntural que se vive.

Y al igual que Herodes mucha gente se interesa por JESÚS, bien sea por su fama, por su acción profética, por los milagros que se le atribuyen o incluso por lo novedoso de Su Enseñanza. Y esta curiosidad ya es un buen inicio, pero es insuficiente si no se da el paso de seguirlo a Él, por el camino del conocimiento personal, el cual lo encontramos en la Sagrada Escritura, que al hacerla parte de nuestras vidas nos transforma y damos inicio a la transformación de nuestros entornos. Por eso hoy es el día para preguntarnos: ¿con cuál grupo me identifico: ¿con los curiosos, con los simpatizantes o con los discípulos fieles de JESÚS?

Señor JESÚS, Ayúdanos a entender lo necesario e importante que eres Tú para nuestras vidas, y líbranos de hacer de Ti una especie de producto del que podemos echar mano según los caprichos de nuestro corazón. Amén.

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