“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.» Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les respondió: «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, ¿el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.»

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana, Venezuela.

La Iglesia universal celebra hoy la Fiesta, entre otros santos, en honor a San Roberto, nació en Monte Luciano, Toscana, Italia, en 1542. Murió el 17 de septiembre de 1621. Fue un miembro de la Compañía de Jesús, cardenal, arzobispo, e inquisidor en la época de la contrarreforma, que defendió la fe y la doctrina católica. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.

En la liturgia del día meditamos los textos: Tb 3,1-11.1-17; Sal 24 y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Marcos, capítulo 12, del verso 18 al verso 27. en el que se continua la controversia con los jefes de los judíos, esta vez le corresponde el turno al partido de los saduceos y el tema es de corte teológico-moral, sobre si los muertos resucitan o no. El argumento para demostrar que no hay resurrección, es la interpretación ajustada a sus intereses, de la ley del Levirato, del latín: levir (cuñado), que exigía al hermano de un difunto, casarse con la viuda cuando no había tenido descendencia para asegurarle un heredero (Dt 25,5-10).

  Importantes es destacar que el nombre de los saduceos, deriva del nombre de Sadoc, sacerdote ligado a la historia de David y Salomón. Poco numerosos, pero con mucho poder, los saduceos pertenecían a la clase sacerdotal y a la nobleza laica, que no creían en la resurrección, ya que pensaban que el reino mesiánico ya estaba presente en la situación de bienestar que ellos estaban disfrutando. Ellos eran fieles exponentes de lo que se ha llamado la “teología de la retribución”, según la cual DIOS retribuye con riqueza y bienestar a todos los fieles observantes de la Ley y castiga con la pobreza a los que desobedecen la Ley.

En sus fundamentos de fe los saduceos se atenían a la letra de la Escritura Santa y a la autoridad de Moisés; por lo que no aceptaban la tradición oral de los fariseos como fuente de interpretación de la Escritura. Y precisamente por eso es que JESÚS acude al pasaje de Moisés en la zarza ardiendo. Diciéndoles que el “Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob” quiere la vida de todos sus hijos. “No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos están vivos” (Mc 12,27).

 Al confrontarnos con el texto, vemos que al igual que los saduceos muchos de nosotros tenemos una concepción equivocada de lo que significa la Resurrección de los muertos, ya que muchas veces creemos que vamos a tener una prolongación de los estatus que estamos experimentando en esta vida transitoria y efímera. Otros también nos construimos nuestra propia “teología de la retribución”, por lo que aspiramos a un disfrute de bienes terrenales de acuerdo a nuestra relación con DIOS. Sin acordarnos que lo que DIOS quiere es precisamente lo contrario, es decir que renunciemos a dejarnos poseer por las cosas y entrar más bien en la dinámica de la Verdad que libera de los sentimientos desviados del tener y el poder, para llevarnos al compartir y al servir, que es el Camino para experimentar en esta vida, la Felicidad Suprema del Banquete de la Vida Eterna.

 Y que tal como nos los enseña nuestra Iglesia, con la muerte se acaba nuestro peregrinar en la tierra. Se acaba el tiempo de gracia y de misericordia que DIOS nos ofrece para vivir nuestra vida de acuerdo a lo que JESUCRISTO vino a enseñarnos.  Y que, gracias al Bautismo, quedamos unidos a Cristo y podemos participar en la Vida Celestial de Cristo Resucitado. Pero que dependerá de cada uno de nosotros el disfrute de esa nueva condición, ya que: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación.” (CIC 1022 y 1038).

 Señor JESÚS ayúdanos a ser fieles intérpretes de Tu Mandamiento de AMOR, y a tener siempre presente, la alerta que Tú nos has dejado a través de la Iglesia: “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación.” Amén.

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