Mateo 1,16.18-21.24: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» ¡Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor!”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
La Iglesia universal celebra hoy la solemnidad de San José, esposo de María, quien tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo del Niño JESÚS y de ser esposo virginal de la Virgen María. San José, el santo custodio de la Sagrada Familia, es el santo que más cerca está de JESÚS, y de la Santísima Virgen María, por lo que puede interceder grandemente por la humanidad. Este año a pesar de la cuarentena, nuestra celebración es doble, ya que el Papa Francisco lo ha decretado como el año Jubilar de San José, en su Carta Apostólica, Patris Corde, publicada con motivo del 150 aniversario del decreto Quemadmodum Deus, con el que el Beato Pío IX declaró el 8 de diciembre de 1870 a San José, patrón de la Iglesia Católica.
Y la liturgia del día nos presenta el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Mateo capítulo 1, verso 16 al verso 24, en el que se relata de manera bien precisa la actuación de Dios, para hacer realidad la promesa hecha a Abraham y más tarde a David, y darle a la humanidad un interlocutor válido, que le abriera las puertas del Reino de DIOS, la ley del amor y la fraternidad, que no es sólo promesa para un futuro indeterminado, más allá de la muerte, sino que está ya presente y operando en este mundo nuestro, gracias a la presencia encarnada del Hijo de DIOS, JESÚS de Nazaret.
Y para que este hecho se hiciera realidad DIOS, convocó a dos personas de origen muy humilde, prestos a responder y colaborar de manera decidida en este gran acontecimiento. Uno de ellos, es el protagonista del relato de hoy, José, el padre adoptivo de JESÚS, cuya actitud de silencio, es resaltada en los escritos donde aparece, y aunque pareciera no entender los designios de DIOS, se compromete y coopera con Su Plan.
Muchos se preguntarán el sentido de la aparición de José en la historia de la Salvación. Y al revisar el Antiguo Testamento, podemos ver que, en él se cumple, según la ley, aquella antigua promesa. No es un rey, ni un príncipe, ni siquiera un noble, es un obrero anónimo, pero al que la Providencia salvífica de DIOS ha situado en el centro de la historia. Es él, el depositario legal de aquellas promesas ya remotas y casi olvidadas, el renuevo del tronco de Jesé (cf. Is 11, 1), el fruto inesperado de un árbol que parecía ya por completo seco y sin vida. Y es él, en consecuencia, el que transmite, según la ley, la sucesión davídica al verdadero David, el hijo de la Virgen, el verdadero Rey, Profeta y Sacerdote de la Nueva Alianza.
Y es eso lo más Grande e inexplicable de Nuestro DIOS, que actúa contrariando la lógica humana. Por eso es que, en José vemos con claridad una verdad de extraordinaria importancia para nuestra fe y para la vida de cada uno. Ya que los grandes acontecimientos de la historia, esos que conmueven sus cimientos y hacen que varíen su rumbo, suceden gracias a personas humildes y anónimas que han hecho posible la aparición de los grandes y decisivos personajes que cambian el curso de la historia de la humanidad.
Al confrontarnos con el texto, y recordar estos acontecimientos en la forma como nos los narran los Evangelios, nos ayudan a darnos cuentas de la necesidad de ejercitar más nuestra fe. Por supuesto que no hay que renunciar a tener una fe crítica y madura, pero tampoco podemos llegar al extremo de confundir “madurez de fe”, con la necesidad de pruebas, para poder creer. Ya que, un signo de madurez de fe es la aceptación humilde y sencilla de que DIOS, actúa en nuestra historia de una manera imperceptible, y que a cada instante nos está invitando a que participemos de una manera menos complicada en el Proyecto Salvífico de la humanidad.
De allí que hoy, sea el día, para seguir el ejemplo de José, que calla y adora, no quiere ser protagonista, No quiere “robar cámara”, ni salir en la foto. No quiere que lo entrevisten para decir: “yo estuve allí”. Simplemente guarda silencio y contempla. Y es esa la actitud a la que estamos invitados a seguir en este tiempo de Cuaresma y de Cuarentena que estamos viviendo, bien propicio para VIVIR el silencio y dejar que nuestro corazón se llene del Amor de DIOS, para entender Sus designios y para ver que hemos dejado de hacer, y en que debemos fortalecer, para seguir asumiendo, la tarea que tenemos como seguidores de JESÚS.
Señor JESÚS, enséñanos a ser justo como José, a estar abiertos a la escucha de Tu Palabra, de trabajar con fidelidad y diligencia, de saber soñar, de tomar decisiones y asumir riesgos, para que en la historia sucedan acontecimientos positivos y salvíficos, en vez de las muchas catástrofes que afligen a la humanidad. Amén
Luis Perdomo
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