“En aquel tiempo, Jesús volvió a la orilla del mar de Galilea y, subiendo al cerro, se sentó en ese lugar. Un gentío muy numeroso se acercó a él trayendo mudos, ciegos, cojos, mancos y personas con muchas otras enfermedades. Los colocaron a los pies de Jesús y él los sanó. La gente quedó maravillada al ver que hablaban los mudos y caminaban los cojos, que los lisiados quedaban sanos y que los ciegos recuperaban la vista; todos glorificaban al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de esta gente, pues hace ya tres días que me siguen y no tienen comida. Y no quiero despedirlos en ayunas, porque temo que se desmayen en el camino.» Sus discípulos le respondieron: «Estamos en un desierto, ¿dónde vamos a encontrar suficiente pan como para alimentar a tanta gente?» Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?» Respondieron: «Siete, y algunos pescaditos.» Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó luego los siete panes y los pescaditos, dio gracias y los partió. Iba entregándolos a los discípulos, y éstos los repartían a la gente. Todos comieron hasta saciarse y llenaron siete cestos con los pedazos que sobraron”.
Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana.
La Iglesia universal celebra hoy la Fiesta, entre otros santos, en honor a San Nicolás de Bari en Occidente, por el lugar donde fueron trasladados sus restos, también conocido como San Nicolás de Myra, en Oriente, por su lugar de fallecimiento, fue un obispo que vivió en el siglo IV. Aunque de su vida se sabe muy poco, se dice que en Asia Menor fue obispo de Myra y que fue perseguido y capturado por los romanos en el s. IV, siendo más tarde liberado por el emperador Constantino I. En el s. XI sus reliquias fueron llevadas a Bari, Italia. Se ha convertido en el patrón de Grecia y Rusia, de los marineros, de los niños e investigadores.
En la liturgia del día meditamos los textos: Is 25,6-10ª; Sal 22 y el Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Mateo, capítulo 15, del verso 29 al verso 37. Donde el evangelista integra magistralmente dos acciones en su narración, subrayando de esta manera su sentido catequético. Por una parte, relata la acción sanadora de JESÚS, devolviendo al pueblo, enfermo y desesperanzados por tanto males que lo afectaba, su sanación. Y en el complemento de esta narrativa se presenta un lado profundamente humano del Hijo de DIOS, que siente Compasión y Misericordia por aquella multitud de gente, que lo lleva a hacer el milagro de la multiplicación de los alimentos, para darles de comer.
Esta multiplicación de los alimentos, es la segunda narrada por Mateo, donde se presentan características más universales que la primera, la cual fue hecha a beneficios de los israelitas, mientras que, en esta, los favorecidos son todos los pueblos, representados en las grandes multitudes que siguen a JESÚS. Y es que el Señor se desvela compasivamente por la raza humana, en primer término, curando las enfermedades del cuerpo y del alma y después preocupándose de procurarnos el alimento.
Bien pertinente es destacar la simbología y los números que el autor sagrado usa en este texto. Tres días, en alusión a la Resurrección; siete panes, sustituyendo el clásico número doce, referido a las tribus de Israel; acción de gracia, con connotación Eucarística, en vez de la tradicional bendición; cuatro mil hombres, evocando los cuatro puntos cardinales, con lo que subraya el carácter universal de la acción salvífica de DIOS.
Siete canastos donde se recogieron las sobras significan la plenitud de los bienes mesiánicos. También se destaca el estímulo que el Maestro le da a sus seguidores, para asociar Su Misión a la de Él, impulsándonos a dar cuanto tenemos, porque la SALVACIÓN es como el PAN que llega para saciar las necesidades de todos, y por eso todos debemos involucrarnos.
Al confrontarnos con el texto vemos que, a lo largo de la historia cristiana, el Señor ha multiplicado y sigue multiplicando el pan, los alimentos y hasta los tarros de conserva, muy especialmente para aquellos que lo han dado todo o que lo arriesgan todo por el cumplimiento de la Misión que Él les ha encomendado. Y es que no se puede ser auténticamente cristiano, sino tenemos una vida de compromiso para luchar en contra de las injusticias y las desigualdades y donde los signos visibles sean la búsqueda para paliar el hambre y la sanación espiritual y corporal, de tantos semejantes que deambulan por las calles de nuestras ciudades.
Por eso es que la Iglesia siempre se ha preocupado por atender las necesidades de los empobrecidos y excluidos. Muestra de ello es el gran esfuerzo que se está haciendo en nuestro país, para de alguna manera hacerle frente a esta profunda crisis social, política y económica, que estamos padeciendo. Pero como bien lo ha señalado el Papa Francisco, no es que debamos convertirnos en una ONG más, ejecutando acciones puntuales y asistencialistas. Sino que debemos de acompañar al pueblo en la conquista de su dignidad de hijos de DIOS, mediante la gestión de proyectos integrales de promoción humana y cristiana, donde la donación de lo poco o lo mucho que tengamos a favor del otro, sea lo más significativo.
De allí que hoy es el día para preguntarnos: ¿Comparto con gozo mis bienes con mis semejantes? ¿Estoy claro que para que en este mundo reine la justicia, la equidad, y la paz, yo debo participar activamente? ¿He ayudado a otros a entender su misión de cristianos?
Señor JESÚS, ayúdanos a abrir nuestros corazones para compartir nuestros alimentos y bienes materiales, sin objeciones y así ayudar a paliar el hambre y la miseria que está acabando con la dignidad de los venezolanos. Amén.
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