
La tierra se abrió primero en silencio, como si quisiera pasar desapercibida. En la urbanización Francisco Avendaño, mejor conocida como sector Los Alacranes, en la parroquia Simón Bolívar de San Félix, el miedo no cayó de golpe; fue llegando poco a poco, al mismo ritmo con el que la cárcava comenzó a comerse la calle 17.
Hace cuatro años, las máquinas se detuvieron y el ruido de la construcción del embaulamiento se apagó de un día para otro.
La obra, que prometía conducir las aguas servidas y de lluvia para evitar deslizamientos, quedó detenida en plena gestión del entonces gobernador Ángel Marcano y el exalcalde Tito Oviedo. Desde entonces, el socavón no dejó de avanzar. Lo que era una zanja en el fondo del terreno hoy es un farallón que marca la frontera entre lo que aún está en pie y lo que ya se perdió.
La calle 17 ya no existe. Donde antes pasaban niños camino a la escuela y vecinos cargando bolsas del mercado, ahora hay un vacío profundo, una herida de tierra expuesta que corta el barrio en dos. La 15 y la 16 del sector III, circuito C, siguen en pie, pero no son las mismas; sus habitantes viven mirando al suelo, calculando cada grieta nueva, midiendo con la vista cuánto más se ha acercado el borde del barranco.
En el punto neurálgico de la zanja, el terreno parece haberse estabilizado. Es, dicen los vecinos, donde antes bajaba el mayor volumen de agua de lluvia, mezclada con aguas residuales que corrían sin control. Cuando se paralizó la conducción de esas aguas, la cárcava dejó de crecer hacia el mismo punto, pero empezó a abrirse en otras direcciones. El socavón dejó de ser una sola boca y se convirtió en varias, discretas pero igual de peligrosas.
Entre las calles 16 y 17 se levantan algunas de las casas más vulnerables. Una de ellas, a pocos metros del farallón, se ha convertido en símbolo de la resistencia y del miedo. Sus dueños, una familia que levantó la vivienda a punta de trabajo y sacrificios, duermen cada noche con la sensación de que el piso puede ceder en cualquier momento. Viven con las maletas medio listas y la vista fija en las paredes, por si alguna nueva grieta les avisa que es hora de salir corriendo.
En Los Alacranes y también en Pinto Salinas, la cárcava no es solo un fenómeno geológico, es una amenaza que se cuela en las conversaciones, en los planes, en la manera en que los vecinos miran el cielo cuando comienza a llover. La obra inconclusa se ha convertido en un recordatorio constante de promesas detenidas en seco, como las máquinas que un día se fueron y nunca regresaron. Mientras tanto, la tierra sigue hablando, centímetro a centímetro, bajo los pies de quienes no tienen otro lugar a dónde ir.
Peligro evidente
Roger Morillo despierta cada mañana midiendo la distancia entre su cama y el borde del abismo. Su casa en Los Alacranes, a escasos metros de la cárcava, se ha convertido en una ruleta rusa geológica. «Siento miedo de que un día abra los ojos y esté atrapado al borde, sin saber hacia dónde escapar», confiesa el hombre, con la voz quebrada por cuatro años de zozobra.
No busca culpables. Solo suplica. A las autoridades nacionales, regionales y municipales les pide que vengan, que estabilicen la fosa. «Sabemos que no hay recursos ahora, podríamos esperar, pero no con este terror de caer al fondo del barranco», dice. Recuerda las promesas del exgobernador Ángel Marcano y el exalcalde Tito Oviedo, quienes se comprometieron a culminar el embaulamiento. «Quedó inconcluso, pero a la nueva gobernadora de Bolívar y al alcalde de Caroní solo les pedimos retomar el proyecto. La cárcava dejó de avanzar por un lado, pero pone en alto riesgo a otras familias».
Darwin Paraguacuto comparte el mismo vértigo. Su vivienda está en uno de los extremos donde los deslizamientos son diarios. Por un costado, tuberías de aguas negras se parten cada vez que la zanja avanza, un recordatorio constante de lo frágil que es su mundo.
«Hace cuatro años detuvieron la conducción de aguas, desde 2022 no sabemos qué pasará con nosotros», relata. Cita al presidente Nicolás Maduro: «Menos escritorios y más territorio». Palabras que, asegura, no hicieron eco en Caroní.
Ambos coinciden en lo esencial, si no hay presupuesto para la obra completa, al menos estabilicen la cárcava.
«Hemos sacrificado mucho por estas propiedades, no queremos perderlas por una zanja que come tierra centímetro a centímetro», concluyen. Mientras la tierra sigue hablando bajo sus pies, la espera se alarga, entre grietas nuevas y promesas pendientes.
Colinas de Pinto Salinas y Pinto Salinas
En Pinto Salinas y Colinas de Pinto Salinas, la cárcava no discrimina: devora con la misma hambre que en Los Alacranes, pero aquí el terror multiplica sus bocas. 42 familias viven en condiciones peores, con 16 ya reubicadas por la vulnerabilidad extrema. El resto espera, atrapado en un limbo que se agravó con el cambio de gobierno regional y municipal, cuando las reubicaciones se congelaron de golpe.
Un miembro del consejo comunal, que prefiere el anonimato por temor, calcula unas 300 viviendas en alto riesgo. Desde la entrada de la calle principal hasta la avenida Antonio de Berrío, pasando por la calle Monagas, la zona es emergencia pura; farallones que acechan, tierra que cede y familias que miden su supervivencia en metros.
Olivia Márquez lo vive en carne propia. Su casa, a pocos metros del barranco, alberga a su hija con dos nietas, una de un año y otra de tres, más un adulto. «Protección Civil viene siempre a medir qué tan cerca estamos del farallón. La última vez fue hace poco; midieron y se fueron, solo dijeron que aún estamos lejos», relata con resignación. Hace cuatro meses les prometieron reubicación, pero la promesa se diluyó en burocracia. «Seguimos esperando para salir de esta angustia», confiesa.
La cárcava de Pinto Salinas no espera anuncios ni calendarios. Mientras las máquinas siguen ausentes y las medidas se limitan a cintas métricas, las grietas se ensanchan. Las 26 familias pendientes de traslado duermen con un ojo en el techo y otro en el abismo, preguntándose si la próxima lluvia será la que decida por ellas. En este barrio de San Félix, la tierra no perdona esperas eternas.
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