Por Luis Ramón Perdomo Torres ([email protected])

Teniendo claro que, los destinatarios de nuestros escritos son un grupo muy reducido, frente al gran universo que conforma nuestra sociedad. Y eso que pareciera una debilidad es una fortaleza, porque la pequeño del grupo, nos permite tener la posibilidad de intercambiar opiniones, y pareceres sobre los temas tratados. Y por eso es que hoy quiero ahondar sobre el escrito de la semana pasada en la hacíamos una propuesta de asumir nuestra responsabilidad personal y comunitaria frente a la hecatombe social que vivimos los venezolanos, planteamiento que algunos la acogieron como una autocrítica necesaria, otros no tuvieron de acuerdo porque según ellos, eso es parte de la estrategias de quienes nos gobiernan, de que otros asuman la responsabilidad de sus malas ejecutorias gubernamentales y un tercer grupo me decía: “soy culpable y que hago”.

Opiniones muy respetadas que retratan muy bien los tiempos de dispersión y de incertidumbre, donde la vida se nos propone “dando tumbos”, sin rumbo fijo y de modo fragmentarios. Y que, en medio de tantas fragilidades éticas y morales, donde el respeto hacia los derechos y la dignidad de nuestros semejantes, se ha perdido, y sin ningún cargo de conciencia, convertimos las acciones del maligno, como algo aceptable y necesario, por lo que nuestra identidad cristiana, es nula. Y es como si el gran escritor portugués José Saramago, hubiese profetizado sobre nuestra realidad: “si toda una sociedad se vuelve ciega, si olvida la solidaridad, el deber, el respeto, se convierte en una especie de nido de serpiente”.

Y si ese es nuestro retrato de vida nos viene bien confrontarnos con el texto del Evangelio según San Mateo: “Juan vio que un grupo de fariseos y de saduceos habían venido donde él bautizaba, y les dijo: «Raza de víboras, ¿cómo van a pensar que escaparán del castigo que se les viene encima? Muestren los frutos de una sincera conversión, pues de nada les sirve decir: «Abrahán es nuestro padre». Yo les aseguro que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán aún de estas piedras” (Mt 3,7-9).

Y de esa confrontación el texto nos deja una enseñanza bien clara, precisa y con un itinerario ordenado, que nos permite entender, que puedo ser fariseo o saduceo, es decir tener cualquier posición social, pero si no estoy haciendo las cosas bien y si no estoy actuando de manera correcta no puedo estar en el banquete de la vida, ni puedo escapar del castigo eterno. Y por mucho que vaya al Templo y participe de las celebraciones litúrgicas, si no soy solidario y compasivo, entonces no estoy haciendo nada. Esto es la invitación al arrepentimiento.

En la Conversión se nos invita a mostrar los frutos, que son los señalados por Saramago: la solidaridad, el cumplimiento de las normas y la exigencia de que todos las cumplamos, y si lo hacemos así, dejaremos de ser un nido de serpientes, o unas piedras inertes, duras y frías, para ser una sociedad de humanos, donde reine la justicia, la paz y la solidaridad tal y como lo quiere DIOS

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