EFE
Miguel Ríos, padre y abuelo del «rock and roll» en español, cumple mañana viernes 75 años desde una jubilación solo teórica y un vigoroso estado de forma musical que hace que, como sus más allegados suelen decir en broma, regrese a los escenarios más a menudo que el torero Antoñete a los ruedos.
Fue el pasado mes de diciembre cuando el granadino lanzó al público su hasta ahora ¿último? adiós, en su tierra y haciendo bandera de un proyecto que también nació allí, en el Palacio de Carlos V de La Alhambra, en Granada, y acompañado de una gran orquesta que reverdeció los clásicos acuñados desde sus inicios en los años 60.
Como muchos otros compañeros de generación, esos comienzos estuvieron marcados por la necesidad, más bien obligación de las discográficas, de versionar en castellano éxitos que ya habían triunfado en inglés.
Era la época en la que, bautizado como Mike Ríos, «El rey del twist», hizo suyo «El twist» de Hank Ballard o «Popotitos», traslación del «Bonny Moronie» de Larry Williams.
El año 1968 marcó un punto de inflexión, ya que es cuando comenzó a apuntalar su propio repertorio, con «El río», de Fernando Arbex, o «Vuelvo a Granada», escrita por él mismo.
Así llegó uno de sus grandes éxitos, «El himno de la alegría», que en 2019 cumple 50 años de existencia. En realidad, era otra adaptación con arreglo de Waldo de los Ríos a partir de la novena sinfonía de Beethoven, pero tan personal y bien traída en tiempos del rock sinfónico que, en su versión en inglés («A song of joy»), llegó a vender más de 7 millones de copias en todo el mundo.
Tal fue su calado que en 1972, esta vez con el arreglo de Herbert Von Karajan, aquella oda a la libertad y el hermanamiento se convirtió en el himno oficial de la Unión Europea.
Donde habría acabado la carrera de otros muchos, la de Miguel Ríos solo acababa de empezar. Confiado en que podría construir una trayectoria como autor, lanzó «Mira hacia ti» (1969), su primer LP, al que seguirían otros como «Despierta» (1970) o «Unidos» (1971).
Con ese material bajo el brazo inició su gira «Conciertos de rock y amor», un «tour» ambicioso y pionero, por cuanto el sector de la música en directo en España aún no tenía la infraestructura para ser considerado siquiera industria.
Conectado siempre con los avances de sus colegas en el exterior, Ríos hasta dejó testimonio de aquello en forma de álbum grabado en directo y en giras posteriores, como «La noche roja», llegó a sufragar él mismo los costes de un equipo que, traído del extranjero, le permitió sonar al nivel de las bandas extranjeras, incluso mejor.
Pronto afloró su vertiente más comprometida, de la que estos días sigue dando muestras como azote de los políticos por la cuantía de las pensiones. «Memorias de un ser humano» (1976) es la primera prueba de ello, al que solo un año después siguió un álbum tan experimental como «Al-Andalus», fusión de rock y flamenco.
Nuevamente podría haberse sentado a recoger los frutos sembrados, pero Ríos supo sobreponerse a los cambios de modas musicales de la nueva década de los 80 con una colección de éxitos como «Santa Lucía» o «Año 2000», rock vívido que aún hoy forma parte de su repertorio más emblemático.
En 1982 volvió a hacer historia en la música española al grabar un nuevo disco en directo, aún más impactante que el anterior. Se trataba de «Rock And Ríos», un doble álbum que con clásicos como «Bienvenidos» se convirtió en su mayor éxito comercial, al que siguió su gira más triunfal, al hilo del disco «El rock de una noche de verano» (1983).
El ánimo de búsqueda de nuevas vías de expresión lo llevaron a televisión para conducir espacios que lo convirtieron en uno de los mejores cicerones de la música en español, véase «¡Qué noche la de aquel año!» para TVE o «Fiebre del sur» para Canal Sur.
Así entró en los años 90, distinguido como el primer roquero en España que recibía la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, de manos del rey Juan Carlos I.
Fue poco después, cuando la asociación artística en gira con sus amigos Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel y Ana Belén, la recordada «El gusto es nuestro» (1996), lo llevó de nuevo a lo más alto y motivó, 20 años después, que volviera a la carretera tras haber firmado su retirada en 2010 como mejor sabe hacer, sobre los escenarios.
Una vida artística de cinco décadas de música, más de quinientas canciones grabadas y cientos de conciertos a sus espaldas llegaron así a su final, o casi, pues desde entonces se han convertido en costumbre sus idas y venidas, ya fuese como colaborador de altura o como impulsor directo de iniciativas, muchas de ellas de carácter benéfico.
«He transitado por mis edades con dignidad y coherencia», subrayaba este hombre que desde la música llegó a ser nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada y que, pese a todo lo logrado, conserva toda la modestia para declarar: «A mí el rock no me debe nada, se lo debo yo todo».
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