Jaú (Brasil).- Tres muertes violentas en los ocho primeros meses de 2019. No es el índice de criminalidad de un país europeo. Los números corresponden a Jaú, la ciudad más segura de un Brasil acostumbrado a contar los homicidios por miles, perder a sus jóvenes en tiroteos y ver sangrientas peleas en sus cárceles.
Esta localidad es un oasis de paz en el interior del estado de Sao Paulo, con una tasa de 2,7 homicidios por cada 100.000 habitantes, casi doce veces menos que la media de Brasil (31,6) e incluso más baja que la de algunos países europeos, como Letonia (4,1) o Lituania (4,5).
La llaman la «Capital del Zapato Femenino», una próspera industria, que junto con la de la caña de azúcar y el comercio, emplea a buena parte de las 150.000 personas que viven en este municipio de calles limpias y ambiente agradable.
«No tengo ningún miedo de estar aquí. Aquí hay paz», dice a Efe Ticiane da Silva, de 40 años, mientras ve caer el sol en un banco de un parque público junto con su hija pequeña.
Muchos de los vecinos caminan con sus teléfonos móviles en las manos sin tener que mirar hacia atrás, una escena casi impensable en la mayoría de las ciudades brasileñas. Algunos de ellos ni siquiera saben con exactitud dónde se encuentra la comisaría más cercana.
De acuerdo con el Atlas de la Violencia 2019, publicado la semana pasada, Jaú solo tuvo cuatro homicidios en 2017.
En la otra orilla, Maracanaú, en la empobrecida región noreste, fue la ciudad más violenta con casi 330 asesinatos y una tasa de 145,7 homicidios por cada 100.000 habitantes.
Ese año 2017, en todo Brasil, hubo 65.602 homicidios, un récord histórico marcado por la cruenta guerra que libran distintas facciones criminales fuera y dentro de los presidios.
Pero en Jaú la realidad es radicalmente distinta. Hay un clima general de sosiego.
«El crimen más común es el hurto», afirma a Efe Fernando Henrique Perpetuo, capitán de la Policía Militarizada y comandante en Jaú.
De las tres muertes violentas registradas en lo que va de año, la última ocurrió el pasado sábado, en la zona rural de la ciudad.
«Fue un desencuentro entre familiares. Un cuñado acabó por apuñalar a otro cuñado y este acabó muriendo», relata.
La otra fue en defensa propia durante un asalto frustrado a una casa y la más chocante hasta la fecha fue un homicidio tras robo, «pero los autores fueron identificados, están presos y ahora aguardan juicio», dice el capitán.
Ese es otro de los factores que dejan más tranquilos a los jauenses: asesinato cometido, asesinato resuelto.
«Nuestros índices de esclarecimiento son muy altos, llegan a cerca del 100 %, lo que también inhibe a realizar este tipo de delitos porque el individuo sabe que tiene grandes posibilidades de ser identificado, preso y condenado», señala a Efe Euclides Francisco Salviato Junior, comisario de la Policía Civil en Jaú desde hace casi tres décadas.
En la plaza de la República, Isaac Liberato, de 65 años, vende churros y algodón dulce con un carro ambulante desde hace 20 años.
Cuenta que se marchó de Guarulhos, en la región metropolitana de la ciudad de Sao Paulo, por la falta de seguridad y ha terminado por echar raíces en Jaú -ya tiene hasta una bisnieta nacida aquí-.
Y completa: «Ando aquí por la noche, a cualquier hora», un privilegio casi exclusivo para una urbe brasileña con más de 100.000 habitantes.
Silvio Rosati nació y se crió en este municipio paulista. Trabajó durante toda su vida como funcionario en un banco y en sus 78 años de vida no recuerda algún episodio «grave» o «tiroteos» en la ciudad.
Otras de las claves para explicar el éxito de Jaú en materia de seguridad es la mejora progresiva de los indicadores de desarrollo humano, una tendencia que se ha mantenido con diferentes administraciones desde la década de los 90.
Actualmente solo un 6 % de los niños viven en condiciones de pobreza, frente al 16,4 % de media en las ciudades de Brasil con más de 100.000 habitantes; prácticamente todos sus vecinos están conectados a la red de saneamiento básico; y únicamente un 4 % de los jóvenes ni estudia ni trabaja (9,1 % de media nacional), según el Atlas de la Violencia 2019.
Así lo explica el actual alcalde de Jaú, Rafael Agostini, de 39 años y militante del Partido Socialista Brasileño (PSB, centroizquierda), quien también destaca la importancia del trabajo integrado de todas las esferas de poder.
«No es solo una cuestión de estar la Policía en la calle, también es una cuestión de estar proporcionando oportunidades a los niños, a lo menores para que estén menos en la calle», subraya a Efe.
A lo largo de sus ocho años mandatos, que concluirán el año que viene, ha incidido en aumentar los horarios en las escuelas, abrir centros de convivencia social y revitalizar el equipamiento público, como embellecer las plazas.
Como contrapunto al presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, que apuesta por armar a la población como fórmula para reducir el número de homicidios, Agostini se declara «un adepto de la tesis de que la violencia genera más violencia».
«El ejemplo de Jaú muestra que no es incentivando las personas a a ser más violentos, incentivando una cultura de la violencia, que uno va a tener resultados satisfactorios», sentencia.
EFE
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