Imagen de archivo de Winston Churchill en las calles londinenses. Efe//ct

A cuatro metros debajo de Downing Street, la cama en la que Winston Churchill dormía la siesta y dos azucarillos abandonados el día en que acabó la II Guerra Mundial son testigos mudos de la vida de uno de los grandes estadistas del siglo XX, nacido hoy hace 150 años.

Es frecuente decir que el tiempo se ha congelado cuando uno se halla ante un vestigio histórico que se conserva más o menos intacto; en las Churchill War Rooms (salas de guerra) de Londres el cliché adquiere todo su sentido.

El 15 de agosto de 1945, la rendición de Japón ponía fin a la II Guerra Mundial y a la utilización del refugio bélico desde donde el Gobierno británico organizó los esfuerzos para derrotar a la Alemania nazi.

Un intrincado laberinto de pasillos y habitaciones, lleno de papeles, teléfonos y mapas, era abandonado a la carrera, despojado ya de su razón de ser.

Reconvertido en museo desde 2005 (aunque se puede visitar desde 1984), las War Rooms atrajeron el año pasado a más de 375.000 personas, que recorren fascinadas un escenario que solo ha sido retocado para acondicionarlo a los visitantes.

Respecto a los niveles de seguridad de hoy en día, el cuartel subterráneo de Churchill produce casi hilaridad: los expertos se resisten siquiera a calificarlo de búnker.

Corresponsales extranjeros

EFE tuvo acceso exclusivo, dentro de un reducido grupo de corresponsales extranjeros, al interior de las salas que solo pueden ser presenciadas por los visitantes a través de unas mamparas de cristal, entre ellas el dormitorio-oficina que usaba Churchill en el subsuelo.

En realidad, el primer ministro británico, nacido el 30 de noviembre de 1874 en el palacio de Blenheim, junto a Oxford, solo durmió tres noches en la cama que aún se conserva intacta en sus dependencias. Prefería, pese al riesgo, su cómodo lecho escaleras arriba en el edificio del Tesoro.

Sin embargo, sí se echó incontables siestas en la estrecha cama rodeada por mapas de todo tipo, una obsesión del estadista que queda de manifiesto por todos lados. Sobre la mesilla de noche reposa un cigarro habano, seña de identidad churchilliana como pocas.

«Muchas partes de las habitaciones le sirvieron como ceniceros», explica Nigel Steel, comisario del Imperial War Museum, al que pertenecen las War Rooms.

Personaje poliédrico y fascinante

La vida y la personalidad de Churchill lo hacen todavía a día de hoy uno de los personajes más fascinantes del siglo XX.

Su importancia capital en la victoria aliada en la II Guerra Mundial ha borrado de la memoria colectiva capítulos mucho menos gloriosos de su trayectoria política: su decisión como ministro de Economía en 1925 de devolver la libra esterlina al patrón oro provocó una crisis de deflación y desempleo en el Reino Unido.

«Es un personaje complicado, interesante. Su energía y sus logros fueron extraordinarios, por eso mucha gente lo halla fascinante, pese a la naturaleza de sus opiniones políticas y las controversias que le rodearon», juzga Steel.

A juicio del comisario, lo que marcó la diferencia en el liderazgo de Churchill, un modelo en el que se miran muchos políticos contemporáneos, fue su convicción y la fe que logró transmitir a los británicos de que «la victoria era posible, no a corto plazo ni de inmediato pero en algún momento, si creían en él».

Fue en la contienda contra la Alemania nazi donde las cualidades del primer ministro hallaron su mejor expresión.

Desde unas instalaciones que comenzaron a construirse en marzo de 1938, cuando el entonces jefe del Gobierno británico Neville Chamberlain concluyó que la guerra era ya inevitable, Churchill pilotó la defensa del país ante el ‘Blitzkrieg’ y el contraataque del Día D.

Teléfono encriptado

Allí siguen los teléfonos de colores (verde, blanco, rojo y negro) de la Sala de Mapas donde el Estado Mayor colocaba chinchetas con las posiciones de las rutas aliadas que sufrían el hostigamiento de los submarinos alemanes e italianos.

También continúan las máquinas de escribir Remington, encargadas especialmente para no hacer ruido, a instancias de Churchill, y que el equipo trabajase en un entorno tranquilo.

Una puerta que supuestamente daba a un cuarto de baño privado dirigía en realidad a uno de los lugares más secretos de las War Rooms: el teléfono encriptado que unía de forma directa al Gobierno británico con el presidente de Estados Unidos.

Y el visitante más observador podrá descubrir los dos azucarillos que el comandante John Heagerty guardaba en un cajón -el azúcar estaba racionado- y que quedaron allí intactos después de que Japón anunciase su capitulación y acabase uno de los capítulos más negros en la historia de la Humanidad.

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