El Señor nos ha regalado en la meditación de su evangelio las parábolas del sembrador, y de la buena semilla y la cizaña.
Y digo significativo porque precisamente nos la hace coincidir con el traslado de los restos de Monseñor Santiago Ollaquindia, desde jardines del Orinoco a la cripta del Campanario de la Iglesia Nuestra Señora de Coromoto.
En ese lugar donde ha sido sembrado, para reposar definitivamente tal como fue su deseo, y velar desde allí por cada una de las ovejas del redil que su momento tuvo a bien pastorear.
Monseñor Helizandro Terán, en su homilía le ha pedido a Monseñor Santiago Ollaquindia que interceda ante Dios, por la feligresía de la Diócesis de Ciudad Guayana.
Y seguramente él se sintió complacido ante esta responsabilidad asignada. Feliz además de ver a muchos de sus grandes colaboradores, entre los que destaco a: Maryori, Raúl, Samuel, Florentino, Vladimiro, Andrés, y Miguel, junto a un trío de jóvenes: Ana, Manuel y Carlos, que bajo la batuta del Padre José Gregorio Salazar hicieron posible el cumplimiento de este deseo, y ver que su esfuerzo no fue en vano, y que aun, sigue dando frutos en abundancia.
Porque siendo él un discípulo del DIOS de la Vida, como lo fueron Abraham, Isaac y Jacob, su testimonio de vida quedará para la posteridad. Y esa labor tan prolífera, de formar personas no solo académicamente sino en los valores cristianos, en las bellas artes, la disciplina y en el buen uso de nuestra lengua, tal como lo expresara la señora Lourdes de Gago, nos certifica que estamos en presencia de una de esas personas cuya memoria trascienden en el tiempo, que nunca mueren, sino más bien que se ubican desde ya en el Banquete de la Vida.
De allí que, Monseñor Santiago Ollaquindia, podrá decir como San Pablo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2Tim 4,7-8).
Porque sus obras y su afán, por propagar el Evangelio de nuestro Señor JESUCRISTO, así lo certifican y son prueba que la semilla dio buenos frutos en él, y que él a su vez fue un sembrador de la Buena semilla.
Cuando vemos estos testimonios de vida, de gente tan cercana a los problemas cotidianos, que le ponen empeño por transformar lo que muchos consideran insignificantes, tal como lo hizo Monseñor Ollaquindia.
Entonces podemos entender que la Santidad, como lo expresa el Papa Francisco: “es algo que está al alcance de nuestra mano”. Que es nuestra responsabilidad la de transformar el odio en AMOR, el egoísmo, en solidaridad, y la exclusión en inclusión. Es eso lo que nos convierte en el terreno fértil, donde germina la semilla, y son esos los argumentos que tenemos que esgrimir para vencer la cizaña, que el enemigo del bien ha puesto en medio de nuestro camino. Y eso es estar en sintonía con la siembra de Santiago.
Por Luis Ramón Perdomo Torres ([email protected])
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