Fotografía que muestra un recipiente con caucho extraido del árbol en Unguía (Colombia). EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

A pocos kilómetros de donde antiguos paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) forjaron un nuevo grupo, el Clan del Golfo, otros exparamilitares se juntaron hace más de una década para intentar formar una comunidad de paz y convivir lejos del conflicto.

Lo llamaron Villa La Paz, una pequeña población enclavada en las estribaciones de la serranía del Darién, en el noroeste de Colombia, donde aún una veintena de familias de exparamilitares y víctimas no se resigna a abandonar el proyecto que se pensó como un laboratorio de paz y reconciliación y que hoy sobrevive a pesar de las promesas incumplidas del Estado.

“Aquí tenemos gente que está firme, pensando, creyendo y creciendo su familia con esta mentalidad de paz”, dice a EFE un líder de Villa La Paz, Heiler Palacios, al recordar con nostalgia los principios de este proyecto.

EL GÉNESIS DE VILLA LA PAZ

Esta comunidad que es atravesada por una única calle polvorienta con sus viviendas distantes entre sí, pertenece a Unguía (Chocó), y fue fundada en 2006 por 100 familias víctimas del conflicto armado y de exparamilitares desmovilizados del bloque Elmer Cárdenas de las AUC, que se unieron para construir una nueva vida juntos.

Al principio, la comunidad hacía honor a su nombre como recuerda Palacios porque contaban con el acompañamiento estatal y de la cooperación internacional, pero la realidad poco a poco fue convirtiendo la esperanza en utopía.

Las ayudas gubernamentales cesaron, los desmovilizados se quedaron por fuera del programa de reinserción y la guerrilla de las FARC que acechaba las cercanías de la zona sembró el temor entre los primeros pobladores.

CUANDO TODO CAMBIÓ

El ocaso de Villa La Paz comenzó un par de años después de su establecimiento, en 2011, cuando el frente 57 de las hoy extintas FARC asesinó a dos desmovilizados de las AUC que hacían parte de la comunidad.

Según relata Palacios, después de ese crimen, las FARC amenazaron a la comunidad: “tienen que irse, si no los acabamos a todos”.

En ese momento, muchos huyeron al casco urbano de Unguía y a otras poblaciones cercanas en los departamentos de Antioquia y Córdoba. El caserío quedó despoblado por varios años hasta que tras la desmovilización de la guerrilla, algunas familias se atrevieron a volver.

Sin embargo, por el camino se quedaron también otros que decidieron volver a las armas y unirse al Clan del Golfo, sucesor de las AUC, que en esta zona que lo vio nacer lo llaman Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) o simplemente “la empresa”.

EL PRESENTE DE VILLA LA PAZ

Fue en una reunión en este rincón del golfo de Urabá donde Vicente Castaño y Daniel Rendón Herrera, alias «Don Mario», dos exlíderes de las AUC, daban inicio al grupo narcoparamilitar que en la última década ha llegado a convertirse en la banda criminal más grande del país.

Las AGC, como les gusta llamarse a ellos, tienen amenazados a pueblos enteros del Caribe y Pacífico, su zona de control, donde cobran extorsiones, controlan negocios ilícitos como la minería ilegal y el narcotráfico, y son culpables de numerosos homicidios selectivos y asesinatos de líderes, según diversos informes de organizaciones como el Instituto de estudios para el desarrollo y la paz (Indepaz).

Paradójicamente, mientras ese grupo se fortalecía y expandía su dominio a varias zonas de Colombia, Villa La Paz se marchitaba al punto de que hoy, en este remoto caserío sin escuela ni servicios, se aferran a las 200 hectáreas de árboles de caucho, el proyecto productivo al que le apostaron.

Lo vieron como un “filón” que se ha llegado a denominar “oro blanco” pero con un problema: cuando los árboles empezaron a producir, hace 4 años, el 80 % del pueblo ya había huido.

Heiler y el resto de vecinos que se quedaron se levantan cada madrugada a realizar la «sangría», es decir, a hacer cortes en la corteza del árbol para que el látex líquido brote y vaya goteando en recipientes donde se deja solidificar para su recolección.

Con la política de paz total con la que el Gobierno de Gustavo Petro busca ponerle fin a muchos conflictos en Colombia, y que peligra en el caso de las AGC, en Villa La Paz mantienen vivo el anhelo de que su territorio sirva de laboratorio para seguir apostándole a la reconciliación.

Pero esta vez confían en que de materializarse un eventual proceso de desarme en esta zona, Villa La Paz sirva de ejemplo para no repetir errores del pasado.

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