…A fines del siglo pasado y principio de este, había muy pocos teléfonos en Caracas. Todo avance de la ciencia siempre ha encontrado resistencia en la humanidad. Hay una parte negativa en el hombre que se opone a los cambios que signifiquen alterar las rutinas y se empeña en permanecer en las costumbres y tradiciones que constituyen su vida diaria.

Cuando aparecieron los teléfonos, muchas personas—sobre todo las mujeres—se negaban a instalar em sus casas esos aparatos que no iban a proporcionar mayores beneficios y si grandes calamidades. Opinaban de la manera más simple.

-Yo, Dolorita, no voy a poner un perol de esos en mi casa por que no le veo utilidad. Yo mando a la muchacha de adentro por lo que necesito, a la tienda a la pulpería, a la botica; además, yo tengo a mis dos hijas, Bertica y Claudia, y esos teléfonos no son mas que una tentación para que las llame uno de esos sinvergüenzas que las enamoran y yo tendría que estar pendiente cada vez que ese perol sonara, por que no voy a dejarlas que cojan la bocina así nomás. Hasta puede llamar un borracho y decir unas cuantas indecencias y malas palabras y una no tiene a quien reclamarle. Para mí el teléfono es como un anónimo que tu nunca sabes si la persona que te esta llamando es la verdadera o es otra fingiendo la voz para averiguar cosas.

Fama de borrachín y de parrandero

Y la otra con quien hablaba respondió: eso mismo pienso yo y sobre todo por María de Lourdes, que tiene un enamorado que a ni a su papá ni a mi nos gusta porque tiene fama de borrachín y de parrandero.

Así pensaba mucha gente, y el teléfono, fuera de las dependencias del Estado y las casas de comercio, que fueron los primeros suscriptores, no tenia una aceptación de privilegio. Poco a poco, se fue creando la necesidad y se llegó al convencimiento de que no era un “monstruo” sino algo muy importante en el diario que hacer.

No existiendo el “servicio a domicilio”, los que se encargaban de todas las diligencias de la casa eran los maridos, porque la mujer no estaba acostumbrada a ir del timbo al tambo buscando esto o aquello que se necesitaba; además no era bien visto. Las vecinas comentaban: “¿Para dónde irá Fulanita todos los días?”; y eso les daba mala espina. Una gran parte de la vida ciudadana eran los chismes, las averiguaciones mal intencionadas y la historia calumniosa que se inventaba.

Acatando instrucciones

Siguiendo las instrucciones de su mujer, el marido al salir a la calle todos los días para el trabajo, se encargaba de esas diligencias a veces poco incomodas y no cónsonas en algunas ocasiones con su hombría y su respetabilidad, como la de comprar “un corset” rosado o un par de ligas de esas que llevaban un ramito de flores de trapo y hasta una caja de Kotex (marca en esa época de lo que hoy día llaman toallas sanitarias).

Total, que: así eran LOS ENCARGOS:

-Mira, Jacinto-le decía la señora-, cuando vayas para el almacén, me vas a hacer el favorcito de acercarte hasta la Superintendencia de Aguas de Caracas porque me mandaron a cobrar dos veces el recibo del mes pasado. Te voy a poner en el bolsillo de tu paltó para que se lo enseñes y vean que si estoy pagando. eso es un abuso. Esa gente como que no anota las cuentas que se pagan.

-Bueno, mujer: Pónmelo en el bolsillo, que yo mandaré a Narciso.

-No, chico. No vayas a mandar al embalador del almacén, que no sabe lo que tiene que hacer y lo puede embarullar todo y en lugar de rebajármelo me lo mandan a cobrar tres veces. Hazlo tú mismo.

-Esta bien, iré yo, no te preocupes. Además, no son más que dos bolívares.

-Y otra cosa, Jacinto, y me perdonas que te moleste tanto, me traes una latica de mantequilla danesa, de la de cinco reales, pero me la compras donde mismo por que es la mejor de todas. Nunca está rancia. Y de paso, me traes un frasquito de a medio de Esencia de Vainilla.

-Si, mijita. Está bien.

Y… mi amor-los encargos continuaban-, si no es mucha molestia, me compras en el Tesoro Escondido, tres varas de esta tira bordada. Toma la muestrecita y fíjate que sea del mismo ancho y tenga el mismo dibujo. Es para el fondo del vestido que le estoy haciendo a Luisita. También me traes una docena de botones de nácar iguales a este y del mismo tamaño que son para tus camisas, esa mujer que n os plancha, yo no se lo que hace que los desguaza todos, yo creo que tiene mucha fuerza y se afinca con la plancha. Me pones estas dos cartas al correo.

Cuestión de pena

– ¿Algo más Dorita?

-Me da mucha pena molestarte tanto porque sé que estas muy ocupado, pero yo no puedo estar saliendo para la calle porque todavía estoy guardando consideración por mi tía Eulogia, que apenas tiene un mes de muerta y la pobre siempre fue tan buena con nosotros y nos dejó dos mil bolívares. Además, tú sabes cómo es la gente, que si me ven para arriba y para abajo van a decir que a lo mejor no nos llevábamos bien. Cuando vengas de regreso, entra un momentico en la botica de Don Severiano y me traes un frasco de jarabe para el pecho, de ese que él prepara, que es famoso, para dárselo a la cocinera que tiene una tos de perro y a mi no me gusta que esté tosiendo sobre la comida-don Jacinto hizo mención de salir y ella lo atajó-. Y otra cosita más, no te olvides de comprarle algo a la hija de Matildita, que el sábado es su cumpleaños.

-Pero, Dorita, ¿Que puedo saber yo de un regalo apropiado para una muchacha?

-Déjate de tonterías, que bastantes regalos que me hiciste cuando éramos novios. Una cajita de polvos franceses de esos perfumados o un frasquito de extracto, De esos que si conocen ustedes los hombres.

-Está bien.

El marido se fue para el almacén con todos aquellos encargos en la memoria. Las dos cartas, la muestra de la tira bordada y de los botones, en uno de los bolsillos. Regresó a su casa como a las doce del día y su señora, como era de costumbre, salió a recibirlo apenas sintió los pasos en el zaguán, abrió la puerta y le dio un beso.

– Mi amor, ¿cómo te fue?

-Bien. Siempre hay mucho trabajo y sobre todo hoy que llegaron las mercancías de La Guaira.

-Siguió hasta su cuarto, quitándose el paltó.

-¡Jacinto!-le reprendió su mujer-¡Te he dicho miles de veces que no te quites el paltó en el patio llegando acalorado de la calle, porque te puede dar un pasmo o coger una pulmonía.

   Jacinto no le hizo caso alguno y cuando entró en la galería ya se estaba quitando el chaleco. Tiró ambas prendas sobre la cama para quitarse el resto de la ropa y darse un baño. Su mujer se le acercó para ayudarle.

-Mi amor, ¿me pusiste las cartas en el correo?

-Pues si supieras que no te las mandé porque se me olvidó con el trajín de esta mañana. He debido llevármela en las manos, pero como tú me las pusiste en el bolsillo…

-Es que, si te las doy en la mano, las hubieras dejado como la otra vez en la pulpería de la esquina a donde entraste a comprar unos cigarrillos. Menos mal que el pulpero es hombre honrado y me las mandó. Me las pones esta tarde, pero sin falta, no te vayas a olvidar, que una de esas cartas es para Dolores, en Valencia, dándole el pésame por la muerte de su hermana Teresita.

-Esta tarde, sin falta las pongo a correo.

-Pero hazlo tu mismo, que si la mandas con un empleado, a lo mejor la bota.

-Si, mujer, sí.

-¿Me trajiste las tres varas de cinta bordada?

-La que te dije esta mañana y te metí la muestrecita en el bolsillo junto con las cartas

-Pero mi amor, si no me acordé de las cartas, menos me iba a acordar de la tira bordada.

-Por supuesto que tampoco me trajiste la mantequilla ni la esencia de vainilla.

-Mira, Dorita, vamos a hacer una cosa: apúntamelo todo en un papelito.

-Es lo que voy a hacer y de una vez te lo voy a poner en el bolsillo del chaleco donde tú te metes el reloj, y para que te acuerdes de que esta ahí, voy a amarrarle un lacito a la argolla del reloj, así que cuando lo saques para ver la hora, te acuerdes que tienes el papelito en el mismo bolsillo.

¿Tú ves Dorita? Ese si es una buena idea.

-Otra cosa, ¿te dijeron al go en la superintendencia?

-No me dijeron nada porque no tuve tiempo de acercarme hasta allá.

-Ninguno de los encargos llegó a la casa, Dorita con mucho cuidado, escribió en un papelito cuanto necesitaba y le amarró una cintica a la argolla del reloj.

-En la tarde, llegó Don Jacinto del almacén y en un momento que saco el reloj para consultar la hora y vio el lacito amarrado de la argolla y se extrañó de todo aquello. Deshizo el lazo  y lo tiró al suelo, uno de los empleados que lo vio, le preguntó curioso: Don Jacinto, ¿Cómo que se le está descociendo el bolsillo del chaleco?   -No sé- le respondió-una tirita de trapo que tenía amarrada al reloj, yo no recuerdo para que la amarré ahí, ni cuando lo hice.

– ¿No sería para recordarse de algo? Pues si fue el objeto, tampoco lo recuerdo.

-Salió del trabajo a las cinco y media y regresó a su casa como de costumbre. Cuando iba por el zaguán, recordó de repente para que era la tirita y buscó el papel en el mismo bolsillo del reloj y no lo encontró. “Seguramente-pensó-se me cayó al suelo cuando fui a ver la hora” y entró muy preocupado a la casa. Su mujer lo recibió como siempre.

-Ay mi amor- le dijo casi en tono de disculpa- ¿tú no sabes lo que me pasó? Que te amarré el lacito del reloj, pero… se me olvidó meterte el papelito en el bolsillo.

¡Síguenos en nuestras redes sociales y descargar la app!

Facebook X Instagram WhatsApp Telegram Google Play Store