Barcelona.-Entre las múltiples incógnitas que sobrevuelan la pandemia del COVID-19 se encuentra qué especie ejerció de puente entre el virus y los humanos: se ha señalado al pangolínes y murciélagos como origen de la pandemia, pero estos últimos son auténticos «aliados» en la lucha contra enfermedades.
«Los murciélagos nos ayudan a combatir ciertas enfermedades porque ingieren, capturan cantidades enormes de insectos y ayudan a regular poblaciones de insectos, las plagas que pueden originar alteraciones en los bosques, las plagas forestales…», explica el investigador del Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona Jordi Serra Cobo, en una entrevista con Efe.
Serra precisa, sin embargo, que «no está claro qué especie puede ser la intermediaria y si realmente existe en este caso».
«Como especies reservorio, los murciélagos son reservorios de muchos virus, pero los murciélagos no son el problema. El problema son nuestras alteraciones. Los murciélagos han tenido siempre virus, la pregunta es por qué se produce ahora», destaca.
Para Serra, esta pregunta tiene una fácil respuesta: las alteraciones masivas de los ecosistemas como consecuencia de fenómenos como la deforestación aumentan el contacto entre los humanos y las llamadas especies «reservorio».
«Eso aumenta la probabilidad de transmisiones de virus no conocidos entre las especies reservorios de virus y la especie humana, la sociedad humana», subraya este investigador.
Que los murciélagos sean reservorios de gran cantidad de virus, entre ellos varios coronavirus como el COVID-19, no implica una transmisión fácil con los humanos en Europa.
Estos animales sí son claves en el control de insectos, por lo que pide que se vean «como aliados» y no como «posibles transmisores de enfermedades», ya que el salto a Europa es mucho más complicado y la expansión del actual coronavirus se debe a otros fenómenos de índole socioeconómica.
«En el caso concreto del COVID-19 se alinean una serie de hechos extraordinarios como son celebraciones multitudinarias no solo del año nuevo chino, sino de fiestas locales que reúnen a millones de personas», explica.
Como consecuencia de ello, «se produce un contacto que no se debería producir de un virus que es de fauna silvestre y que pasa a la especie humana. A partir de ahí se amplifican los contactos, se aumentan los contactos debido a este fenómeno multitudinario de estas fiestas locales que se producen en Wuhan», ciudad china foco de la pandemia.
El experto augura que en el futuro se reproducirán pandemias como la actual como consecuencia, precisamente, de estas intervenciones sobre los ecosistemas y el consiguiente contacto con especies.
No obstante, Serra distingue entre dos tipos de fenómenos a largo plazo: pandemias globales como la actual y otras epidemias más locales, que no tendrán el efecto del COVID-19 pero sí que serán debidas «en buena parte» a «las alteraciones que se están produciendo a nivel ambiental».
«Que tengan la envergadura que está teniendo el COVID-19 dependerá muchísimo de las medidas que se tomen para que no se reproduzca una epidemia», advierte.
Jordi Serra Cobo participa en el proyecto CONVAT, liderado y coordinado por Instituto Catalán de Nanociencia y Nanotecnología para poner en marcha un biosensor que permita detectar coronavirus, no solo el COVID-19, sino de otros tipos, lo que anticipará este tipo de virus «antes de que se produzcan epidemias».
«Creíamos que era importantísimo que los centros de salud dispusieran de aparatos que les permitiesen de una forma económica y rápida detectar posibles virus. Muchas veces, a nivel sanitario o de salud, tenemos que decir: «esto es un virus», pero no se analiza por varias razones», señala este investigador.
El proyecto total está previsto que dure unos dos años, aunque en unos meses o en un año esperan tener finalizada la fase de detección del COVID-19: «dependerá del confinamiento».
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