Por Luis Ramón Perdomo Torres ([email protected])
El nacer de nuevo no es una utopía un “cliché” o una expresión casuística que decimos cuando nos sucede algo en donde nuestra vida haya estado amenazada y nos recuperamos de esa enfermedad, de un accidente de transito o laboral, o cuando un amigo de lo ajeno nos ha apuntado con un arma y por esas cosas inexplicables, no pudo o no quiso herirnos. Tampoco es que nos tenemos que meter en el vientre de nuestra madre, para volver a salir, tal como lo pensó Nicodemo, el maestro de la Ley judía, cuando fue a hablar con JESÚS.
Nacer de nuevo es un acto de conversión que se sustenta en el Amor profundo que le tiene el Creador del Universo, que algunos llamamos DIOS, al género humano. Porque es tangible la presencia de un Ser Trascendente en todas las cosas maravillosas que nos rodean y por las cuales no hemos hecho absolutamente nada, y más bien nos invitan a ser iguales en el disfrute y en su aprovechamiento. Menos tangible es Su Presencia Espiritual, dentro de cada ser humano que nos invita a ser más humanos sensibles y gregarios y menos malvados aislados.
De allí lo que nos dice la Sagrada Escritura: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Y es que DIOS no solo es que nos ha creado y puesto a disposición las maravillas del mundo, sino que en vista de que el hombre ha truncado sus planes al no querer vivir de acuerdo a sus designios, irrespetando la dignidad de las personas y construyendo sociedades indiferentes y hedonistas, se encarna en la persona de JESÚS de Nazaret, que nace y crece como un ser humano común, y al llegar a la madurez convoca a un grupo de hombre y mujeres para enseñarlos a construir una comunidad humana de acuerdo a los planes de DIOS.
Él con una pedagogía muy original, usando parábola que son vivencia muy conocidas por sus interlocutores, les enseña a poner en práctica los mandamientos de la Ley de DIOS, que habían sido secuestrados por el grupo dirigente del pueblo judío. Y además de hacer milagros, liberar endemoniados, denuncia los abusos tanto del poder político y militar de los romanos, como del poder religioso de los judíos, por eso es condenado a muerte.
Pero lejos de morir se constituyó en el vencedor de la muerte, y después de 2019 años, de esta nueva etapa de la historia de la humanidad, que se divide en un antes y después de JESÚS, sus discípulos de todos los tiempos, buscamos revertir las desigualdades e injusticia, construyendo comunidades que defiendan la dignidad y el bienestar de todos. Y al sentirnos representados en el llamado que JESÚS le hace a Nicodemo, a «nacer de nuevo», estamos siendo invitados a construir una nueva forma de relacionarnos, con los demás y con el mundo, y de esta manera impulsar la transformación de las estructuras políticas, económicas, sociales y religiosas. Porque sólo desde una vida capaz de morir a sí misma, como lo hizo JESÚS, es posible hacer brotar “la civilización del Amor”.
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