Lima.- Perú afrontará el domingo 11 unas elecciones generales sumergido en una gravísima crisis social, política y moral que arrastra desde 2016 y que no parece hallar una salida en unos comicios que no auguran ni un resultado categórico, ni una presidencia sólida, ni un Parlamento estable.

Son muy pocos los motivos de optimismo ante esta convocatoria a las urnas, tal vez tan sólo el hecho de que se celebren con relativa normalidad en plena pandemia de covid-19 y tras años de convulsión política, testimonio de la resilencia de la democracia en Perú y del compromiso de sus instituciones y sus ciudadanos por la misma.

Todo lo demás abre panoramas de incertidumbre, entre ellos la paradójica certeza de que en junio deberá disputarse una segunda vuelta entre los dos candidatos que este domingo obtengan un mayor número de votos.

Hasta seis candidatos de todo el espectro político – de extrema derecha hasta la izquierda estatista – pugnan por entrar en el balotaje, con cifras en las encuestas que entran todas dentro del margen de error.

En simultáneo se celebran las elecciones para renovar el Congreso, en donde se estima podrán entrar hasta doce agrupaciones distintas, que también con total seguridad quedarán muy lejos de alcanzar una mayoría suficiente para controlar la cámara, compuesta por 130 diputados.

MISMA SITUACIÓN

«Lo que se ve, y lo vemos varios analistas, es esto. Lo más probable es que quienes pasen a segunda ronda sean las minorías menos minoritarias. Y el Congreso estará altamente fragmentado, como el actual o más aún», resumió para Efe el politólogo Sandro Venturo.

El escenario será entonces parecido al que en este quinquenio llevó al país a su mayor crisis política en democracia y que se saldó con la caída de tres presidentes, la disolución del Parlamento y el quiebre entre la ciudadanía y la clase política.

«Habrá un ganador sin equipo de gobierno, con un débil partido detrás y sin capacidad de articular alianzas. El Ejecutivo dependerá de la capacidad escénica e histriónica del presidente o presidenta y tendrá un Congreso fragmentado que estará buscando popularidad, probablemente con medias irracionales y leyes absurdas», vaticina un apesadumbrado Venturo.

EL MENOS PEOR

Con una intención de voto que en ningún momento ha superado el 15%, Yonhy Lescano se perfila como el «ganador» de los comicios.

Su margen es sin embargo muy tenue y las últimas encuestas registran que pierde apoyos, lo que añade más incertidumbre aún a la elección.

Lescano es del partido centro-derechista Acción Popular, pero defiende en estas elecciones posturas más a la izquierda que las tradicionales de su partido.

Frente a él estará alguno de otros cinco candidatos – George Forsyth (centro derecha), Rafael López Aliaga (ultraderecha), Keiko Fujimori (derecha autoritaria), Hernando de Soto (derecha ultraliberal) y Verónika Mendoza (izquierda), apiñados en un impredecible margen de entre el 7 y el 10% de intención de voto.

Hay todavía más opciones, pero salvo un terremoto político de último minuto, la pelea por el segundo puesto parece restringida a este grupo.

En cualquier caso ninguno pasará al balotaje con más de un 20 % de voto directo, un magro respaldo que de origen limitará a los ojos de muchos la legitimidad del mandatario que resulte electo finalmente.

«Todos los candidatos están buscando conectar con el hartazgo ciudadano, ese es el común denominador. Pero ninguno logra posicionarse con un liderazgo atractivo, masivo. Y eso habla de que la oferta política es deplorable. La gente demanda un Estado eficiente, una economía que crezca, pero la clase política no consigue empaquetarlo de una forma creíble ni solvente», señaló Venturo.

Claramente, para la ciudadanía peruana la situación es de resignación ante la necesidad de elegir al «menos peor» de entre todos.

DESAFÍOS GRAVES

Con ese endeble capital político es con el que la clase dirigente habrá de dar salida a múltiples problemas de toda índole, algunos antiguos y otros derivados del demoledor embate de la covid-19 en el país, salidas que indefectiblemente pasan por unas políticas de Estado firmes y consensuadas.

La economía devastada, la informalidad rampante, la salud asfixiada, la educación olvidada y la corrupción omnipresente son y serán temas imperiosos a los que los peruanos demandan soluciones serias y creíbles, pero las perspectivas no van por ese camino.

«Ya en 2016 Perú no se podía permitir esta situación política, y ahora pues muchísimo menos por que el sistema ha colapsado. Salud, seguridad, economía… Estamos más precarios que nunca y la brecha es la más grande que nunca. Nos da miedo ver que podemos caer aún más», indicó Venturo.

Y más allá de temas concretos está la creciente percepción de que Perú es un «Estado fallido», al menos en el criterio de que son cada vez menos los ciudadanos que creen en él.

«El contrato social que se dio en los años 90, que era acabar con el terrorismo y la inflación costara lo que costara, que se tradujo en ajustes y privatizaciones, duró casi tres décadas, ha caído. La gente reclama cambios drásticos, sin dictaduras, pero cambios drásticos que cuiden el equilibrio. La clase política no muestra capacidad para renovar ese pacto», culminó el analista.

Álvaro Mellizo EFE

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