Incluso figuras intelectuales como Simone de Beauvoir bromeaban sobre su baja tolerancia al alcohol, atribuyendo a un par de copas efectos inmediatos antes de iniciar sus debates existencialistas. 

Décadas después, la ciencia ha logrado desentrañar que estas sensaciones no eran meras anécdotas, sino el resultado de procesos biológicos complejos. 

El cuerpo femenino procesa el etanol de manera distinta al masculino, generalmente con mayor rapidez e intensidad, debido a una combinación de factores que van desde la química gástrica hasta la respuesta cerebral, explica DW.

El viaje del etanol en el organismo

El impacto del alcohol comienza casi al instante. Antes de ser ingerido, las papilas gustativas activan señales neuronales que alteran la frecuencia cardíaca y el flujo sanguíneo. Una vez deglutido, aunque una parte se absorbe en el estómago, la mayoría llega al intestino delgado para entrar al torrente sanguíneo. 

En este punto aparece la primera gran diferencia: la enzima alcohol deshidrogenasa (ADH).

Investigaciones que datan de 1990 demuestran que, a igual cantidad de bebida ajustada por peso, las mujeres filtran menos alcohol en la fase inicial o «metabolismo de primer paso». 

Esto ocurre porque los hombres poseen una mayor cantidad de ADH en el estómago, lo que les permite degradar más sustancia antes de que esta circule por el resto del cuerpo.

El debate entre el peso y la composición

Dentro de la comunidad científica existe un debate sobre cuál es el factor determinante en la embriaguez. 

Para expertos como Rainer Spanagel, el peso es la clave. Al ser el etanol una sustancia que se distribuye uniformemente en los compartimentos del cuerpo (órganos y cerebro), un envase físico más pequeño implica una mayor concentración de la sustancia.

Sin embargo, investigadores como Edward Scotts sugieren que la clave reside en la composición corporal más que en el tamaño. Las mujeres suelen presentar un mayor porcentaje de grasa y menos agua que los hombres. 

Dado que el alcohol se diluye en el agua corporal, al haber menos líquido disponible, la concentración en sangre se dispara con mayor facilidad.

Hormonas y el riesgo de dependencia

El efecto del alcohol no termina en la sangre; se extiende profundamente en el sistema de recompensa del cerebro. Aquí entra en juego el estradiol, la principal hormona ovárica, que potencia la liberación de dopamina. Durante etapas como la ovulación, este refuerzo hormonal hace que el consumo resulte más placentero, aumentando el riesgo de ingesta excesiva.

Esta respuesta diferenciada explica el fenómeno conocido como telescoping: una transición acelerada desde el primer contacto con la sustancia hasta la dependencia grave. 

Finalmente, las estadísticas reflejan que las mujeres suelen desarrollar problemas de adicción en menos tiempo y con menores cantidades totales de alcohol que los hombres, lo que subraya la importancia de entender el consumo desde una perspectiva de género y salud biológica.

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