Renén Núñez

 

Lo hemos oído en el pasado y lo seguimos oyendo en los discursos políticos y redes sociales venezolanas “Somos un país rico” “Vivimos en el mejor país del mundo” “Somos el país más bello del mundo”. Sin embargo, hay una cruda realidad e innegable, en los últimos 60 años, no hemos podido transformar esas inmensas riquezas naturales en progreso y desarrollo humano: prosperidad, bienestar, seguridad y justicia social. 

Aunque no se argumenta en el debate político cotidiano, desde 1970 hasta 1998, el país ha experimentado un proceso gradual de empobrecimiento, y de forma acelerada desde 1998 con la llegada del socialismo chavista madurista.

Un país no es rico por sus riquezas naturales, sino por lo que transforma y produce. El país rico  es aquel donde el valor se puede crear fácilmente, donde las instituciones funcionen cabalmente y faciliten cada emprendimiento y los involucrados tengan sus frutos y puedan disfrutar  de sus beneficios, sin impedimentos.

De nada nos ha servido el petróleo, el hierro, el oro, el cobre y ahora el coltán si a finales de cuentas el Estado que se ha tenido sigue teniendo, ahora absoluto, el  monopolio de sus operaciones. De nada vale tener campos abiertos y suficientes fértiles si el Estado lo expropia todo. Un país que en estos últimos 20 años, no ha invertido un dólar en ciencias e investigaciones.

VERGÜENZA! debe darnos como sociedad que teniendo un subsuelo minado de materias primas estratégicas concedidas por la providencia, la nación venezolana está tocando fondo no solo a nivel institucional, moral, democrático, social, sino económico.  

La economía venezolana se ha reducido por siete trimestres consecutivos y el futuro se pinta negro: caída sostenida en la producción del crudo, todas las empresas básicas quebradas, alta deuda interna y externa, demandas internacionales saliendo en contra, otras en proceso, poderes públicos parcializados y controlados por el régimen; una situación política compleja e indefinible, por ahora.

Hoy, cuando ciertos sectores pensantes del país, entre otros, como la UCAB, Ifedec, insisten en promover un debate nacional para compartir Propuestas para un plan País y construir una transición sin sobre salto hacia una Venezuela distinta y libre; me es propicio la ocasión para insistir y exigir, ante todo, un previo diagnostico histórico y reconocimiento ineludible e impostergable del fracaso del modelo  político y económico del Estado. El rentismo petrolero. Agotado. No merece seguir probando su ineficiencia histórica; los resultados de hoy  penosamente muestran a Venezuela, el país rico, entre los cinco  países más pobres e improductivos del mundo.

Seguir manteniendo la premisa que las fuerzas productivas básicas de la economía” deben seguir en manos del Estado venezolano, un crimen político. A sabiendas de que la mayoría de los gobiernos, incluyendo la clase política e intelectual, “sin querer queriendo” obraron todo este tiempo como paternalistas y socialistas; desvirtuando instituciones y estableciendo un sistema clientelista centrado en un capitalismo de amigos en vez de un sistema de libre competencia y pocos controles.

Apostamos por la planificación de un Estado moderno, centrado en los ciudadanos y donde el trabajo sea el motor del desarrollo con libertad plena. Donde los ciudadanos con esfuerzo propio definan su autodeterminación y autorrealización de sus propios destinos, con un Estado fuerte facilitando y garantizando sus derechos. Un Estado  ocupado en el cobro de impuestos justos, cumpliendo y haciendo cumplir las leyes, igual para todos. Solo así será posible derrotar la CORRUPCIÓN. Y tal vez no habría tantos partidos y aspirantes a cargos públicos en el futuro.

Quien le teme a las libertades, es porque no creen en ellas.

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Edición 1480

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