El nanómetro (0,000000001 metros) es una medida especial, es la frontera entre el mundo cuántico de los átomos y el mundo que los físicos llamamos “clásico”, el mundo de nuestra experiencia dónde el tiempo solo va hacia delante, donde las acciones tienen consecuencias.

Fue en este espacio especial donde surgió la vida en la Tierra; las proteínas y las biomoléculas que nos forman se miden en nanómetros.

Este hecho nos da la clave de su importancia, en la función de las proteínas y biomoléculas se entrelazan la física (energía, movimiento, información, procesos cuánticos), reacciones químicas y funciones biológicas.

La nanoescala es la escala donde todo está relacionado, donde empieza la complejidad que caracteriza nuestras vidas.

En 1959, Richard Feynman, en una conferencia inspirada e improvisada, se dio cuenta de la gran ventana de conocimiento que se abriría al llegar a entender esa complejidad nanométrica, e imaginó las posibilidades tecnológicas que esto facilitaría. Imaginó microscopios, máquinas capaces de manipular átomos y moléculas e incluso de crear nanomáquinas a esa escala.

La intuición de Feynman se empieza a hacer realidad en los años 80 del pasado siglo, cuando todas las ciencias parecían converger en esa escala, los químicos empezaron a sintetizar nanopartículas, los físicos crearon los primeros microscopios que podían ver y manipular átomos individuales (los microscopios túnel de barrido recibieron el Premio Nobel en 1986) y los biólogos empezaron a construir nanoestructuras usando las bases del ADN como bloques de fabricación

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