Leidy Ramírez / [email protected]

 

El juego continuaba, y ya habían pasado 3 meses desde que se conocieron sin parar de hablar a diario. A ella le parecía un hombre increíble. “Seguro debes tener a alguien, le decía ella. Puedes decírmelo. No te juzgaría.” A lo que el respondía: No, ni pareja, ni hijos, completamente soltero.

Pero como ningún misterio es más grande que la sospecha, sobre todo en tiempos de redes sociales, ella no dudó en acudir a Google, introducir el nombre y apellido de él, que bastó para que apareciera la foto del perfil de aquel hombre blanco, de ojos azules en Facebook con una mujer de tez oscura y afro abrazándole por detrás. Debe ser su mamá, pensó ella por un instante.

Cuando hizo clic en la foto, pudo ver el nombre de la chica, que rápidamente introdujo en Instagram, y ¡Voila!, apareció su perfil, pero estaba privado. Así que encontró la manera de registrar una cuenta de Moda Vintage, que supuso que toda chica querría aceptar y sí, le funcionó.

Inmediatamente tuvo acceso a las fotos más antiguas de la persona. Databan de unos 8 años atrás. Había muchas fotos de viajes. Llevaba junto él 10 años, la misma cantidad de tiempo que ella llevaba con una pareja de la que a veces, no estaba segura. Observaba detenidamente las  fotos de aquella mujer que parecía enamorada y agradecida con el hombre que etiquetaba en uno que otro Post como el más perfecto que había conocido.

Además de los paisajes y los placeres del vino, en sus fotos,  la mujer mostraba simpatía por fetiches comunistas. Se autoproclamaba socialista, mientras posaba con unos bigotes de Stalin, tomaba una copa de champaña y se burlaba del lujo que se atribuye en Europa al pensamiento de Izquierda, en una etiqueta que decía: “#Now i’m a real champagne socialist”.

Aun así, él la escogió a ella. –Pensaba-. Claro, con una economía estable, cerveza y vino a la vuelta de la esquina, para cualquiera es muy fácil viajar, ser romántico y supuestamente divertido en plena Inglaterra del siglo XXI -se decía-, mientras comenzaba a planear la manera de hacer pagar la omisión de aquel mentiroso, aunque ella tampoco había sido sincera.

Optó por sostener la mentira unos meses más, solo para observar en primera fila como él camuflaba su engaño con frases  galantes y actitudes seductoras, a las que ella no dudaba en responder de igual manera, esperando el momento preciso para decirle lo que ya sabía.

No pasaron más de tres meses  cuando a mitad de otra cálida conversación sobre si sería mejor llegar a Londres en primavera o en otoño, ella no aguantó más. “Descubrí en redes sociales que tienes novia y vas a casarte.”, le dijo. “Sí, perdona. Quería decírtelo, pero no sabía cómo. En verdad me gustas y temí que desaparecieras.  Por favor, seamos amigos.”, suplicó él.

Ella entendió que lo mejor era mejor  no volver a hablarle. 

Pasaron algunas semanas, hasta que descubrió un mensaje de él colado en otra computadora, de donde por alguna razón que ella desconocía no había sido bloqueado. Decía: “En verdad lo siento. Déjame repararlo. Hablemos.”

Ella pensó en esto durante algunos días. Al poco tiempo, volvió a agregarlo a su lista de contactos.

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