“En aquel tiempo muchos judíos que habían ido a casa de María creyeron en Jesús al ver lo que había hecho. Pero otros fueron donde los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Consejo y preguntaban: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos que siga así, todos van a creer en él, y luego intervendrán los romanos que destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» Entonces habló uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, y dijo: «Ustedes no entienden nada.  No se dan cuenta de que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo y no que perezca toda la nación.» Estas palabras de Caifás no venían de sí mismo, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó en aquel momento; Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. Y desde ese día estuvieron decididos a matarlo.  Jesús ya no podía moverse libremente como quería entre los judíos. Se retiró, pues, a la región cercana al desierto y se quedó con sus discípulos en una ciudad llamada Efraín. Se acercaba la Pascua de los judíos, y de todo el país subían a Jerusalén para purificarse antes de la Pascua. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece? ¿Vendrá a la fiesta?» Pues los jefes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes, y si alguien sabía dónde se encontraba Jesús, debía notificarlo para que fuera arrestado”.     

Reflexión hecha por Luis Perdomo Animador Bíblico de la Diócesis de Ciudad Guayana. Venezuela

La Iglesia Universal celebra hoy, entre otros santos, la fiesta en honor a Hugo de Grenoble. El obispo que nunca quiso serlo y que se santificó siéndolo, que se esforzó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y siendo amante de la soledad, durante su episcopado ofreció a san Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió como primer abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad. Nació en Valence, a orillas del Isar, en el Delfinado, en el año 1053, y murió en el año 1132. Fue canonizado el 22 de abril de 1134 por el Papa Inocencio II.

Y la liturgia de hoy nos presenta al Evangelio de Nuestro Señor JESUCRISTO, según San Juan capítulo 11, versos del 45 al 57, en el que se resalta las palabras proféticas del sumo sacerdote Caifás, donde anuncia que era mejor que JESÚS muriera, para salvaguarda la unidad del pueblo judío. Y es que las autoridades políticas y religiosas de la época, no aceptaban que JESÚS actuara en nombre de DIOS, ya que los signos y prodigios que Él hacía, dejaba en evidencia a un sistema religioso caduco y distante de la novedad que presentaba el DIOS ENCARNADO JESÚS de Nazaret. Por eso es que los jefes del pueblo judío, se niegan a aceptar esta realidad y prefieren llegar a un acuerdo con las autoridades romanas, para asesinarlo, porque también era una amenaza para sus intereses.

Las palabras de Caifás se cumplieron, pero no en el sentido en que las dijo. Sino para hacer realidad el Proyecto que desde los Orígenes del mundo ha tenido DIOS para la raza humana, de que vivamos la felicidad de disfrutar en igualdad de condiciones las maravillas Creadas por Él. Aquí no se habla de ningún proyecto megalómano que elimine las diferencias, sino de algo más sencillo: contribuir a que la comunión de la familia humana, se haga realidad, y eso nos demostrará que la muerte de JESÚS no ha sido inútil. Él mismo dijo: «Cuando haya sido levantado en alto, atraeré todo a mí» (Jn 12,32). Confirmando así que la Cruz y la Resurrección son la fuente de toda comunión y fraternidad, del Nuevo Pueblo de DIOS.

Al confrontarnos con el texto, vemos que la liturgia de este último sábado del tiempo de Cuaresma nos ofrece una clave para interpretar la muerte de JESÚS en perspectiva de globalización. Su muerte, va a llevar a cabo el sueño que él mismo había presentado al Padre: “Que todos sean uno, como Tú y Yo Somos Uno” (Jn 17,21).  Lamentablemente todavía no se ha podido realizar ese sueño, porque en el seno de Su Iglesia, persisten las divisiones y los conflictos.  Esto, sin embargo, no es más que un comienzo y una figura de lo que se logrará al final de los tiempos, cuando toda la humanidad se reúna en CRISTO.

Por eso es que, en este momento, cuando la humanidad y la propia Iglesia Católica, están viviendo una fuerte tensión, los cristianos debemos ser los primeros en darnos cuenta de que vivimos un tiempo excepcional, por lo que debemos clamar a DIOS para vencer las barreras y los prejuicios. Y con esta certeza nos corresponde mirar, y reflexionar sobre la realidad humana, y descubrir metas para el esfuerzo común, en la que todos vivamos la hermandad de sentirnos hijos de DIOS, “que escucha el clamor de su pueblo” y “está presto a socorrernos” (Ex 3,7).32

Señor JESÚS, gracias por Revelarnos que Tu muerte, en la Cruz, no fue un acto de masoquismo, sino que fue la consecuencia de Tu Radicalidad por Mostrar el Rostro Amoroso y Misericordioso de DIOS, a favor de la Vida de los más desprotegidos de la humanidad.

Amén

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