El precio medio de un satélite convencional ronda los 500 millones de euros y su fabricación y lanzamiento está sólo al alcance de multinacionales, gobiernos y agencias espaciales -y en la mayoría de los casos de alianzas entre ellos-; los nanosatélites, del tamaño de un microondas, pretenden democratizar el espacio y que sectores que nunca se plantearon acceder a soluciones satelitales puedan ahora hacerlo de una manera más rápida y asequible.
Un nanosatélite se pueden diseñar, fabricar y lanzar en cuestión de meses, a un precio que ronda 1 millón de euros; pueden ser lanzados desde numerosas lanzaderas y cohetes; forman constelaciones que permiten una rápida renovación o actualización y su crecimiento exponencial ha multiplicado también el número de empresas y administraciones que recurren a ese tipo de servicios.
Son los argumentos que defiende el fundador y máximo responsable de Open Cosmos, Rafel Jordá, que puso en marcha esta empresa hace ocho años en el Reino Unido y hoy tiene sedes también en Barcelona (noreste), Madrid y Cádiz (sur), con instalaciones para la integración y el testeo de los satélites en salas «blancas» o limpias y centros de investigación para avanzar en múltiples desarrollos electrónicos, cada vez más miniaturizados.
Jordá, que en las próximas semanas recibirá el Premio Empresa de la Fundación Princesa de Girona, habló con EFE de «democratizar» el acceso al espacio y de cómo redundará eso en beneficio de la sociedad, del concepto de «nuevo espacio», de tecnologías disruptivas e innovadoras, pero también de pasión, de entusiasmo, de talento, de liderazgo y de calidad profesional y humana.
La empresa fabrica y opera satélites y desarrolla con ellos misiones que propician la recopilación de datos geoestacionales o servicios de telecomunicaciones, fundamentales -ha explicado su fundador- para abordar algunos de los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad (el cambio climático, el uso eficiente de los recursos naturales, la predicción de catástrofes naturales), pero también para favorecer la conectividad de áreas remotas o facilitar la gestión de la ayuda humanitaria.
Ha ganado ya concursos y desarrollado proyectos para la Comisión Europea, para el Reino Unido, para la Agencia Espacial Europa (ESA) o para la Generalitat de Cataluña (el nanosatélite «Menut» de observación de la Tierra); para la Junta de Andalucía (el satélite «Agapa» para la Agencia de Gestión Agraria y Pesquera de la Junta de Andalucía); o para el Instituto Astrofísico de Canarias (el «ALSIO-1» para identificar riesgos medioambientales y climáticos y optimizar el uso de los recursos naturales).
El mallorquín Rafel Jordá señaló que de momento la tasa de éxito de las misiones que ha desarrollado se sitúa en el 100 por cien y que la compañía tiene una cartera de contratos para desplegar otros dieciocho nanosatélites por un importe global que ronda los 50 millones de euros, contratos y cantidades que a su juicio van a propiciar la creación de empleo de calidad y la retención de talento científico español.
El ingeniero repasó su pasión por la ciencia y por el espacio desde niño; cómo aprendió de sus padres -sanitarios los dos- que el margen de error se debe aproximar a cero; la transformación «o incluso revolución» que está experimentando el sector aeroespacial gracias a los nanosatélites y de cómo un sueño se transforma en proyecto y un proyecto se convierte en empresa tras superar las tres grandes barreras del sector: la altísima complejidad tecnológica, la estricta regulación y los elevados costes.
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