Ciudad Guayana.- En una investigación con 390 pares de mellizos y gemelos, el equipo de Bich Hong Nguyen, del Centro de Trastornos del Sueño del Hospital Sacre-Coeur de Montreal, en Canadá, reveló que los gemelos, portadores de conformaciones genéticas casi idénticas, eran más propensos a experimentar algún tipo de miedo durante la noche que los mellizos.
Carolina Marín, psicobióloga de la Universidad Complutense de Madrid, comparte la tesis de la importancia de la genética en la conformación de los miedos infantiles, pero apunta otro factor: el ambiente
Por influencia del ambiente entendemos aprendizaje del entorno, y, el más cercano, es el modelo paterno.
Es por esta razón que, a juicio de Marín, “con frecuencia, los miedos de los padres se convierten en las frustraciones de los niños”. La parte emocional la pone la madre, mientras que el padre representa la autoridad.
El tópico dice que “las madres quitan penas y los padres miedos”, señala Muñoz. En este sentido, un niño puede desarrollar miedo a los ratones porque la madre grite en un momento concreto ante la visión de un roedor.
Y es que la transmisión de un mensaje de inseguridad puede influir decisivamente.
Los miedos son reacciones ante estímulos asociados a determinadas amenazas. En el caso de los niños, la cara positiva de la moneda es la de ayudarlos a adaptarse al medio y prevenir accidentes, como sucede en el caso del miedo a cruzar una calle o a algunos animales.
La lección aprendida aquí sería la de la precaución. Sin embargo, este fenómeno deviene en patología cuando limita nuestra vida. Esto es, cuando nos mantenemos en alerta ante situaciones no peligrosas.
Cuándo se convierte en un problema
De ser así estamos ante una fobia y conviene saber que existen tantas como objetos y posibles situaciones. Por el gabinete de Muñoz, por ejemplo, han pasado desde chavales con “el típico miedo a la oscuridad hasta un caso de un miedo irracional a los botones”.
Pero, sin duda, la fobia más común es la fobia social que, “a menudo, se confunde con la timidez y consiste en un intenso y persistente miedo a la interacción con los demás”, explica la psicóloga. En el fondo subyace el temor a ser rechazado.
La sintomatología incluye todos los signos propios de la ansiedad anticipatoria (ruborización, temblores y palpitaciones) cuando la persona se expone a una situación temida, ya sea hablar ante una multitud, ir a un baño público o preguntar por una calle.
El sujeto se convence de que todos tienen la mirada puesta en él a la espera de que cometa un error. En este sentido, algunos expertos creen que este trastorno se debe a un anclaje en la etapa infantil, que va de los 3 a los 7 años, cuando el niño experimenta una normal timidez.
En cualquier caso, la fobia social se desarrolla usualmente en la infancia o en la adolescencia y puede deberse a unos padres sobreprotectores o, en el otro extremo, demasiado exigentes.
Muñoz, acostumbrada a tratar con niños, destaca que se da en sujetos más frágiles emocionalmente y “suele pasar desapercibida para los padres porque si el niño no muestra interés por salir y se queda en casa, aunque sea pegado a la consola, se evitan preocupaciones y no ven el problema hasta que asumen la falta de habilidades sociales de su hijo”.
Un niño puede ansiar tener decenas de amigos y, sin embargo, pasarlo mal en su propia fiesta de cumpleaños. La psicoterapia es una vía para solucionar este problema. Se trata de preparar al paciente para enfrentar sus miedos exponiendo al mismo a las temidas situaciones de forma controlada hasta que éste sea capaz dar el paso por sí mismo.
Si se hace de manera grupal, la ventaja es la constatación de que no se es único a fin de que el paciente supere la vergüenza inicial y se sienta cómodo para hablar. Sólo en casos muy graves se recurre a la farmacología, siendo lo más habitual la prescripción de ansiolíticos.
Evolución de nuestros miedos
El miedo acompaña el desarrollo del ser humano desde la infancia, en estrecha relación con los cambios evolutivos. En 1991, Robinson, Rotter, Fey y Robinson recogieron las conclusiones de seis estudios (realizados entre 1935 y 1988) que relacionaban la edad con la aparición de determinados miedos.
Según este esquema, en los niños de entre 4 y 8 años es común el miedo a la oscuridad y a las criaturas imaginarias; a partir de esa edad lo imaginario se mezcla con temores más realistas, como el miedo al daño físico.
No será hasta la preadolescencia y la adolescencia cuando surjan los miedos relacionados con la autoestima y las relaciones interpersonales, siendo uno de los principales motivos la carencia o supuesta carencia de habilidades escolares.
Para Muñoz, “la cuestión del fracaso escolar se ajusta al ejemplo del pez que se muerde la cola”: el niño se da cuenta de que no obtiene el resultado exigido, ya sea por los padres, por los maestros o por ambos, y aumenta su temor a no estar a la altura, se siente presionado y finalmente acaba por asumir su condición de “no privilegiado para los estudios”, instalándose ya con comodidad bajo el abrigo del fracaso.
Conforme maduramos llega también la preocupación por lo que nos rodea, por el devenir de la sociedad y la forma en que la coyuntura económico-política nos afecta. Factores como la raza, la clase social o el género pueden influir decisivamente en este aspecto.
En cualquier caso, “parece razonable que los cambios que se producen en la sociedad se manifiesten en unos miedos concretos –señala Muñoz-, el problema surge cuando se genera una alarma innecesaria”.
En el centro de la diana, los todopoderosos medios de comunicación, artífices del imaginario colectivo que “con su particular énfasis de la noticia contribuyen a que se generalice el miedo a cualquier tipo de tragedia y éste se manifieste cada vez a edades más tempranas”, remata la experta.
Fobias curiosas
- Balenofobia: una fobia con la que el personal de enfermería tiene que lidiar en ocasiones es ésta, ya que consiste en el miedo a los objetos punzantes, como las agujas. Existe también el miedo a los médicos, conocido como latrofobia.
- Clinofobia: miedo a irse a la cama por pensar que no despertaremos de nuestro sueño, aunque el miedo a morir en sí mismo recibe el nombre de tanatofobia.
- Decidofobia: pavor a tomar decisiones, para lo cual quienes la padecen suelen recurrir a la astrología o a personas de su entorno con objeto de evitar asumir responsabilidades.
- Pecatofobia: miedo a cometer pecados o a los crímenes imaginarios, por lo que puede vincularse con interpretaciones muy cerradas de ciertas concepciones religiosas.
- Fobofobia: miedo al miedo. Es uno de los miedos más irracionales y singulares que existen y consiste en el temor a vivir cualquier situación que despierte angustia.
Con información de Cuidateplus
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