María D. Valderrama

París.- Los corrillos de vecinos se extienden este martes en torno a una Notre Dame devastada. Pese a todo, las religiosas de la iglesia se preparan para continuar los festejos de la Semana Santa, mientras algunos imaginan una restauración que deje un edificio aún más monumental.

La incredulidad predomina aún en el Barrio Latino y sus islas, kilómetro cero de París. Sobre ellas se erige Notre Dame, todavía orgullosa pero sin su reconocible aguja ni su cubierta, cuya restauración algunos vecinos temen que se prolongue «décadas».

El treintañero Gaspard Benilan trabaja en el barrio. Pasa con su bicicleta todos los días por delante de la catedral. Acostumbrado por la rutina, había dejado de percibir su presencia. Hasta hoy.

«Uno pasa por aquí todos los días y no se da cuenta, pero hay una parte de nuestra identidad en este tipo de monumentos. Esta mañana pensaba encontrarme un montón de cenizas. El techo está destrozado, pero podría haber sido peor», opina en declaraciones a Efe.

Al kilómetro cero se acercaban también este martes grupos de religiosas, que por el hábito eran constantemente reclamadas. No quieren hablar, pero sonríen esperanzadas y miran al futuro: «Creímos que iba a ser mucho peor; ahora se podrá restaurar y pensemos en celebrar al máximo la Semana Santa», dice una de ellas.

Desde los canales y el muelle que envuelven la isla de la Cité y la de Saint-Louis, los vecinos y turistas alzan sus teléfonos para fotografiar la desgracia. A otros les basta con levantar la vista, con la mirada perdida, mística e hipnotizada.

Es más que el centro de París, es su corazón: la isla en la que se instalaron siglos antes de Cristo los Parisios, una tribu de la Galia, cuyo nombre persistió pese a la ocupación romana y el apelativo que ellos le dieron: Lutetia.

Llena de pequeñas iglesias hasta el levantamiento de la catedral y foco del poder real hasta el siglo XII, fue en estas mínimas siete hectáreas donde arraigó el cristianismo, gracias a San Dionisio, cuya estatua corona en varios puntos la fachada de Notre Dame.

Un profesor de Historia, Martial Schwoerer, comprueba los desperfectos desde el puente de Luis Felipe y ve en el desastre una oportunidad.

«Lo que me preocupa ahora son los daños en el interior, pero me pregunto si, ya que la bella cubierta ha desaparecido, no habría que rehacerla a cielo abierto, acristalada, como la Pirámide del Louvre», sugiere.

«Está lloviendo dinero de todo el mundo, lo que está muy bien, pero la cuestión es que hay gremios de artesanos prácticamente desaparecidos y es la mano de la obra lo que podría faltar. Si viene gente de todo el mundo podría ir rápido y aunque falta el saber hacer podría servir para forjar una nueva generación de artesanos», manifiesta esperanzado.

Los vecinos coinciden en que, pese a los menguantes fondos de Patrimonio, la reconstrucción de Notre Dame debe ser prioritaria, por su historia y los vínculos con sus conciudadanos, para que «Emmanuel», la mayor de las campanas, y sus compañeras de campanario vuelvan a repicar cuanto antes.

Stefan Noel trabaja en el Palacio de Justicia, en la misma isla, y pasea por sus puertas cada mañana. Hoy, pese al incendio, no es una excepción.

«Vengo a rendirle homenaje. Es muy triste pero nos acostamos anoche con el dolor de verla ardiendo, y hoy nos levantamos llenos de esperanza porque la vamos a reconstruir, lo esencial ha resistido», relata.

En este país, afectado a menudo por el decaimiento y las crisis de identidad, esta reconstrucción será, según Noel, «un momento de solidaridad y de comunión nacional». «Participaré desde hoy en las recogidas de fondos, esta será una bella obra del siglo XXI». EFE

 

FOTO: EFE

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