Periodista de éxito, vivía atrapada en las drogas y el alcohol, la ira y el miedo hasta que descubrió en la meditación un camino de liberación de sus adicciones físicas y emocionales.
“Mi incapacidad de hablar acerca de mi maltrato sexual, físico y emocional había ido depositando capas de emociones tóxicas no expresadas. Me había convertido en víctima de mi pasado. Para mí la meditación fue lo que reventó la tapa sobre todo lo que intentaba mantener fuera de la vista. La práctica meditativa del mindfulness -ser consciente en cada momento- fue cómo disponer de un telescopio dirigido a mi corazón. A la luz de esa atención hacia mí misma no pude esconder el hecho de que mi corazón estaba lleno de cólera, ni pude continuar intelectualizando o anestesiando mi recorrido por la vida”, escribe Valerie Mason-John en Desintoxica tu corazón. Meditaciones para sanar traumas emocionales (Ed. Kairós).
Formadora en gestión de la ira, nos encontramos con ella en La Casa del Tíbet de Barcelona dónde ha dado un taller (“Mindfulness y el círculo vicioso de las adicciones. Libera las cadenas de tu sufrimiento”) para tomar conciencia de las adicciones que hay en nuestra vida y ayudar a liberarnos de ellas.
¿Todos en cierta medida somos adictos a algo, ya sea una sustancia, una emoción, una relación, la comida, el trabajo… ?
Yo veo adicciones continuamente. Para ciertas personas la adicción que sufren es una cuestión de vida o muerte, pero otras personas sufren adicciones que conllevan una muerte más lenta. Una de las definiciones de adicción es sentir anhelo de algo y que en este deseo haya un elemento de perdida de control, una compulsividad y una necesidad de ello a pesar de las consecuencias. Yo me puedo decir: “No, no. Yo no sufro nada de todo esto”. Esta es la trampa. Carl Hart, un profesor de neurociencia y psicología de la Universidad de Columbia, explica que nuestros comportamientos adictivos a menudo están estrechamente relacionados con nuestra imperiosa necesidad de ser felices todo el tiempo. La gente que quiere ser feliz continuamente se auto-genera mucho sufrimiento porque, cuando no alcanzan ese ideal de felicidad, se sienten muy desgraciados.
¿Escapamos del dolor como los adictos?
Los seres humanos tendemos a escapar de la experiencia. Llegamos incluso a evitar y a sabotear las experiencias placenteras. Nos estamos divirtiendo y decimos: “Esto no basta, no es suficiente. Necesito más”. Es como si estás saboreando una maravillosa comida y piensas en lo que vendrá después o te entristeces con el último bocado. Para algunas personas sostener la felicidad y el placer resulta extremadamente difícil. Les cuesta entrar en contacto con lo agradable en la mayoría de los casos por lo que han vivido en su infancia. Si has sufrido abusos, como fue mi caso, se sabe que cuando el cuerpo es tocado de una determinada manera, segrega dopamina automáticamente. Así pues, si alguien ha experimentado esta sensación agradable mientras sufría abusos, puede a partir de entonces dedicarse a evitar toda sensación placentera ya que la vivencia resultará demasiado dolorosa y despertará también el dolor vivido. Otras lo que rehuyen constantemente son las experiencias y emociones desagradables. No quieren contactar con el dolor. Otras no soportan las vivencias neutras. Los niños son especialistas en esto. Dicen: “Me aburro” achacando la culpa de su aburrimiento a los adultos. Desean evitar esa experiencia neutra donde no ocurre nada en particular. A ciertas personas les ocurre en la edad adulta hasta el punto de que cuando están una relación en la que no está pasando nada acaban provocando una pelea.
La intensidad crea adicción.
Estamos siempre moviéndonos sobre un péndulo que va del anhelo a la aversión y de la aversión al anhelo. Es la forma que tenemos de estar continuamente escapando de aquello que sentimos. Al final de un día de trabajo suele asaltarnos un ligero bajón de energía. ¿Qué hace la mayoría de gente? Tomar una copa de vino o fumar o comer… Todo con la intención de no sentir esa sensación de vacío.
¿Cuál es la solución?
La auténtica libertad reside en el no hacer, algo que resulta increíblemente difícil de llevar a cabo ya que en nuestra cultura siempre tenemos que estar haciendo algo. Pero la libertad es no hacer nada y sostener lo que uno siente. ¿Cómo? Practicando como practicas cuando quieres ser bueno jugando al fútbol o quieres ser bueno en tu trabajo. Es una práctica compasiva.
“El sufrimiento tiene un final”, asegura en la primera página de su libro. ¿Es así?
Estas enseñanzas no son mías, proceden del fundador del mindfulness, Siddharta Gautama, conocido como Buda. Sus enseñanzas surgen de su experiencia personal porque estos conocimientos están en el interior de cada uno de nosotros y aparecerán siempre que nos tomemos el tiempo de parar. Si paramos, veremos que realmente existe una manera de dejar de sufrir. Nuestro cuerpo envejece, enferma y muere. Esto es una realidad. Pero los humanos, a quienes nos cuesta gestionar y aceptar los cambios, creamos un sufrimiento añadido e innecesario. Todo el mundo tiene la capacidad de vivir sin sufrir independientemente de sus condiciones de vida. Hay personas que gozan de mejores condiciones de vida que otras, es cierto, pero también lo es que las personas que tienen más no siempre son las más felices ni saben cómo disfrutar de ello.
¿Una de las raíces del sufrimiento es identificarse con los pensamientos dando por sentado que aquello que pensamos es real?
Sí. Lo que enseño es que los pensamientos no son hechos. Si realmente tomamos por cierto y real aquello que pensamos, nos convertimos en nuestros pensamientos y actuamos a partir de lo que ha creado nuestra mente. La realidad es que la mente produce pensamientos y, aunque pueda calmarse, lo seguirá haciendo. La práctica consiste en tener pensamientos sin un pensador. Lo que digo es que los pensamientos llegan a nuestra mente, pero no tenemos por qué identificarnos con ellos, ni construir una historia a partir de ellos y después creerla cierta. Mi trabajo consiste en ayudar a las personas a descubrir un nuevo lenguaje alrededor de los sentimientos, de los pensamientos y de los hechos. Porque a menudo las personas aseguran “sentirse abandonadas”. O también dicen: “me siento juzgado” o “siento que me dejan de lado”. Pero en realidad esto no son sentimientos, sino una interpretación de algo que ha pasado. Estamos ante una historia que nos hemos contado y al creerla nos generamos sufrimiento.
¿Y qué hacer con las sensaciones?
En mindfulness hablamos de tres tonos de sensación: sensación agradable, desagradable o neutra. Si caminando por la calle me encuentro con una pastelería, mi vista y mis ojos contactan con los pasteles y aparecen sensaciones en el cuerpo. Quizá empiezo a salivar, tal vez las manos me empiezan a sudar, aparecen sensaciones en el estómago… Y esto ocurre ante cualquier situación. Tenemos seis sentidos -porque la mente es también un sentido- y tan pronto como estos sensores contactan con algo aparecen sensaciones, unas veces de manera más sutil y otras de manera más determinante. Y según son estas sensaciones -agradables, desagradables o neutras-, llegan pensamientos a nuestra mente y después emociones y finalmente actuamos a partir de todo ello.
“Para algunas personas sostener la felicidad y el placer resulta extremadamente difícil”.
Reaccionamos a esa cháchara interior que a menudo está llena de pensamientos muy críticos con nosotros mismos…
Sí, claro. Y nos tomamos lo que pensamos sobre nosotros mismos como una sentencia de vida: “Algo no va bien en mí”. “No soy digna de ser amada”. “No soy buena”. “Soy tonta”… Habrá que determinar cuál es el origen de toda esta cháchara e identificar de dónde procede esa voz. Suelen ser mensajes interiorizados desde la infancia, a veces es la voz de uno de nuestros padres, otras veces de un maestro, de un hermano, de un compañero de clase… Y es un pesado lastre que hemos arrastrado durante años y debemos dejar atrás para amarnos a nosotros mismos. Algunas veces también se nos ha enseñado una versión distorsionada del amor cuando, por ejemplo, nos han dicho cosas como: “Te pego porque te quiero”. Pero todo el mundo tiene la capacidad de recuperar el amor hacia sí mismo.
Una de las toxinas que más daña es la ira. ¿Pero a veces ni siquiera somos conscientes de que la sentimos?
Habitualmente las personas con niveles más altos de testosterona en su cuerpo, tienen más tendencia y facilidad para externalizar la ira, mientras que las personas con unos niveles más altos de estrógenos, la internalizan y se autodañan. Por eso son más frecuente las autolesiones o los desórdenes alimenticios en las mujeres que en los hombres. Yo sufrí un desorden alimenticio muy grave durante años. Me traté con una enorme violencia. Pero efectivamente, todos tenemos ira en nuestro interior, aunque no seamos conscientes de ella. Estar furioso no significa estar siempre gritando, el silencio puede esconder mucha rabia y agresividad. Muchas personas cuando se sienten invadidos por la rabia toman alcohol, se drogan, comen o consumen pornografía. Lo primero es darse cuenta de que esta rabia está y después habrá que ver qué hacemos con ella.
¿Y qué hacer con ella?
Para trabajar la ira tenemos que volver a casa, es decir volver al cuerpo. Pongo a menudo un ejemplo: estoy conduciendo y de pronto se me cruza un coche. Entonces toco la bocina y grito al conductor como un loco. Si en lugar de eso nos pudiéramos dar cuenta de que cuando ese coche se nos ha cruzado, en nuestro cuerpo ha emergido una energía muy desagradable, si pudiéramos atender esa sensación que ha surgido, porque igual nos podríamos haber resultado heridos, hubiéramos podido morir o perder a nuestro hijo; entonces entraríamos en contacto con esa energía que ha invadido nuestro cuerpo y nos tomaríamos un momento para aquietarnos, que es lo que realmente necesitamos de verdad.
Otro ejemplo que utilizo a menudo: cuando no encontramos las llaves de casa, solemos culpar a alguien de ello. Incluso los que viven solos acaban achacando la responsabilidad de la pérdida a la última visita que han tenido. Lo que ocurre es que se genera una sensación muy desagradable en el cuerpo y culpabilizar a alguien es una distracción para no entrar en contacto con esa sensación. Pero el auténtico trabajo es regresar al cuerpo, regresar “a casa”. Y utilizo la metáfora de la casa porque cuando no hay nadie en casa las luces están apagadas. Hay que aprender a habitar el cuerpo para abrir la luz. Es lo que enseña a hacer el mindfulness.
¿Cuál de las muchas propuestas prácticas que recoge en su libro recomienda a nuestros lectores para regresar “a casa”?
Una de las prácticas que puede ayudar es la del “Afecto”: “Visualiza una foto de ti que te guste. Date un vistazo mental sin juzgar. Mírate con calidez y amabilidad. Date un abrazo metafórico o literal. Apóyate en tus brazos. Imagínate como un bebé diminuto e imagina que sostienes a ese bebé y que lo observas con cariño. Imagina el peso de ese chiquitín en tus brazos. Nótate a ti mismo. Apretuja a ese bebé en tu ser y date un abrazo metafórico. Cultiva más compasión en tu vida fijándote en ti mismo, con todo su dolor y dificultades, con una mirada tierna. Advierte si el darte afecto a ti mismo es agradable, desagradable, neutro o una mezcla de las tres cosas. Permanece con todo lo que surja, lo mejor que puedas, sin juzgar o montarte películas. Basta con que te apoyes en la sensación con delicadeza”.
Otra práctica recomendable es la práctica de desarrollar la bondad hacia ti mismo: “Cierra los ojos y conéctate con tu asiento. Asegúrate de que estás bien apoyado y de que tus pies se asientan firmemente en el suelo. Hazte consciente de que la respiración permea tu cuerpo. Imagínala como un difusor disolviendo las toxinas de tu corazón. Al cabo de un minuto intenta visualizarte a ti mismo, o bien obsérvate en un lugar hermoso que te guste. O pronuncia en silencio tu nombre. Recuerda respirar. Al cabo de otro minuto dite a ti mismo: “Que sea feliz”, luego respira y sé consciente de cómo te sientes. Luego di: “Que esté bien”, luego respira y sé consciente de cómo te hace sentir. Luego di: “Que sea amable hacia mi sufrimiento”, luego respira. Permítete sentarte serenamente con todo lo que surja. Al cabo de unos minutos di: “Que cultive más bondad en mi corazón. Que cultive más paz en mi corazón. Que continué desarrollándome y creciendo”. Continúa recitando esas frases, dejando un minuto o dos entre cada una, permaneciendo conectado contigo mismo todo el tiempo. Transcurridos diez minutos, pon fin a la práctica”.
Para muchas personas esta práctica resultará muy difícil. Para mí también lo fue, me costó porque tenía una mala relación conmigo misma. Es lo que esta práctica revela y lo que se debe trabajar.
Agencias
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