Entre episodios frecuentes de violencia y la incertidumbre de no saber cuándo se resolverá su situación, cientos de miles de refugiados rohinyás tratan cada día de salir adelante en los campamentos del sur de Bangladés.
«Cada día me despierto preocupada por el futuro de mis hijos, siempre hay caos y crímenes en el campamento, no sé cuánto tiempo voy a poder mantenerlos alejados de todo esto», afirmó a EFE Shafika desde el campamento 4 de Kutupalong.
Al lado del lugar donde esta madre de cuatro hijos esperaba recibir sus provisiones de gas licuado necesario para cocinar, tres miembros de esta perseguida comunidad mayoritariamente musulmana fueron tiroteados a muerte por un grupo desconocido de asaltantes.
Más de 700.000 rohinyás se vieron obligados a huir en 2017 de su Birmania (Myanmar) natal al vecino Bangladés, debido a una ofensiva militar que Naciones Unidas ha definido como un intento de genocidio.
En total, 979.306 miembros de esta minoría vivían a fecha de abril en unos 30 campamentos y una remota isla de Bangladés, completamente dependientes de la ayuda humanitaria.
Pero tras casi siete años exiliados, las estadísticas muestran que los miembros de esta minoría huyeron de una violencia para caer en otra en su estado de acogida.
Solo en incidentes terroristas, la fuerza de élite bangladesí Batallón de Acción Rápida (RAB, sus siglas en inglés) afirma que 64 rohinyás fueron asesinados en 2023, y una veintena en lo que va de año, unas estadísticas que no tienen en cuenta otro tipo de incidentes más amplios.
«Cada día vivimos con miedo e incertidumbre, no importa lo que las agencias de ayuda nos den», afirmó Shafika.
Hasan Mahmud
Birmania, que no reconoce a los miembros de esta minoría étnica como ciudadanos, se encuentra sumida en una guerra civil desde el golpe de estado. La repatriación es poco probable, reconoció el pasado mayo el ministro de Exteriores de Bangladés, Hasan Mahmud.
Y aún así, el centro de registro del campamento 4 ofrecía el pasado domingo la otra cara de la situación de los refugiados: familias llegadas para inscribir a sus recién nacidos, otros rohinyás que esperaban para informar de alguna boda y registrarse como pareja, y una mayoría de adolescentes que esperaban recoger su tarjeta de refugiados.
«Esta tarjeta que reciben los rohinyás es muy importante, es su única prueba de que existen en el mundo», dijo a EFE Tumpa Rani Das, una oficial del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) que supervisaba la recolección de datos.
Asma Bibi, que esperaba a registrar a su hija de siete meses de edad, afirmó a EFE que por el momento no les queda otra opción que vivir en los campamentos, sin saber por cuánto tiempo.
La huida de Birmania está bien presente en las mentes de los rohinyás que la vivieron, incluso entre los muy jóvenes.
«Todavía recuerdo el viaje, éramos ochenta personas en la embarcación y todo el mundo estaba asustado», relató a EFE Salim Ullah, de 16 años de edad, mientras pasaba el rato en un centro comunitario. El joven y su familia tuvieron que sortear el río Naf, que separa ambos países vecinos, a bordo de una precaria embarcación.
UNICEF
La incertidumbre hacia el futuro se extiende también hacia los planes de estudios de decenas de miles de refugiados. Según UNICEF, más de 240.000 menores han recibido educación formal y unos 17.000 han accedido a programas educativos basados en el plan de estudios de Birmania.
«Pero todavía hay niños fuera de las escuelas, sobre todo aquellos de entre 3 y 5 años y los de entre 15 y 18», dijo a EFE un portavoz de UNICEF, que prefirió no ser nombrado.
También hay algunos programas de aprendizaje para adultos gestionados por ACNUR y organizaciones no gubernamentales, donde los rohinyás pueden aprender habilidades técnicas, pero de poco les vale en la práctica.
Los miembros de esta minoría no pueden trabajar en los campamentos ni, en general, salir de ellos. Al menos sí alcanzan a realizar actividades voluntarias y obtener una compensación.
«Tengo la oportunidad de prestar servicio voluntario en el campamento unos 10 días al mes. Me da la oportunidad de comprar algunas cosas que necesito. Pero casi nunca es suficiente para mí», dijo a EFE Javer.
Vista la situación, algunos refugiados como el joven Ullah tienen en mente migrar a otros países en busca de mejores oportunidades.
«Aunque sea andando», señaló, con Malasia en mente.
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