Por Luis Ramón Perdomo Torres ([email protected])

Mi Obispo, que para algunos será, el Obispo de Ciudad Guayana, Helizandro Terán, en su homilía que compartió con la feligresía el día de la Misa Crismal, que se celebró en la Iglesia San Francisco de Asís, en Upata el día sábado 13 de abril, del 2019,  me dio varios argumentos elementales para desarrollarlos en este artículo, que es el primero con el que, gracias a Dios, a la Virgen y a los directivos de Nueva Prensa Digital, comenzaré a participar, en sus páginas informativas.

Monseñor Helizandro afirmó: “necesitamos vivir con autenticidad la solidaridad y la comunión dentro y fuera de nuestra Iglesia”, y es que, sin lugar a dudas que la falta de solidaridad y de comunión, dentro de la Iglesia, entre los miembros del Clero y de estos con la feligresía, es el gran pecado, que hace estragos en la gran familia de Cristo. Y ese pecado gravísimo, que es la negación del mandamiento del Maestro, de: “amarnos los unos, a los otros”, es la causa principal de toda esta conmoción social que vive nuestra sociedad venezolana, porque si nosotros no cumplimos con ese sagrado deber, como podemos pedirles a los otros, que sean solidarios, que compartan su pan y que no sean indiferentes ante el dolor ajeno.

La otra expresión que me confrontó mucho, de la homilía de Monseñor, fue que: “aunque muchos quisieran que el Evangelio fuera neutro, eso no es así”. Afirmación con la que estoy muy de acuerdo, porque quienes piensan, que, El Evangelio de Jesús, fue vivido y escrito para quedarse enclaustrado en los Templos están muy equivocados. Porque Dios se encarnó en la Persona de Jesús, fue precisamente para denunciar las injusticias y para enseñarnos a ser más humanos.

Por eso es que la Buena Noticia que Jesús ha traído a la humanidad, nunca puede ser neutro, ya que nos da la fuerza espiritual para desterrar de nosotros las pasiones, los egoísmos, y las ambiciones desmedidas, para dar paso a sentimientos profundos de solidaridad y fraternidad. Es ese el significado de morir al hombre viejo y dar paso a la vida del Evangelio de Jesucristo, que es “vida nueva”, es decir “vida en abundancia”, tanto en lo transitorio de lo terrenal, como en la vida definitiva que es la espiritual, en Cristo Jesús.

Y no podemos alcanzar el estado ideal de la gracia, sino asumimos con fe y esperanza nuestra misión de ser testigos de Jesús, aquí en la tierra, luchando contra las estructuras del mal, lo que deviene en enfrentamientos con los poderosos que se creen dueños de las personas para someterlas a sus caprichos y arbitrariedades. Asumir el compromiso significa sufrir, morir y Resucitar con Jesús, es esa la gran enseñanza que nos deja la liturgia de los días Santos. Por eso es que hoy primer domingo de Pascua, para muchos será un domingo más, para otros el final de la semana Santa, pero para quienes hemos asumido la tarea de configurarnos con Cristo, será el recomenzar, para vivir la abundancia de la vida.

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