Caracas.  Si Venezuela era en la década de 1950 un país por poblar, los caraqueños asumieron que la capital era un lienzo por pintar. Y lo hicieron: artistas de vanguardia dejaron su sello en las calles en forma de mosaicos, esculturas y edificios que hoy dan paso a grafitis, algunos para propagar el arte y otros, la mayoría, para difundir ideas.

Es posible que en una de esas olas de emigrantes de Portugal, España e Italia pasara desapercibido uno de los nuevos pobladores, de nombre Ennio Tamiazzo. Pero ese artista de la provincia de Padua iba a dar color a una capital que comenzaba a desperezarse.

Quizá fueron los calores del Caribe o quizás su impulso creativo, pero la llegada de Tamiazzo a Caracas le desembarazó del arte sacro y dio rienda suelta a un muralismo plagado de colores, cubismo y temática popular que, en bajorelieves o mosaicos, llenó Caracas.

La capital venezolana, en plena mezcolanza de culturas, asumió como identidad propia unos trabajos que inundaron las retinas de los viandantes, se hicieron parte de su paisaje cotidiano y, todavía hoy, dan a Caracas una imagen de modernidad.

DE METRO EN METRO

Sucede a los viajeros que entran a diario en la parada de metro de Altamira, donde un mural elaborado con teselas, picassiano y de aspecto indígena, saluda a los viajeros desde las alturas. Firmado por Tamiazzo en 1955, en 2020 comparte su espacio con la nueva vanguardia.

El pasajero, probablemente desprevenido, cruza siete décadas en unos pasos hasta llegar a uno de sus herederos, Wolfang Salazar, un caraqueño de 30 años que está dando un nuevo aire a la ciudad con su espray, tras crecer arropado por el arte en las calles de su ciudad.

«Cuando caminas en las calles ves esculturas, muchos representantes del cinetismo, la arquitectura, (el campus de) la Universidad Central de Venezuela (UCV),… Creo que es algo que enamora a cualquiera», explica Salazar.

Allí mismo, en la puerta del metro Altamira, dejó su huella debajo de la de Tamiazzo con «La Burriquita», un personaje de la cultura popular venezolana que, en forma de grafiti, da los buenos días a los que se desperezan mientras acuden a trabajar.

Su arte, según explica, es reflejo de su personalidad, como la de todo artista, pero también la de su ciudad, la misma que le ha criado entre obras de arte.

EL ARTE CINÉTICO, SÍMBOLO DE CARACAS

Parada obligada para visitantes y, tal vez, el símbolo más querido de sus residentes, la esfera Caracas fue un regalo del artista plástico Jesús Soto a su ciudad y, probablemente, el emblema del arte cinético, vanguardia en la década de rupturista de los 60.

No solo es la enorme pieza con forma de esfera anaranjada que parece moverse al paso de los miles de vehículos que la atraviesan a diario, el arte cinético se convirtió en poco menos que un símbolo de la ciudad y Carlos Cruz Díez, otro hijo de la capital, le legó «Fisicromía Cóncavo-Convexa» que parece abrazar a todos los viandantes que cruzan la obligada Plaza Venezuela.

También quienes acuden a la Torre Banesco y elevan su mirada pueden ver un Cruz Díez que desafía al rascacielos desde el suelo, la «Inducción Cromática por Cambio de Frecuencia Doble Faz», una pieza que crece paralela la torre y se deshace en colores que parecen moverse mientras avanza la vista.

La escultura, especialmente la cinética, la arquitectura de vanguardia y los murales, tres géneros que llevaron a Caracas a dibujar una línea rompedora.

UN HEREDERO CON ESPRAYS

Hoy, el grafitero Salazar, cuyo nombre artístico es Badsura, ha tomado el relevo y explica: «Una de las características de mi arte es la diversidad en la propuesta gráfica, combino realismo, paisajismo, elementos vectoriales y un poco de cinetismo».

«Es un reflejo, tal vez, de mi personalidad o, tal vez, de la ciudad», explica un artista que ha hecho de la diversidad de su país y de las costumbres populares su bandera.

Así como se debió plantear Tamiazzo, Badsura ha optado por «una expresión completamente libre», en su caso el grafiti y, como el italiano que hizo que el arte de Caracas apareciera en los medios más reputados del mundo, el caraqueño «expone en las calles de Venezuela las realidades» de su país para que «el transeúnte se sienta identificado» y proteja el espacio que él ha decorado.

«Creo que el grafiti se ha apoderado de la ciudad y ha podido ganar esos corazoncitos, ha permitido que la gente se identifique y sienta un respeto y por tanto empiece a ser demandado», asegura Badsura.

UNA PUGNA CON LA PROPAGANDA

Badsura es casi una excepción, pues el lienzo de Caracas cada día está más ocupado por la propaganda de un país en el que la política lo ocupa todo.

Los omnipresentes ojos de Hugo Chávez, bustos del Che Guevara, conjuntos escultóricos de escasa calidad que honran la resistencia indígena o los murales que ensalzan a viejos héroes reinterpretados como el general decimonónico Ezequiel Zamora están en cada esquina.

Sucede también con autores, como Aquiles Nazoa, fallecido antes de la llega de Chávez a la Presidencia y al que la propaganda ha convertido en símbolo más político que literario, o con el omnipresente Simón Bolívar, el héroe nacional tomado por el chavismo.

Hoy, la Caracas que fue lienzo de la vanguardia sigue dejando huecos a artistas como Badsura que buscan ser la herencia de los grandes innovadores de siglo pasado, pero, día a día, el se emborrona con propaganda a la que es imposible no verle un carácter efímero.

EFE noticias

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