San José del Guaviare, Colombia. Las selvas del departamento colombiano del Guaviare guardaban hasta hace pocos años insospechados tesoros representados no en lingotes de oro sino en miles de pinturas rupestres que pueden tener en algunos casos hasta 12.000 años de antigüedad y que se han convertido en uno de los mayores atractivos turísticos de esta región que fue marcada por el conflicto armado interno.

Los milenarios artistas escogieron como lienzo las paredes de los tepuyes, mesetas abruptas de cimas casi planas, para plasmar venados, serpientes, representaciones del sol, de la luna y otros aspectos de la vida diaria y la naturaleza.

Esos pictogramas, de los que hay más de 70.000 y que todavía no se sabe a ciencia cierta quiénes los plasmaron, son materia de investigación y de leyendas sobre lo que fue este lugar que alguna vez hizo parte del supercontinente llamado Pangea, el cual comenzó a desgajarse en lo que son los continentes actuales hace millones de años.

PARA VER Y CONSERVAR

Uno de esos lienzos, que son una ventana al pasado y se constituyen en las delicias de arqueólogos y turistas, está en el caserío Nuevo Tolima, al que se llega en carro después de recorrer 75 kilómetros desde San José del Guaviare, la capital departamental.

Las pinturas de Nuevo Tolima hacen parte de La Serranía de La Lindosa, de gran importancia para el patrimonio arqueológico de Colombia, porque es uno de los lugares con mayor concentración de arte rupestre en el mundo y por las evidencias arqueológicas de las interacciones prehispánicas entre diferentes pueblos de la Amazonía y la Orinoquía.

También, por la relación entre estos pueblos y el entorno natural que se han encontrado allí y por estar directamente conectada con el Parque Nacional Natural de Chiribiquete, incluido por la Unesco en la lista de Patrimonio Mundial de la Humanidad.

«Esto es lo más bonito que he visto. Saber que se puede viajar, ver los dibujos, conocerlos y disfrutarlos es algo que difícilmente se puede hacer en otra parte del país o del mundo», dice Rosita Garzón, que hace parte de un grupo de diez personas que visitan el lugar en compañía de un guía de la zona que los ayuda a pasar los accidentes del terreno y les explica lo que se sabe del lugar.

DELEITE DE LOS SENTIDOS

Para poder admirar el arte rupestre de Nuevo Tolima es necesario no haber agotado la capacidad de asombro ni de observación porque a cada paso que se da en búsqueda del pasado la vista no alcanza para cubrir el gigantesco tapete verde que forman milenarios árboles y rocas en las que se esconden coloridas aves, ruidosos monos y otros animales.

Para llegar al sitio de las pinturas, que están en un «lienzo» de unos ocho metros de alto y al menos 20 de ancho, se deben recorrer varios kilómetros de terreno plano y luego ascender por la ladera de montaña. Se respira rápido y el corazón palpita todavía más rápido.

El sendero de la montaña está demarcado por caminantes que antes han visitado el lugar y que han admirado pequeños cauces de aguas cristalinas, enormes árboles de gigantes raíces que se abrazan a las piedras para sostener y buscar el alimento que escasea en este suelo ácido.

Superadas estas bellezas adornadas con musgo verde y raíces de varios colores -verdes, naranjas, blancas y cafés- se llega a «la tierra prometida»: los pictogramas.

«Las pinturas tienen similitud con otras que están en otras zonas del departamento del Guaviare. Los pictogramas, pintados con sustancias minerales y óxidos de hierro, reflejan la cotidianidad de nuestros antepasados», explica a Efe uno de los guías.

En esas piedras hay pinturas de venados, jaguares, culebras, aves y otros animales de la región que por el paso del tiempo han ido perdiendo el color y la nitidez.

Los dibujos, entre los que hay representaciones de bailes y posiblemente escenas de caza, manos humanas y otras de las que no se conoce su significado, arrancan desde la base de la piedra y suben hasta unos 8 o 10 metros de alto.

«No sabemos cómo hicieron para llegar a esa altura y poder pintar. Se dice que utilizaron el método de ‘escalera humana’ -es decir unos subidos sobre los hombros de los otros iban pintando-, que utilizaron alguna especie de andamio y que incluso tejieron bejucos para, desde la cima de la montaña, bajar por ellos y pintar», explica el guía.

Como haya sido, dice Juan Carlos Rodríguez, otro de los turistas que se aventuró a conocer el lugar, «la gente trató de pintar lo que veía y la forma en que vivía, y sería muy interesante que los arqueólogos pudieran explicarnos más acerca de todo este mundo maravilloso que se desarrolló acá hace miles y miles de años».

EFE noticias

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