Cuando llueve las aguas cloacales se mezclan con las de lluvia y la gente no tiene por donde circular

En los pasillos abarrotados del mercado municipal de San Félix, el aroma de proteínas frescas se mezcla con el hedor de la desidia; compradores como Joaquín recorren puestos de queso, carne, huevos, pescado y pollo, murmurando su frustración ante etiquetas que suben a diario.

«Vengo porque aquí sale más barato que en supermercados o bodegas cercanas, pero el costo no lo aguanta nadie», confiesa este frecuente visitante, escudriñando cavas refrigeradas con letras negras descoloridas donde flotan quejas colectivas.​

La hiperdevaluación del bolívar agrava el drama. Un dólar equivale a 247 bolívares, mientras que el sueldo mínimo ronda los 50 centavos. «Ni con cinco o cien dólares alcanza para alimentos suficientes; ninguna familia soporta esto», lamenta otro consumidor anónimo, voz de la clientela que resuena entre carnicerías y pescaderías.

Las condiciones insalubres, moscas sobre charcutería, acumulación de residuos completan el cuadro desalentador, alejando potenciales parroquianos pese la promesa de ofertas relativas.​

Comerciantes observan el éxodo silencioso, conscientes de que la clientela se reduce ante la erosión del poder adquisitivo.

En este bastión tradicional de la cesta básica, la doble plaga de precios exorbitantes y higiene precaria amenaza con convertir un punto neurálgico comercial en zona fantasma.​

Dicen que 1 kilo de queso ronda en los 2 mil bolívares, 1900 Bs., mientras que el cartón de huevos se ubica en los mil 700 bolívares, mientras que los precios de la carne y el pollo son inalcanzables.

Insalubridad

No bastan los precios asfixiantes, para los asiduos del mercado municipal, sortear sus calles se ha tornado odisea peor cuando arrecia la lluvia, transformando accesos en lodazales traicioneros. «No se camina ni con zapatos deportivos ni sandalias; planeo venir en botas de goma para vadear charcos de aguas negras y barro», confiesa un ciudadano empapado, hundiendo los pies en el fango que salpica hasta las vitrinas de proteínas.​

La insalubridad escala a amenaza directa. Moscas posan impunes sobre queso, carne, pescado, pollo y charcutería, depositando porquerías recolectadas en suelos contaminados.

«La salud está en peligro, pero no hay alternativa; volvemos por necesidad aunque sepamos el riesgo», admiten otros compradores, resignados ante la plaga que zumba sobre alimentos expuestos sin protección sanitaria.​

Aguas fecales

Los tarantines informales se yerguen impunes sobre corrientes de aguas fecales que serpentean calles y veredas, sin restricción ni supervisión de «Higienes de los Alimentos» municipal, convirtiendo la compra diaria en ruleta sanitaria.

«Sabemos que la economía informal debe ganarse la vida, pero hay normas contra exhibir alimentos donde moscas portadoras de enfermedades posan con porquería del suelo», exclama un comprador, sorteando charcos fétidos que salpican frutas y verduras.​

Usuarios prefieren estos puestos externos pese a riesgos. «Adentro el mercado cobra más caro, por eso gastamos lo poco del bolsillo aquí afuera», justifican, optando por precio sobre higiene en un entorno donde desechos humanos y animales compiten por espacio. La paradoja repele clientela formal, dejando locales vacíos mientras buhoneros prosperan en el caos.​

Reclamos unánimes al alcalde de Caroní Tito Oviedo: bacheo urgente de calles e interior para evitar inundaciones pluviales-fecales, eliminación de botes aguas negras generadores de olores putrefactos.

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